Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Tino Vega, el hombre orquesta que no conoces y llevas 30 años escuchando sus músicas en la tele

Tino Vega en una vieja imagen de 'El Gran Circo de TVE', metido en la piel literal del hombre orquesta.
Tino Vega en una vieja imagen de 'El Gran Circo de TVE', metido en la piel literal del hombre orquesta.
RTVE
Tino Vega en una vieja imagen de 'El Gran Circo de TVE', metido en la piel literal del hombre orquesta.

El Gran Circo de TVE tenía un hombre orquesta encima de la puerta de entrada a su inmensa pista central, instalada en aquellos históricos Estudios Buñuel que se demolieron para hacer pisos de lujo. Su nombre, Tino Vega. Eran los años noventa y Miliki había renovado el programa infantil que cambió España con unos payasos hábiles para entender la televisión y la sociedad como un inteligente espectáculo en donde cabían todos. Hasta cuando el show recibía la etiqueta de infantil.

Los payasos de la tele captaron rápido la importancia de potenciarse en la figura del director artístico, profesional que coordina, mima y moldea toda la fantasía que hace singular a la creación audiovisual. Ellos ejercían tal oficio. Como consecuencia, consideraban protagonistas a los sonidos, la música.

Con Miliki y Rita Irasema, Tino Vega ya estaba ahí, en el fondo del plano. Pero sobre todo le escuchábamos. Le seguimos escuchando. Aunque ni siquiera sepamos quién es. Porque Tino Vega se mantiene como el gran hombre orquesta de la tele treinta años después. Es quien da forma al ambiente sonoro de tantos programas de entretenimiento que vemos, pero que también nos entran por los oídos. Su mano maestra para colocar la canción correcta en el instante adecuado nos va marcando emociones y risas de El Gran Circo de TVE a Sé lo que hicisteis.

Porque la televisión es como una factoría  en la que cada miembro del equipo va ensamblando una pieza singular. Y la música es crucial para abrazar la atmósfera de cualquier emisión, para arropar silencios incómodos, para incidir en puntos de inflexión en la trama, para impulsar la carcajada compartida, para que el ritmo no decaiga nunca.

Lo sabían los payasos de la tele, lo sabía Chicho Ibáñez Serrado que tuvo clara la necesidad de trasladar el valor de la banda sonora de las películas cinematográficas al entretenimiento televisivo, ya fuera un concurso o un divulgativo de sexo. Aunque, al principio, lo complicara aquellos largos procesos de montaje analógico de un programa semanal de televisión. 

La música de fondo no sólo es decoración. Así, el Un, dos, tres... incorporó un abanico de sintonías como gran truco. El mítico concurso se grababa en dos días y contaba con un arduo proceso de postproducción  posterior que disfrazaba muy bien los cortes de edición. El motivo: estos programas se construían a través de una estructura previa muy definida, los elementos del show bien atados: realización, guion… y música. Todo estaba estructurado y todo tenía su cometido. También las bases musicales, que aderezaban cada instante del concurso y disimulaban los cortes de edición por la continuidad que otorgaban las músicas.

Pero, sobre todo, esas mismas músicas iban marcando el tono de cada sección del concurso. Iban sugestionándonos como espectadores. Las diferentes composiciones propias de Un, dos, tres... daban identidad al programa a la vez que definían el estado de ánimo que requería cada momento: la subasta tenía su reconocible tema de emoción, la eliminatoria su recurrente sintonía con un toque de chispeante adrenalina, la apoteosis contaba con su fanfarria álgida y si aparecía Serrador se metía de fondo una melodía siniestra. La música ayudaba a definir la personalidad de los personajes que salían a escena. También del propio Chicho.

Porque los programas al igual que la ficción deben cuidar sus propias bases musicales para ser únicos. Ahora la tecnología ha evolucionado, tanto que la realización sonora de un programa se hace en frenético directo. Multitud de músicas están disponibles con sólo un clic. Y ahí ha seguido todo este tiempo Tino Vega, demostrando la relevancia de la figura del hombre orquesta que ya ni siquiera necesita instrumentos.

Vega ha vivido en primera persona una colosal transición técnica, pero hay algo que no cambiará nunca en su oficio. Porque es un oficio: la cualidad de escuchar para enriquecer el relato. Ahí sigue siendo vital aprender del origen de la tele artesanal para transmitir mejor la magia de la emoción que se produce en un plató. No se trata de sólo poner músicas y fanfarrias, es el arte de la sensibilidad de narrar historias.

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