Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El disfrute de odiar

Belén Esteban en 'Sálvame'.
Belén Esteban y Paz Padilla en el desaparecido 'Sálvame', dos rostros que no crean indiferencia.
Mediaset
Belén Esteban en 'Sálvame'.

Criticar es el entretenimiento más universal. La televisión, como gran medio de masas, no iba a salir ilesa del disfrute de la ofensa. De hecho, existe una imponente audiencia que sólo acude a programas para poder odiarlos. Se trata de un público que se indigna pero, al mismo tiempo, no puede dejar de conectar con aquello que le horroriza. 

No sólo sucede con la televisión clásica, también en las redes sociales, que son el invento perfecto para evadirse lanzándose a la crítica intensa e instantánea. Como consecuencia, excitar el termómetro del cabreo impulsa la influencia social en la era de la viralidad. Que se lo digan a los políticos. La frase "si no sales en la tele, no existes" ha dado paso a "si no agitas, no te miran".

Ya en la década de los noventa las cadenas se percataron de que destacaban aquellos contenidos y personajes que despiertan en el espectador cierta rabia que, a la vez, se transforma en una especie de sensación de supremacía. "A mí no me va tan mal", piensa un tipo de audiencia al ver en directo las miserias ajenas. Incluso cómo algunos utilizan a personas para reírse de ellas. De las mofas de Crónicas Marcianas a las encuestas callejeras de TikTok. 

Lo que produce un perverso doble efecto: parte del público que consume tal contenido es el mismo que predica el daño que realiza a la sociedad. Hasta incidiendo en la mala educación que dan a las nuevas generaciones. Aunque no puede dejar de verlo, claro. Es más, gasta mucha energía en opinar sobre sus tramas. Hasta transformarse, sin percatarse, en el mayor fan, ya que sus comentarios favorecen la visibilidad del espectáculo que dice denostar.

El espectador ofendido, a menudo, genera una dependencia con los programas, series y personas reales que detesta: los necesita para socializar, para digerir la frustración personal, para evadirse de sus problemas cotidianos, para canalizar la ira y para no afrontar desafíos reales fuera de la pantalla que, ahora, hasta nos acompaña en nuestra propia mano. Porque la vida sin nada que reprobar es más aburrida.

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