El accidente de coche que mató a Montgomery Clift antes de morir

Apenas un año después de que James Dean hubiese fallecido en la carretera, un accidente de tráfico le desfiguró la cara a Montgomery Clift, que sólo vivió para contarlo gracias a Elizabeth Taylor.
Montgomery Clift en 'De aquí a la eternidad'
Montgomery Clift en 'De aquí a la eternidad'
Cinemanía
Montgomery Clift en 'De aquí a la eternidad'

Montgomery Clift sólo habló de ello públicamente en una ocasión, los que lo presenciaron optaron por guardar silencio; y, en cualquier caso, ahora todos han muerto. Sin embargo, en el atardecer del 12 de mayo de 1956, aún eran jóvenes, ricos, guapos y creían, quizás ellos con más razón que nadie, que vivirían para siempre. Aquella convicción empezó a desvanecerse cuando la figura de Elizabeth Taylor se giró violentamente hacia unos periodistas y los amenazó con destruir sus carreras si alguno tomaba alguna fotografía.

Minutos antes, un coche recorría la sinuosa carretera de Benedict Canyon. La noche se cernía sobre Los Ángeles y Montgomery Clift, que había pasado el día en casa de Elizabeth Taylor y su marido, Michael Wilding, esperaba llegar pronto a la cama para dormir, al menos, un par de horas. El rodaje de El árbol de la vida, en el que coincidía de nuevo con Taylor, ocupaba la mayor parte de su tiempo y, como reconocería en su única entrevista televisada, mientras trabajaba en un papel se volvía errático y huidizo. “No soy capaz de quitarme la máscara para almorzar con un amigo. Ojalá fuese capaz de dejar atrás a mis personajes tan rápido, pero no puedo”, había añadido Clift. 

Montgomery Clift en 'El árbol de la vida' (1957)
Montgomery Clift en 'El árbol de la vida' (1957)
Metro-Goldwyn-Meyer

El alcohol no fue la causa del accidente, ya que el actor no había probado una gota durante toda la jornada. Sencillamente, estaba cansado y, en el mismo corazón de Hollywood, se confió. Aquel era su hogar, y se sentía seguro. “Cabeceé, me quedé medio dormido y lo siguiente que recuerdo es que choqué con un poste de teléfono”, explicaba, con una elegancia y un temple admirable, Clift. 

Tras el impacto, su memoria se nubló y perdió el conocimiento. Lo recuperaría horas más tarde en el hospital. Entre tanto, y como ocurría en sus películas cuando Monty besaba apasionadamente a una chica, se extendió un fundido a negro. Un fundido a negro que lo cubriría durante una década, la última de su vida.

El coche de Montgomery Clift, tras el accidente
El coche de Montgomery Clift, tras el accidente
Archivo

Un hermoso perdedor

Sus ojos eran azules, su voz, suave y el cabello, negro y reluciente, como el de un cadete que espera a su novia en el jardín horas antes de marchar al frente. Había nacido en Omaha, igual que Marlon Brando, y se despidió del cine con Vidas rebeldes, como Marilyn Monroe. Sólo protagonizó 17 películas: debutó bajo la sombra de un John Wayne que lo detestaba en Río Rojo, fue el sacerdote atormentado de Yo, confieso y, en 12 minutos, hizo la mejor interpretación de todos los tiempos en Vencedores o vencidos. Y, pese a esto, Barney Hoskyns escribió un libro sobre Montgomery Clift titulado Un hermoso perdedor

El actor, opina Hoskyns, tuvo la peor suerte posible: la de los perdedores que no lo son del todo. Sobrevivir a su accidente en 1956 le negó la posteridad emblemática de James Dean, muerto un año antes en la carretera. Elizabeth Taylor acababa de rodar una película con él, Gigante, que aún no se había estrenado: en ella, James Dean se despide de una sala vacía con su habitual gesto de cínica indolencia. Sería su última escena. Él se iba y, en su lugar, dejaba un invencible y hermoso cadáver.

James Dean junto a Elizabeth Taylor, en una escena del drama dirigido en 1956 por George Stevens, 'Gigante'.
James Dean junto a Elizabeth Taylor, en una escena del drama dirigido en 1956 por George Stevens, 'Gigante'.
ARCHIVO

Montgomery Clift no se fue a ninguna parte gracias, precisamente, a Elizabeth Taylor, que se lanzó sobre él, le abrió la boca y, con sus uñas de manicura perfecta, extrajo dos dientes del interior de la garganta del actor. Si no hubiese actuado con tanta rapidez, Montgomery Clift habría muerto asfixiado antes de que la luna se pusiera sobre los Ángeles. Elizabeth Taylor le regaló a su amigo Clift un desfile interminable de crepúsculos.

Un rostro perfecto

Cuando tenía siete años, un niño zambulló su cabeza en una piscina y Clift estuvo a punto de morir ahogado por primera vez. Los segundos que el actor pasó sin respirar, y el esfuerzo inútil por recuperar su posición, formaron en su cuello un bulto que los cirujanos tuvieron que extirpar. El recuerdo de este suceso se plasmó en una larga cicatriz que, en el juicio de Vencedores o vencidos, es fácil apreciar. La primera cicatriz en un rostro que, décadas más tarde, se rompería en mil pedazos.

Cuando un amigo le mostró una fotografía de su cara tras el accidente de coche, Montgomery Clift no se reconoció. “Lo único que me parecía que estaba en su sitio era mi oreja derecha”, confesó. Afortunadamente, Hollywood recurrió a los mejores cirujanos y estos pudieron preservar, de forma casi milagrosa, la tímida belleza del de Omaha. “Mi siguiente película será un éxito”, pronosticó el actor, “porque todo el mundo irá a verla para intentar averiguar qué escenas se rodaron antes y después del accidente”.

La parte izquierda de su rostro perdió movilidad y sus ojos cobraron un brillo extraño y fanático, pero, al margen de esto, seguía siendo el mismo hombre de siempre. Y sólo tenía 35 años. Se recuperaría.

Montgomery Clift y Elizabeth Taylor en 'El árbol de la vida'
Montgomery Clift y Elizabeth Taylor en 'El árbol de la vida'
Cinemanía

El suicidio más largo de la historia de Hollywood

Así definió el profesor de interpretación Robert Lewis los años finales de Montgomery Clift. El actor, gran bebedor de zumo de naranja y una de las pocas personas libres de escándalos de cuantas vivían en la ciudad de los sueños, se refugió en los calmantes y el alcohol. Los estudios, que le habían extendido el mejor contrato de la industria (tres películas por año, con la posibilidad de rechazar los proyectos que quisiera y el derecho a leer los guiones antes de aceptar) lo demandó: Clift se presentaba borracho ante la cámara y no era capaz de memorizar una línea, con lo que los rodajes se retrasaban. 

Sus actuaciones empezaron a menguar en número y longitud: es aquí cuando rueda su célebre monólogo en Vencedores o vencidos, sobre el que se dijo, al mismo tiempo, que era su interpretación más concienzuda y hábil y, también, que era la consecuencia de no haberse leído una sola página del guion. Según esta teoría, Clift le pidió al director que le contase la idea central de su escena y él, con la lengua embotada por el alcohol, se dedicó a improvisar sobre la marcha. El resultado, en cualquier caso, fue este:

El 23 de julio de 1956, tras rodar la legendaria Vidas rebeldes (una película maldita: fue la última de Clift, de Monroe y de Gable), su cuerpo fue encontrado en su apartamento de Nueva York. No se trataba de un suicidio, sino de un infarto. Su corazón no había podido resistir más días de pastillas bañadas en whisky. El hermoso perdedor había ganado, por fin, su partida con la eternidad.

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