Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Samantha Hudson: lo que delata la indignación que provoca

  • "Cuidado cuando la simpleza de los populismos de las redes sociales impiden ver los contextos. Ni siquiera entonces parece permitirse a las personas cambiar de opinión".
  • El disfrute de odiar
Samantha Hudson en su Instagram.
Samantha Hudson en su Instagram.
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Samantha Hudson en su Instagram.

Doritos contrató a Samantha Hudson por el tirón de Samantha Hudson. Pero Doritos ha tenido que rescindir su colaboración con Samantha Hudson por ser Samantha Hudson. Es la perversa contradicción en la que caemos si prestamos demasiada atención a los delirios de las redes sociales, donde las marcas pueden asustarse rápido por dar autoridad a comentarios de los haters de protagonistas de la escena viral.

Y, en este sentido, Hudson consigue un equilibrio complicado. Por un lado, es una persona que rompe con los moldes sociales, lo que provoca el despertar de las indignaciones de aquellos excitados por sus propios prejuicios. Por otro lado, construye un discurso tan claro, creativo e irónico que su mensaje roza lo mainstream. Así se produce un casamiento de puntos aparentemente opuestos, causando que grandes marcas quieran la influencia de Samantha y, a los cinco minutos, se asusten por haber fichado a Samantha. La contradicción la llevamos dentro.

La compañía de chips doraditos se ha encontrado con que usuarios de las redes han empezado a recuperar tuits añojos de Hudson que son deleznables. Más aún si son leídos fuera de su contexto, que surgen del típico disparate de un adolescente perdido y peleado con el mundo. Pero en las redes sociales no importan los contextos. Ni siquiera parece permitirse a las personas cambiar de opinión. Mucho menos la reinserción social. Como si las personas nunca maduraran, como si los tiempos nunca evolucionaran. Esta simplificación que aceptamos, y que ha permitido el auge de determinados populismos, paraliza los matices que son la base de la conciencia crítica hasta para aquellos que se creen los más críticos. Y, claro, hay firmas comerciales que sucumben a las presiones de unos pocos ruidosos, por miedo a campañas de cancelación.

Aunque este conflicto en el fondo va más allá: a Samantha Hudson jamás se le permite pasar página de aquellos tuits, que ya ha explicado y repetido disculpas, ya que sólo son la coartada para sentenciar a una persona que es imposible de encajar en los moldes que nos enseñaron que eran 'gentes de bien'. No es una persona de esas que llaman 'normativas', ni quiere serlo, es Samantha Hudson. Pero es que encima tampoco es la nota de color excéntrica aceptada socialmente como divertimento exótico que hace sentir a algunos cierta superioridad mental. El motivo: Hudson cuenta con un discurso, impregnado de una corrosiva profundidad. Su ingenio hace pensar a aquel que la escucha. Descoloca sus convencionalismos. Eso todavía molesta más. 

Pero algunos se quedarán siempre en resucitar los tuits de los cabreos y tempestades de las bravatadas de la edad del pavo y las épocas de demandar casito a gritos. Así autojustifican sus odios, aunque lo que ciertamente fastidia es que Samantha Hudson ya no esté en ese punto iniciático tan desolador, y haya seguido creciendo hacia otros lugares en los que va encontrando altavoces en las que se permite crear, probar, equivocarse, entenderse, incluso romper sus propios corsés y hacerlo sin necesidad de sobreactuar el placer de comer Doritos.

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