OPINIÓN

Pocos contenedores arden

Policía en las protestas en París contra la reforma de las pensiones.
Policía en las protestas en París contra la reforma de las pensiones.
CHRISTOPHE PETIT TESSON
Policía en las protestas en París contra la reforma de las pensiones.

Un contenedor arde en París. La basura se amontona en las esquinas de cada calle y el metro no funciona (otra vez). Las calles de Francia llevan meses tomadas por las protestas contra la reforma del sistema de pensiones impulsada por el presidente Emmanuel Macron como buque insignia de su segunda legislatura. Se oponen el 75% de los franceses. La semana pasada el gobierno de su primera ministra Elizabeth Borne aplicó el artículo 49.3 de la Constitución francesa para impedir votar al Parlamento y hacerla ley. Más manifestaciones. Las huelgas van para largo, la indignación crece.

Curiosamente, en España, el Consejo de Ministros aprobó unos días antes un Real Decreto-ley que reforma nuestro respectivo sistema de pensiones. Lo hizo, además, presumiendo de haber alcanzado previamente un acuerdo con los principales sindicatos y de incluir las principales recomendaciones de la comisión parlamentaria del Pacto de Toledo. Al día siguiente, nadie salió a quemar las calles.

En la Asamblea Nacional francesa, este lunes fracasaron dos mociones de censura para hacer caer el gobierno de Elizabeth Borne, una de ellas, por tan sólo nueve votos menos de los 287 necesarios. En España, la pantomima de Vox no deja más que eternas intervenciones parlamentarias que incluso su candidato hubiese preferido saltarse y que el Gobierno ha sabido aprovechar para presentar sus triunfos y ofrecer una imagen de unidad.

Cerramos pues dos semanas intensas a ambos lados de los Pirineos. Uno se siente tentado de trazar paralelismos entre las dos reformas, o las dos mociones, y sacar conclusiones. Pero es sabido que las comparaciones son odiosas. Es complejo explicar que lo que ha pasado en Francia y en España estos días no tiene nada que ver, porque los trámites parlamentarios, igual que conceptos como “cotizaciones” y “déficit”, causan normalmente indiferencia. 

En primer lugar, la reforma de Macron pretende subir la edad de jubilación de 62 a 64 años. Un chiste, teniendo en cuenta que en España ya supera los 65 y en 2027 alcanzará los 67. A la vez, en nuestro país son menos los años cotizados necesarios para recibir una pensión completa.

Por otra parte, la reforma española ha sido aprobada por decreto y será debatida y probablemente convalidada por la mayoría con la que cuenta el Gobierno en el Congreso, en un plazo máximo de 30 días, de acuerdo con lo que la Constitución marca para las disposiciones de “extraordinaria y urgente necesidad”. Por su lado, el francés es un mecanismo de confianza, diseñado para temas de suprema importancia, que ha permitido al gobierno de Borne unir su destino al de la reforma de las pensiones y comprometer la responsabilidad del Ejecutivo a la aprobación tácita del Legislativo.

El texto habría sido dado por aprobado automáticamente si la oposición no hubiese presentado dos mociones de censura en las 24 horas siguientes, con el objetivo de hacer caer la reforma y a Borne. En esto también somos diferentes: nuestra moción de censura es por definición constructiva y exige un aspirante presidenciable, aunque en la de esta semana sólo hayamos visto un profesor perdido, que parecía haberse equivocado de aula.

Así pues, existen pocas cosas en común entre lo que ha pasado en Francia y en España estas semanas. Es interesada la comparación entre sus dos dirigentes, que pretende pintar el número de decretos-leyes durante la presidencia de Pedro Sánchez (el más alto en democracia) como antidemocráticos. Sin embargo, merece una reflexión el hecho de que el decreto en nuestro país hace mucho que dejó de ser extraordinario y su necesidad ha perdido casi toda su urgencia.

Tampoco hace falta usar las protestas en Francia para criticar la reforma de nuestras pensiones. Hay razones suficientes para denunciar lo insolidario, cerril y dañino que es el proyecto para el futuro del país. Un parche más que, en vez de ajustar las cuentas, protege celosamente las pensiones de hoy, a costa de comprometer las de mañana. Seguimos empujando cuesta abajo esta bola de nieve, que se va haciendo más y más grande y pesada a medida que se desliza. Y en la base de esta pirámide estamos los jóvenes españoles.

Pese a todas las diferencias, quizás sí podamos aprender algo de nuestros vecinos y su larga tradición de manifestaciones y huelgas. Aunque las mociones de censura no han prosperado, el gobierno de Borne se ve ahora en apuros debido a la presión de la ciudadanía y la falta de apoyos parlamentarios. Es una demostración de lo importante que es quejarse, alzar la voz. Frente a una reforma que los franceses ven como inaceptable, se han echado a las calles. En nuestro país los jóvenes no lo hemos hecho todavía, a pesar de que no faltan motivos. Visto lo visto, pocos contenedores arden en España.

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