Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Rubiales: así resumió en su discurso el machismo de manual (sin darse cuenta)

Europa Press

Luis Rubiales creía que estaba defendiéndose. Incluso creía que estaba demostrando su autoridad. En realidad, sólo estaba inmortalizando ante las cámaras de televisión el machismo social a través de un errático discurso, digno de tasca en los años setenta. Pero España no vive en los años setenta. 

Rubiales salió ante el micrófono para dejar claro el poderoso hombre que es. Nadie le iba a hacer dimitir, lo gritó varias veces, quizá porque desde pequeñitos nos insistieron que los machos tienen que ser fuertes y que nada de rendirse. Objetivo retratado: la posteridad ahora cuenta con una comparecencia pública grabada que sirve para desaprender de manera fácil, didáctica y práctica técnicas que históricamente utilizaba la cultura machista para oprimir y que, ahora, observamos con conciencia crítica. Al menos, la mayoría.

Siempre se repite la misma historia. Se minimiza la agresión con excusas peregrinas. Y se culpabiliza a la víctima. El agresor, en cambio, habla de sí mismo como un pobre que está sufriendo una campaña de acoso. Para hacer creíble su "martirio", se suele acudir a la conspiración prefabricada. Así se intenta dar la vuelta a la situación con ayuda de la óptica misógina que tradicionalmente señala a la mujer con 'algo habrá hecho', 'algo querrá', 'se habrá insinuado'... 

Y se suele deshumanizar a la víctima real atrincherándola dentro de un colectivo transformado en un chivo expiatorio. 'El feminismo, qué malo es', por ejemplo. De esta forma, se abstrae a las personas y se las reduce a un conspiranoico ente, clan, lobby o movimiento con fines oscuros.

Entonces, resuenan los aplausos de aquellos con los que compartes poder y, desde su privilegio, no empatizan con la persona vulnerable. Aunque esa ovación sólo nubla aún más la vista e impide ver el daño que estás haciendo. Incluso impide saber que libertad no es hacer lo que te da la gana o lo que te salga de allá mismo. Libertad no es sinónimo de sometimiento, como algunos parecen creer. Libertad es respeto, libertad es convivencia, libertad es sensibilidad. 

Sin embargo, hay un mundo de machos alfa a los que les repitieron desde bien niños que 'los chicos no lloran'. De hecho, creen que la sensibilidad es una debilidad. Y cuando tratan a las mujeres lo hacen con ese paternalismo del 'cariñete', del 'achuchón', de las palmaditas en la espalda, de la 'risita', del 'qué dulces', 'qué seres de luz'. Y, claro, salen los besos no consentidos. Eso sí, si piden mismos derechos, se las tilda de 'caprichosas'. Reacción que, por supuesto, también es paternalismo. 

Otro clásico: tutelar. El hombre por encima de la mujer para enfatizar su poder. Poniéndose delante de ella en el instante en el que es la protagonista. Hasta diciendo cómo piensa. Es más, no duda en utilizar a unas hijas en una comparecencia pública. Argucia que se repite como defensa vacía por algunos: 'cómo voy a ser machista si tengo hijas, madre y mujer'. El equivalente al 'tengo muchos amigos gays', excusa muy usada antes o después de un ataque LGTBIfóbico. 

La condescendencia es la base de la discriminación. Muy habitual en la manera de comunicar el deporte femenino. Lo hemos visto también en prensa, donde a Luis Rubiales se le ha llamado por su apellido y a Jenni Hermoso se le ha titulado con sólo 'Jenni'. La mujer tratada con ese punto infantil y amateur, el hombre con el apellido de solemne autoridad. Los nombres en un titular deben ser equitativos, pero venimos de una cultura de diferencias dependiendo del sexo.  El abanico es más amplio de lo que parece. Al maestro de periodistas Jesús Hermida jamás nadie le llamaba 'El Hermida', mientras que a la maestra de periodistas María Teresa Campos se denomina 'La Campos'. Matices, detallitos que vienen de lejos. 

Rubiales podía haber aprendido algo de lo que se ha reflexionado estos días, por unos y otros, sobre sus formas de celebrar un triunfo mundial. Pero ganó su fanfarrón alarde de poder y su masculinidad de matón de la clase. Una arrogancia que le impidió intuir que con su discurso-pataleta estaba proyectando todo aquello que pretendía rebatir.  Incluso que no reúne los valores de una institución deportiva. No estaba dimitiendo, se estaba quedando solo con sus aplausos.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento