El 2023 empieza como acabó el 2022. Llegan los Reyes -los Magos- y, de regalo, los mismos problemas: idénticos encontronazos entre partidos y, para no variar, entre las 17 Españas. 

Después de las uvas, y entre turrón y turrón, ha resurgido un viejo conflicto, siempre latente, el del agua: Castilla-La Mancha, Valencia y Gobierno central se han enzarzado por el reparto de un recurso natural esencial en un país, cuyas autonomías son incapaces de ponerse de acuerdo hasta para comprar mascarillas. No tardando, este rifirrafe salpicará a otras cuencas en un contexto de sequía, enmarañado por unas elecciones a vista, con las que llegar a un acuerdo es ya un imposible.

Asistimos a una España con un sistema de financiación autonómico caducado desde 2014, y ni PP ni PSOE se atreven a plantear renovarlo. Por una vez coinciden ambos partidos: ni siquiera lo mencionan ya. Unas formaciones políticas incapaces de pactar, ya no digo la renovación del CGPJ, sino unas mínimas reglas de convivencia.

Aquello del equilibrio y de la solidaridad interterritorial se ha convertido en una utopía en el país de las 17 Españas. Si alguien alberga dudas de este dislate, no tienen más que desplazarse a otra autonomía, tratar de que le asignen médico y matricular a sus hijos en un colegio.

En la época de la globalización, en la que, ya no solo España, sino también la UE, han perdido fuelle, asistimos a un país cada vez más divido, en el que aquello de concordia res parvae crescunt (la unión hace la fuerza) nos suena a chino. Un Estado magnífico, con una calidad de vida loable, pero cuyos habitantes se empeñan en fastidiar. Y así todo: Feliz Año y que los Reyes nos traigan cordura.