Greta Garbo, la actriz mejor pagada que se jubiló con 36 años: los misterios que rodearon a la estrella

Su carrera no tiene parangón en el mundo del cine: apareció de la nada, conquistó Hollywood, se convirtió en la actriz mejor pagada y más famosa de la historia y, al primer revés, bajó los brazos y lo dejó todo.
La actriz Greta Garbo, con quien Cecil Beaton -autor del retrato- estuvo liado
Greta Garbo
© Cecil Beaton - Courtesy Cecil Beaton Studio Archive at Sotheby’s
La actriz Greta Garbo, con quien Cecil Beaton -autor del retrato- estuvo liado

Cómo iba a esperar nadie una carcajada de aquella niña pobre que vivía en los arrabales de Estocolmo. A Greta Lovisa Gustafsson no le sobraron los motivos para reírse desde el día en que, antes de la hora, su padre llegó a casa y le contó a su familia que había contraído la gripe española. En consecuencia, lo habían despedido del trabajo. 

La casa de Greta se hizo aún más pequeña y la alacena fue vaciándose lentamente. Por delante, el largo invierno sueco. La niña pasó el resto de su infancia cuidando a su padre, que nunca se recuperó de la gripe y murió cuando su hija tenía 14 años. Es decir, cuando aún quedaba mucho para que Greta se convirtiese en la Garbo y una sonrisa de sus labios, en el botín más codiciado del planeta.

Steichen retrató a todas las figuras de su tiempo. En esta foto, la actriz Greta Garbo
Greta Garbo
Edward Steichen

Según su biógrafa Karen Swenson, Greta Garbo no se matriculó en el instituto porque estaba convencida de que no cumplía con los requisitos exigidos, a pesar de que su andadura colegial, dificultada por la pobreza y la enfermedad de su padre, no había sido desafortunada. Swenson aventuró un marcado complejo de inferioridad para explicar el comportamiento de Greta.

Esta falta de confianza en sí misma la arrastraría la actriz durante toda su vida, que se apagó el 15 de abril de 1990 en un hospital de la lejana Nueva York, cuando para el mundo ya había pasado a ser un retazo vago pero reconfortante de memoria. El recuerdo de un momento de felicidad inexplicable durante la juventud. El recuerdo de una remota risa.

Greta Garbo en 'Ninotchka'
Greta Garbo en 'Ninotchka'
Cinemanía

"La convertiré en una estrella"

El implacable productor Louis Mayer viajó hasta Suecia para conocer a Greta Garbo y sentenció que la convertiría en una estrella. Y, apenas dos años después, había cumplido con su palabra: sus películas con John Gilbert la elevaron hasta una categoría que el séptimo arte no había conocido hasta entonces. Lillian Gish (El nacimiento de una nación, El viento y, décadas más tarde, la adorable viejecita de La noche del cazador) cedió su trono como reina del cine mudo americano a esta advenediza sueca, que afrontaba su ascenso a los cielos del séptimo arte y la vitola de la actriz mejor pagada de Hollywood con un rictus de escéptica frialdad.

<p>Greta Grabo y John Gilbert en otro de los retratos de Steichen cuando estaba a cargo de la dirección de fotografía del grupo Condé Nast</p>
Greta Grabo y John Gilbert 
The Art Institute of Chicago © 2014 The Estate of Edward Steichen/Artists Rights Society (ARS), New York.

No obstante, la Garbo sabía exactamente qué es lo que estaba funcionando tan bien en su carrera y no se dejó seducir por los cantos de sirena del éxito. Sus dotes interpretativas eran tan importantes como su sofisticada belleza y ponerlas en práctica requería de cierta intimidad: no podía dar lo mejor de sí misma si el set de rodaje se convertía en una turbamulta de admiradores, fotógrafos y técnicos que, con la excusa de vigilar una cámara, aprovechaban para observar de cerca a la nueva emperadora de Hollywood. 

Por tanto, la Garbo exigió que sólo los imprescindibles estuvieran durante el rodaje de sus escenas, que eran veladas para el resto por biombos y pantallas. “Sólo estando sola, puedo hacer con mi cara lo que quiero”. Así que fuera todo el mundo.

Greta Garbo en 'La reina Cristina de Suecia'
Greta Garbo en 'La reina Cristina de Suecia'
Cinemanía

La Garbo habla

Como el propio cine se ha encargado de enseñarnos (ante todo, Cantando bajo la lluvia y, décadas más tarde, su palimpsesto, Babylon), la irrupción del sonido fue una estampida que no todos los actores pudieron sortear. Durante años, los intérpretes se habían preparado para posar ante una cámara, para gritar en completo silencio y para besar apasionadamente sin que el inquietante sonido de succión les fastidiase el momento, pero no se habían preparado para hablar. La Garbo, además, tenía una desventaja añadida: su acento.

Clarence Brown, que ya la había dirigido varias veces, confió en ella para su primer papel sonoro. El título fue Anna Christie, en el que Garbo rompe a hablar a los 16 minutos de película para pedir una copa. Corría el año 1930 y la actriz estaba a punto de estrenar otra película sonora, también dirigida por Brown, y cuya interpretación dio lugar a un fenómeno hoy irrepetible: la Academia consideró que estaba tan bien en ambos papeles que la nominó como mejor actriz por su trabajo en Anna Christie y en Romance en una candidatura única que, no obstante, fue derrotada por la actuación de Norma Shearer en La divorciada. 

Greta Garbo en 'Anna Christie'
Greta Garbo en 'Anna Christie'
Cinemanía

La recepción de la prensa superó las expectativas: el New York Times describió el trabajo sonoro de la Garbo como “superior incluso a su actuación en películas mudas” y, a golpe de titular, alumbró una de las máximas más parafraseadas de la historia del cine: ¡La Garbo habla!”. Su locución vino acompañada de un suspiro de alivio colectivo: el de los espectadores, que seguirían disfrutando de la sueca; el de los directores y productores, por el mismo motivo; y el de los actores y actrices de su tiempo, que fueron conscientes de que si Greta Garbo había salvado aquel escollo, ellos también tenían una oportunidad.

Bette Davis, por ejemplo, reconoció que, dominada por la angustia, asistió a la proyección de Anna Christie. ¿Y si resultaba que la voz de La Garbo era chillona y desagradable? Entonces, ella, que nunca había actuado, tomaría la decisión de no intentarlo. Por eso, cuando la sueca dejó oír su voz grave y dominadora, Davis respiró. 

Por cierto, en Anne Christe, la Garbo se estrenó por partida doble, ya que, además de hablar, dio aquí su primera carcajada, que subrayó con la frase “Dios mío, nunca me había reído tanto”; una afirmación que, tomando en cuenta su contexto, tampoco tenía mucho que desmentir.

Demasiados rostros

Un pequeño salto de diez años, otra nominación al Óscar (por La dama de las camelias) y once películas: la Garbo acaba de estrenar Maria Walewska, el largometraje más promocionado de su año y, para sorpresa de los estudios, el público no acude a las salas para verlo. Inmediatamente, cunde el pánico ante la posibilidad de que Greta Garbo haya empezado a deslizarse hacia el crepúsculo de su carrera. El temor se acrecienta cuando la sueca, junto a otras actrices como Joan Crawford, es descrita como “veneno para la taquilla”. Garbo se marcha a su país natal y Hollywood la ve alejarse. 

Y, entonces, entra Lubitsch en escena. Los productores estadounidenses hacen una maniobra a la desesperada, en la que podían hundir de forma definitiva a Greta Garbo (y, con ella, a Lubitsch e incluso a su promisorio guionista con él, un tal Billy Wilder) o apuntarse el tanto de sus vidas. La jugada era esta: darle a La Garbo, la impertérrita y solemne Greta Garbo, su primera comedia. Hacerla reír era, para sus futuros, tan elemental como lo es para el novio el chiste con el que intenta hacerse perdonar un error inadmisible. Si ella soltaba una carcajada, había esperanzas.

, , , , , La cámara de Lubitsch, el guion de Billy Wilder y Charles Brackett y el encanto de una Greta Garbo en su primer papel cómico, que también sería el penúltimo de su carrera. Incluso el férreo bigotón de un Stalin en plena campaña de purgas (“Habrá menos rusos, pero mejores”) palideció ante tamaña entente, nominada a cuatro Oscar. Y no olvidemos a Bela Lugosi, en el rol de siniestro comisario político. Y. G., , Con tiranos o sin ellos, las golondrinas siempre vuelven., , , , ,
Greta Garbo en 'Ninotchka'
Cinemanía

El público y la prensa se mantuvieron al acecho, desempolvando el célebre titular de ¡La Garbo habla! para añadirle la corrección de rigor. Por supuesto, también es de esperar que se escribieran cientos de obituarios profesionales (Nadie se ríe con La Garbo, Esta broma ya no tiene gracia o, si el periodista sabía algo de español, La Garbo pierde el garbo). Pero esto último no pasó y los textos fueron, perezosamente, arrojados al fuego, porque la película resultó ser Ninotchka, una de las mejores comedias que jamás se hayan rodado y que resucitó la carrera de la actriz con una cuarta nominación al Óscar.

La resucitó, eso sí, para que ella misma la enterrase una película más tarde: tras filmar La mujer de las dos caras con George Cukor, masacrada por la crítica (“Hacerla ha sido mi tumba”, dijo de ella la actriz), la segunda guerra mundial frenó en seco su carrera y, con su avance, se fueron diluyendo sus energías por volver a actuar. Cukor, al que se culpó del temprano retiro de Garbo, negó que él hubiese tenido alguna responsabilidad: “El fracaso de La mujer de las dos caras no ayudó, pero decir que dejó de trabajar por esta película es una simplificación grotesca. Lo que ocurrió es que se quedó sin ganas de actuar. Se rindió”.

Los directores de cine se tomaron la labor de recuperarla para el cine como algo personal: Wilder le ofreció el personaje de Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses y Visconti, el de la reina de Nápoles en su adaptación malograda de En busca del tiempo perdido, pero la actriz se hizo la sueca. Su carrera había acabado, les gustase a los demás o no. La Garbo había hablado, había reído y ahora, simplemente, se iba. “Ya he hecho bastantes rostros”, le explicó a David Niven.

<p>Greta Garbo en la película 'Gran Hotel' según el ilustrador alemán Robert Nippoldt</p>
Greta Garbo en la película 'Gran Hotel' según el ilustrador alemán Robert Nippoldt
© Robert Nippoldt / TASCHEN

Silencio en Nueva York

Su vida posterior tiene más de elucubración que de biografía seria. Aunque se ha exagerado con la soledad monacal a la que presuntamente se sometió, la Garbo redujo sus apariciones en público y esperó, pacientemente, a que la ola del nuevo Hollywood la engullese: con ella, llegarían nuevos actores, nuevos ídolos y nuevas novias para América, dejando a la protagonista de Ninotchka en paz. Y justo así ocurrió. El mismo público que había olvidado Lillian Gish para enamorase de Greta Garbo se olvidó, unos años después, de ella.

La actriz se mudó a Manhattan, garabateó una “G” en el porterillo de su edificio y les dijo a sus conocidos que se refiriesen, de ahora en adelante, a ella como Miss Harriet Brown, un incomprensible alias que sólo sus amigos íntimos tenían permiso para no emplear. Eso sí, las alternativas que les quedaban eran, o bien Miss Garbo, o bien G.G. Si alguno usaba el nombre de Greta, Greta le daba la espalda.

Curiosear a través de sus cortinas se convirtió en el deporte nacional de las redacciones y los análisis psicológicos a vuela pluma se imprimieron por centenares: unos le diagnosticaron trastorno bipolar porque “unos días estaba contenta y otros no”, mientras que la mayoría estuvo de acuerdo en que tenía depresión crónica porque, supuestamente, la actriz le confió a una amiga, en la víspera de su sexagésimo cumpleaños, que “mañana es el aniversario de una pena que nunca me abandona”

Su actividad bajo las sábanas tampoco estaba exenta de interés: con pasmosa facilidad, la Garbo recorrió una etapa como frígida, otra como devoradora de hombres, una más como ecuánime bisexual y, la última, como lesbiana con contadas excepciones. Quizá, la anécdota que mejor ilustra estos años de ocultación la proporcionó Liv Ullmann, la musa de Ingmar Bergman, a la que apodaron La nueva Greta Garbo a pesar de ser noruega.

Gabardinas, calzado, vestidos y accesorios que lució Greta Garbo, en el cine y en el ámbito personal, se muestran al público en Milán.
Gabardinas, calzado, vestidos y accesorios que lució Greta Garbo,en una exposición milanesa.
Salvatore Ferragamo

En 1977, Ullmann interpretaba a Anna Christie en Broadway. Una mañana, caminando por Nueva York, la actriz reconoció la silueta de Greta Garbo en la de una anciana paseante y se aproximó a ella para pedirle consejo sobre aquel personaje con el que Garbo se había estrenado en el cine sonoro. Pero Garbo, al verla acercarse, echó a correr (o su equivalente para una mujer de más de setenta años) y Liv Ullmann, como había hecho Hollywood, no trató de atraparla en su huida a través de los árboles.

Trece años después, Garbo falleció en un hospital de la ciudad de los rascacielos, aquejada de neumonía, entre toses y estertores que, quizá, la hicieron pensar en aquellos años en los que cuidaba de su padre en un diminuto apartamento de la calle Blekingegatan ya derruido, cuando, arrullada por la dolorosa agonía de su padre, Greta Lovisa Gustafsson se convenció de que la vida no tenía ninguna gracia.

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