Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El día que los programas infantiles afrontaron la muerte: la emocionante lección de 'Los Payasos de la Tele' y 'Barrio Sésamo'

Los payasos de la tele anunciando la muerte de Fofó en El Circo de TVE.
Los payasos de la tele anunciando la muerte de Fofó en El Circo de TVE.
RTVE
Los payasos de la tele anunciando la muerte de Fofó en El Circo de TVE.

Hay tabúes que se hacen aún más grandes en los programas infantiles. La muerte no es cosa de niños, mejor mirar para otro lado. Aunque la ficción de los ochenta no tuvo ese pavor. Incluso en los dibujos animados.

Véase el adiós a Chanquete. Es la gran muerte de una serie española. Aún se recuerda, aún se repite en emisión. No lo superaremos nunca. Colocada en la trama en el momento perfecto, no en el final-final de la ficción, un poquito antes para matar la inocencia de todos los personajes protagonistas (y del propio espectador) y, así, valorar más la vida en la catarsis del recorrido hacia el fin de aquel Verano Azul en el que nos sentimos reflejados. Porque hablaba de nosotros, de nuestra sociedad, de nuestros sentimientos, de cómo estábamos cambiando en lo cotidiano como país. Y de lo que no cambia nunca, nuestros miedos reales. 

Siguiendo en el mundo de la ficción, esta vez grupal, hay otro desenlace que marcó a la generación EGB: David el Gnomo y Lisa se fueron a la montaña comprendiendo que era la hora de morir. Ellos mismos cogieron las riendas de su muerte sabiendo que, allí, en lo más alto, se iban a convertir en árboles. Una estampa fantasiosas que es una de las muertes mejor resueltas en la pantalla, enfrentándonos al ciclo vital con metafórica sensibilidad. 

Swift, el zorro de David el Gnomo, miraba emocionado, desde la lejanía, cómo se transforman en árboles. Aunque, antes de terminar el episodio, Swift ya se encuentra con un nuevo Gnomo. Y sigue trotando su vida junto a otro compañero de viaje. También didáctica alegoría en el cierre de unos dibujos animados.

La tele de los ochenta había dejado de tratar a los niños con condescendencia. Al menos, a ratos. Y buscaba su complicidad con la inteligencia que merecían, incluso sin miedo a los finales de ficción que el espectador no quiere encarar, pues hay temas que nos invitan a mirar para otro lado. Pero la realidad no lo permite. Y ahí no existe la posibilidad de edulcorantes licencias dramáticas.

Cuando falleció en 1982 el actor de Will Lee, que interpretaba al quiosquero Mr. Hooper en Barrio Sésamo, el legendario programa podía haber omitido la desaparición del actor y directamente reemplazar al personaje por otro intérprete, como suele pasar en muchas producciones. Sin embargo, se decidió hablar del fallecimiento y realizar el homenaje que merecía Lee. Por primera vez en la televisión norteamericana, un espacio infantil explicaba la muerte como parte intrínseca de la existencia. Y se hizo a través de una trama magistral, donde Big Bird (el Espinete norteamericano) iba regalando entrañables retratos a cada icónico personaje del barrio. Entonces, de repente, sacó la ilustración de Hooper. Pero allí no estaba Hooper para recogerla. ¿Dónde estaba Mr. Hooper? Se mezcló realidad y ficción, y se trató la muerte real con una brillante inteligencia divulgativa que emocionó, sobrecogió. El estudio se quedó completamente mudo. Mientras, el zoom de la cámara se alejaba mostrando más vacío que nunca aquella calle de aquel Barrio Sésamo.

En ese momento en España ya habíamos pasado un duelo televisivo en nuestra televisión infantil. Años antes, Los Payasos de la Tele tuvieron que despedir a Fofó.  Gabi, Miliki y Fofito grabaron un vídeo que RTVE guarda en su archivo con las imágenes en bruto. Es decir, la cinta sin editar, al completo. Con lo que se vio. Y con lo que no se vio por la tele.

Con el cambio de expresión de los payasos entre lo que supuestamente se iba a emitir y lo que sí se emitirá. La emoción de la mirada al infinito de Miliki, el cigarrillo nervioso en la mano de un serio Fofito, el recuerdo a la importancia de la familia que recalca Gabi, el lenguaje inclusivo hablando a niños y niñas en un tiempo en el que no se sabía lo que era lenguaje inclusivo.

El silencio del plató, sólo roto por la voz del realizador y por el aplauso de apoyo de los trabajadores de TVE, transmite la crudeza de aquella grabación que habla de dolor, pero también de afrontarlo compartiéndolo. Esto no era un guion de ficción, esto es la realidad. Y aquellos programas infantiles trascendieron porque escuchaban la inteligencia de su audiencia, los niños, que quieren respuestas, que tienen su visión del mundo tan verdadera como los mayores, que no son ilusos, que están descubriendo la vida desprejuiciadamente de frente.

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