Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Guía para no caer en la trampa de los 'opinólogos'

Esto no lo verás en los Telediarios.
El nuevo logo de Twitter
El nuevo logo de Twitter, una de las principales redes de opinión desde la emoción
Efe
El nuevo logo de Twitter

"Esto no lo verás en los Telediarios". Hay mensajes que se lanzan para captar nuestra atención instantánea. Y lo consiguen, todo el rato. Son aquellos que van directos a por nuestra emoción a través de la admonición conspiranoica o la sensibilidad identitaria. "¡Qué la gente abra los ojos!", gritan. "¡No te lo están contando!", afirman. A menudo, no te lo están contando porque no es cierto. Pero da igual, estas coletillas logran su efecto: son útiles para enfatizar y camelar nuestra curiosidad.

Influencers, tertulianos, tiktokers tuiteros famosos basan su éxito en la contundencia y la expresión tajante. No necesitan argumentar o aportar fuentes que verifican sus afirmaciones, pues entonces se complicarían sus reflexiones. Y no se propagarían con el fervor de la excitación. Como consecuencia, la especulación corre por los caminos: es fácil, impacta y no genera indiferencia. Ayuda que el predicador de turno verbalice los discursos con una altísima seguridad sobre lo que narra, aunque para ello tire de frases hechas vacías como "con la que está cayendo". 

En cambio, los expertos acuden a la complejidad que sostiene la realidad. Buscan premisas, analizan experiencias y datos, adquieren perspectivas. Y, después, extraen conclusiones. Demasiados matices para los tiempos simplificados en los que consumimos la opinión al galope. El problema es que la verdad contrastada queda invisibilizada por compleja en un espectáculo que aplaude ideas cortas en frases largas. 

Añadir sílabas absurdas otorga cierta imagen de reputación a la demagogia que nos tiene rodeados. Todos picamos el anzuelo. La meta no es comprender, ahora lo relevante parece ser el aplauso, el retuit o el zasca que da la razón a nuestros anhelos. Así los debates se han ido transformando en una sucesión de monólogos con técnicas de reality show, donde se irrumpe constantemente, se eleva la voz y existe una cierta obsesión hasta con la amenaza: "te voy a llevar a los tribunales". As en la manga para escenificar que uno lleva la razón. También se profieren expresiones del estilo de "háztelo mirar". De esta forma, se desacredita al oponente patologizándolo y, de paso, convirtiendo a la persona en personaje.

La sobreactuación arrasa con la profundidad en el frenesí de la viralidad. ¿Cómo poner remedio a tanto ruido? Debemos desconfiar de quien puede resumir la complejidad en un estribillo. Quizá, así, esquivemos mejor los estímulos que nos llegan de los neocuentistas. Ellos, acechándonos constantemente en la multipantalla de redes sociales que portamos en el bolsillo y, también, marcando la agenda de los medios tradicionales. Nuevos referentes con una expresividad magnetizadora que suma muchos 'likes', independientemente de que atesoren conocimiento cotejado o vehemencias hipnóticas. Es indiferente, pues nos creemos informados pero, la mayor parte de nuestro día, elegimos estar entretenidos consumiendo emociones colocadas en nuestra cabeza al estilo de las tómbolas. La verdad es lo de menos, lo principal es el alboroto de otro perrito piloto.

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