Isabel Díaz Ayuso, una presidenta liberada y casi sin ataduras

La presidenta en funciones de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sentada en su escaño durante la sesión del pleno de su investidura
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sentada en su escaño durante la sesión del pleno de su investidura
La presidenta en funciones de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sentada en su escaño durante la sesión del pleno de su investidura

Isabel Díaz Ayuso empezó a sentirse liberada el pasado 10 de marzo cuando Ciudadanos anunció la moción de censura en Murcia y le puso en bandeja la ruptura de su gobierno con Aguado. La relación entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y su vicepresidente siempre estuvo teñida por la desconfianza mutua, por lo que Ayuso aprovechó el movimiento murciano para actuar con rapidez y convocar elecciones autonómicas. En parte, lo hizo como estrategia defensiva por temor a que Ciudadanos le organizara una moción de censura a ella en Madrid. Pero, sin duda también, le movió el deseo de soltar lastre para poder gobernar sin ataduras. Y aquel día, empezó a sentirse aliviada.

Durante la campaña electoral, mostró una nueva imagen de sí misma que sorprendió a quienes, no mucho tiempo atrás, la habían caricaturizado. Ya no tenía nada que ver con la Isabel Díaz Ayuso de aquella campaña anterior de 2019, en la que llegó a sentirse desubicada y víctima de una "persecución" -en sus propias palabras- para la que no estaba preparada. En 2019 sufrió ante la permanente exposición; en 2021, al contrario, incluso disfrutó exhibiéndose.

Como candidata, esta vez más segura de sí misma, le enseñaron a transformar en virtud lo que se había tachado de defecto y, en lugar de coartarse, convirtió su espontaneidad en chulería, se rió de sí misma cuando se equivocaba y salió a la calle sin complejos para rodearse de masas como una más. Quizá ahí residió el gran secreto de su éxito del 4-M. Quizá más que sus apelaciones a la libertad y el comunismo, que su defensa de los hosteleros, que su guerra contra todo lo que llegara del Gobierno de Sánchez o que su capacidad para saber explotar la fatiga pandémica de los madrileños. Ahora se sentía desenvuelta. Y arrasó.

Tres meses después del terremoto murciano, Díaz Ayuso ha consumado su liberación. El pasado jueves, en la primera sesión del pleno de investidura, pronunció desde la tribuna de la Asamblea de Madrid un discurso propio, con su ya habitual estilo de oposición al Gobierno de Sánchez, trufado con medio centenar de medidas que no ha tenido que pactar con ningún socio de gobierno. Este viernes, en la segunda sesión de investidura, se sintió cómoda en el enfrentamiento con los grupos de la oposición a su izquierda y se permitió marcar su territorio frente a la portavoz de Vox, a quien envió algún guiño sobre feminismo y austeridad en la administración para asegurarse sus votos en la investidura, pero sin cederle el terreno de la razón en otras batallas culturales, como la inmigración o el ecologismo.

Tras un debate que parecía hecho a su medida llegó la votación. La holgada mayoría de los escaños populares, junto a los votos prestados por Vox, le sirvieron para ser investida presidenta con una cómoda mayoría absoluta. Y en ese instante, volvió a mostrar otro ejemplo de su liberación: segundos después de que la presidenta de la Asamblea proclamara su elección, mientras desde los escaños de su bancada seguían aplaudiéndole, se daba a conocer la configuración de su nuevo gobierno.

Un equipo que tampoco ha tenido que pactar con ningún otro socio. En su nuevo Ejecutivo ha incluido a los hombres y mujeres que han formado su núcleo duro desde 2019 (López, Ossorio, Lasquetty, Escudero, Martín y Pérez), ha sumado a dos novedades en torno a ella pero que son viejos conocidos de la Comunidad (Dancausa e Izquierdo) y ha decidido contar con la única antigua integrante de Ciudadanos con la que tenía una afinidad (Rivera de la Cruz). Otra vez más, un equipo formado por ella a su medida, sin excesivas ataduras.

La nueva -y quizá más patente- exhibición de su libertad de acción tendrá como escenario la Casa de Correos, un edificio en el que ya no solo se siente como en casa, sino que ha convertido en su casa. Este sábado se celebrará allí, en la sede de la Comunidad de Madrid de la Puerta del Sol, su toma de posesión como presidenta. Como anfitriona, recibirá entre sus invitados a varios de sus predecesores -se espera la asistencia de Esperanza Aguirre o Cristina Cifuentes, pero también del socialista Joaquín Leguina-. También acogerá al presidente del Partido Popular, Pablo Casado, a quien incluso se permite marcar el paso cuando tiene ocasión. O a presidentes populares de otras comunidades autónomas, ante quienes se reivindicará como una de las principales baronesas de su partido.

En su nueva etapa se sentirá más liberada y con menos ataduras. Pero su legislatura tampoco será un paseo triunfal. Tendrá que lidiar con las exigencias de Vox, que ya le ha advertido de que su apoyo dependerá de la derogación de lo que llaman "leyes de género" y "leyes LGTBI", del cierre de Telemadrid o de la reducción del número de diputados en la Asamblea. Tendrá enfrente a una nueva líder de la oposición, la portavoz de Más Madrid, Mónica García, que mantiene su mismo estilo de hablar claro sobre los problemas reales de la calle. También se encontrará con la nueva portavoz socialista, Hana Jalloul, que promete no darle el cuartel que sí le daba Ángel Gabilondo. Y tendrá que batallar con todos los rivales, propios y externos, que ella misma se vaya creando por el camino.

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