Cualquier solución ante la emergencia climática que vivimos debe de tener en cuenta a las mujeres en todas sus diversidades. La razón es simple: el cambio climático multiplica las amenazas que sufren mujeres y niñas en entornos de pobreza. Este lunes empieza la segunda semana de la cumbre mundial del clima, la COP27 de Egipto, y es un momento crucial para trabajar en esta dirección.

Ante situaciones de crisis, las familias pueden recurrir a mecanismos de supervivencia negativos, como la explotación sexual, el matrimonio temprano o el abandono escolar. Agricultoras o pastoras tienen más difícil el acceso a créditos o a seguros porque su escolarización es más baja y porque muchas veces no tienen la propiedad de la tierra o los animales.

Mujeres y niñas suelen ser las que traen la leña y el agua en las zonas más pobres del planeta. La sequía les obliga a ir más lejos cada vez. Además, las mujeres son minoría en los espacios de negociación climática, lo que dificulta que se tengan en cuenta sus necesidades. Y para colmo, la mayoría del dinero destinado a paliar los efectos del cambio climático acaba en los bolsillos de los hombres.

Así que, en el diseño de las políticas de respuesta a esta situación, la perspectiva de género es vital. Y para que eso ocurra, las mujeres deben participar en el diseño de esas políticas. La presencia de mujeres en foros, despachos y negociaciones internacionales es la mejor garantía frente a la discriminación.

La COP27 es el lugar donde presionar por cosas muy concretas, desde la protección de las pescaderas artesanas o las mujeres indígenas hasta el acceso de las agricultoras a la propiedad de la tierra o reforzar a las organizaciones locales que defienden sus derechos sobre el terreno. En ello están los miles de mujeres organizadas que luchan en esta cumbre.