Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Goya en el escaño

'Duelo a garrotazos', de Francisco de Goya
'Duelo a garrotazos', de Francisco de Goya
Museo del Prado
'Duelo a garrotazos', de Francisco de Goya

Tal día como hoy en 1746 nació Francisco de Goya en Fuendetodos. Y con él, nació la modernidad, la Ilustración verdadera tras la Ilustración francesa, el humor cruel y aragonés que sobrevoló la intemperie de la realidad de su época hasta presentarla en su plena desnudez. Goya se precipitó como un pájaro sin agüero sobre el lodazal de su siglo, entre disparates, desastres y caprichos, y nos mostró el reverso inquietante de lo que nadie quería ver ni reconocer. Cuando la pasada semana un Ramón Tamames envanecido en la moción de censura evocó los sueños monstruosos de la razón de Goya, un murciélago y una bruja planearon sobre el hemiciclo. Porque, como en la obra eterna de Goya, la realidad política no dejaba ni deja de ser un simulacro, una apariencia, un mundo de incertidumbres arrojado a la cara de los españoles.

Por allí andaba Saturno devorando a un hijo cada vez que el presidente del Gobierno lleva a cabo una crisis de Gobierno, mirando de hito en hito a Carmen Calvo y a José Luis Ábalos. O el grabado de Los caprichos titulado Ya tienen asiento dirigido a los diputados que hacen méritos y rogativas a sus presidentes para repetir en listas electorales. O el grabado ¡Lo que puede un sastre! en homenaje a Yolanda Díaz ataviada de Hillary Clinton con resabio de ría de Ferrol, entronizada por nuestro Hamlet español como heredera del reino de Pablo Iglesias, ante la mirada atónita de Irene Montero. Ni Shakespeare se habría atrevido a tanto en una Dinamarca en la que muchas cosas huelen mal. U otro grabado de título ¿No hay quien nos desate? encomendado a Unidas Podemos, que se retuerce cada día en un escorzo imposible en su atadura con el Partido Socialista Obrero Español.

Pero, entre todas las obras, Perro semihundido. No es una metáfora al prehumanismo de Belarra sino la expresión misma del vacío, de la nada, en una cabeza que mira hacia ninguna parte. Es el perro que nos muestra que la realidad monstruosa es la misma realidad, en un mundo que se niega a confesarse a sí mismo. La soledad de esa cabeza de perro muestra el infierno de la angustia en una civilización, como la Occidental, que no sabe dónde va. Y ese perro se paseó hace una semana por el Congreso de los Diputados, hasta hundirse en el cieno y alzar la cabeza para mirar. Y vio lo mismo que fue a ver el año que fue pintado. Un Duelo a garrotazos de dos Españas que se hunden en el mismo lodo, en el lodo de la guerra de nuestros antepasados. Goya fue notario furioso de su presente, pero se convirtió, muy a su pesar, en profeta del nuestro. Tanto, que lo más parecido a la Quinta del Sordo es el Congreso de los Diputados. Nadie escucha a nadie.

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