Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La edad de oro de la desinformación: así la mentira apisona la conciencia crítica

Pinocho
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Siempre ha existido buen y mal periodismo, pero la desinformación nunca ha tenido tantas herramientas tecnológicas a su servicio. Un escenario que demanda una postura muy activa al receptor ante tal caudal de impactos de todo tipo, noticiosos y toxicosos. La audiencia necesita saber separar lo dañino de lo que no lo es. Pero tampoco parece que exista un afán por alimentar la conciencia crítica social. Así somos más manejables. Los ciudadanos nos hemos convertido en meros consumidores en una sociedad de aplicaciones. Y ni siquiera nos cuestionamos qué intereses hay detrás de la mayor parte de mensajes que nos aparecen en pantalla. 

Como consecuencia, estamos más informados que nunca y, a la vez, más aturdidos. No siempre discernimos bien entre espectáculo e información útil, independiente y contrastada. A menudo, ni queremos hacerlo: preferimos confiar en aquello que despierta la emoción de nuestras expectativas o indignaciones. De hecho, aquellos que lanzan embustes en las redes crecen y crecen en seguidores y visibilidad. Porque los algoritmos amplifican y promocionan su mensaje gracias a sus followers creyentes y, sobre todo, gracias a los que, indignados, intentan rebatir. Aunque, al final, parece que da igual que sea mentira, pues nos estamos acostumbrando a que ante la falsedad tampoco ocurra demasiado. Así que la mentira no estará tan mal. Y nos conformamos. 

Los propios informativos de la tele lo sufren. Intentan reencontrarse con su audiencia, pero al mismo tiempo quedan seducidos por las fanfarrias, las de las propias redes sociales en sus tratamientos virales y la de los propios juguetes técnicos en realidad aumentada, que pueden llenar un plató de cosas para impresionar más que para clarificar.

Estamos desorientados. La información se elabora y ve a tal velocidad que apisona la capacidad de pararnos a pensar. Perfecto para aquellos que quieren manipular nuestras emociones. Con este panorama, el sentido del periodismo clásico y los Telediarios se multiplica. Son cruciales para cribar y enfocar todo lo borroso. Pero, también, se ha buscado su descrédito social por aquellos que buscan ponzoñar el rigor del periodismo real y, así, poseer vía libre para sus intereses. Y hay medios de comunicación que lo han puesto muy fácil: tomando partido hasta perder la perspectiva de los rincones de las sensibilidad social.  Sensibilidad social que algunos hasta menosprecian, infravalorando la inteligencia del espectador, lector u oyente. O usuario, cliente o fan.

"Estamos confundiendo conciencia crítica con zasca e incluso periodismo con vehemencia".

¿Cómo mejorar la credibilidad? Las redes sociales son un espejo resquebrajado de la realidad. El periodismo debe alumbrar el paso y no las pasiones instantáneas de la viralidad. Ante tanta "noticia" anónima, la audiencia terminará primando periodistas con nombre propio, expertos en un ámbito o reconocidos por su pedagogía que anima a mirar más allá y divulga aquellos matices que construyen el todo. Y que necesitamos nos sean explicados desde la autenticidad. No por lectores de autocue o memorizadores de teletipos. De ahí el éxito de determinados tiktokers.

Toca marcar agenda social a través de reivindicar la crónica y el reporterismo de contexto. Ese contexto elaborado que descifra el ruido, motiva la curiosidad honesta y activa el entendimiento sereno, de periodistas y audiencia. Suena a palabras bonitas, pero sin profundizar en la precisión del arte de comprender nos quedamos embobados por el show de la exaltación de los prejuicios, que ya contagia todo. Y así la sociedad democrática se empobrece, pues está confundiendo conciencia crítica con zasca, incluso periodismo con vehemencia.

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