Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Cómo sería 'Verano Azul' si fuera de Netflix en 2021

El equipo de Verano Azul en 1981
El equipo de Verano Azul en una foto de 1981
RTVE
El equipo de Verano Azul en 1981

Verano Azul ha cumplido este mes de octubre 40 años desde su estreno en TVE. Sí, porque la memorable serie dirigida por Antonio Mercero no la vimos en verano. Su primera vez fue en temporada alta otoñal, como merecía la gran producción que era. Después, ya vendrían las reposiciones estivales, que han continuado hasta la actualidad. Y prácticamente siempre subiendo la audiencia de TVE. ¿Por qué? Porque, aunque no lo creamos, Verano Azul sigue vigente cuatro décadas después. La ficción no deja de ser un retrato sin fecha de caducidad sobre la ingenuidad infantil y juvenil. Enfocó sin demasiados eufemismos temas universales que no dejarán nunca de estar presentes y que se sustentan en la pérdida de la inocencia, el gran choque vital.

Pero, además, estos temas que son la columna vertebral de la historia se entremezclaron con el compromiso de Mercero a la hora de retratar su propio país y la cotidianidad de sus gentes. Y lo hizo justo cuando España estaba pasando la edad del pavo de la transición. Así se generó una historia limpia de algoritmos que habla de una candidez irrepetible, de la pandilla y de aquella España.

Hace años, hubo un proyecto para realizar un remake actualizado de Verano Azul. Un reto complejo si no se quería malograr el recuerdo de un fenómeno televisivo irrepetible. Finalmente el proyecto se cayó. Casi mejor. Pero ¿cómo sería Verano Azul si se hubiera rodado en 2021?

Para empezar, la sintonía de la serie duraría sólo cuatro silbidos. No vaya a ser que el espectador se aburra de tanta icónica canción y acelere el visionado o desista sin cumplir los dos minutos de rigor que hacen falta para que una plataforma contabilice el visionado. Tampoco la pandilla andaría en bicicleta por localizaciones reales y reconocibles de Nerja. Mejor una ubicación que no tenga identidad propia. O quizá el público del otro lado del globo terráqueo no se sienta representado. De ahí que Netflix opte hoy en día por series situadas en lugares intercambiables y con mucho croma de por medio. Que todas las ciudades parezcan la misma con un código de globalidad que en realidad no existe y supone una merma importante de la diversidad cultural. Y, a ser posible, sin que nos percatemos o pensemos en ello. Hay que devorar y devorar "contenido". Y luego tuitearlo. Reflexionarlo es lo de menos.

"Piraña no podría llamarse Piraña"

Así que Chanquete, Julia, Javi, Bea, Quique, Desi, Pancho, Tito y Piraña vivirían en una playa sin nombre. Bueno, de hecho, alguno de ellos ni siquiera podrían tener su propio mote. Aunque los motes sigan existiendo en la realidad social. Piraña no podría llamarse Piraña por aquella broma de que come mucho. O se molestará alguien. Como si las series tuvieran que ser ejemplo de algo, cuando su mejor función es radiografiarnos como somos sin medias tintas. Con lo bueno y lo malo. Mercero lo hacía: trataba al espectador con la inteligencia que merece, no con la condescendencia de tutelar lo que se puede ver y no.

El gran superpoder de Mercero era la capacidad para mostrar la verdad de la sociedad. Pero si Verano Azul se rodara hoy, ni siquiera el casting de cuerpos no normativos de los actores sería posible. Seguro que abundarían los cuerpos perfectos, de gimnasio. Mucho gimnasio. Y mejor si ya vienen de casa con muchos followers y likes en Instagram. Y con alguna joven estrella latinoamericana, para que funcione de primeras también allí. Nada que ver con Verano Azul, donde los intérpretes no estaban contaminados ni siquiera sobre cómo debe actuar un actor. El propio Mercero dejaba a Juanjo Artero y sus compañeros hacer el guion suyo, metiendo sus coletillas cotidianas para que fuera todo más real. Ese intercambio generacional de aprendizajes también fue clave en el fenómeno de Verano Azul y el éxito de su pandilla. No sólo en cómo se habla, también en el choque de personajes de más y menos edad. Como la propia vida.

"Un personaje como Chanquete quizá estorbaría. Y, de existir, Pancho no gritaría 'Chanquete ha muerto"

Ahora, en cambio, tal vez Verano Azul probablemente sólo podría tener gente guapa y joven como protagonista. No vaya a ser que alguien que se salga del canon de edad haga disminuir el interés. Un personaje como el de Chanquete quizá estorbaría. Y, de existir, desde luego, Pancho no gritaría aquello de 'Chanquete ha muerto'. La pandilla se enteraría de su fallecimiento por WhatsApp y contestarían con emoticonos de cara triste. Después le dedicarían un vídeo en TikTok donde dejarían claro que han llorado.

Lo que sí ganaría a buen seguro la ficción es que hablaría de diversidad sin rodeos. Si hoy la pudiera rodar Antonio Mercero, también plasmaría con habilidad todas las preocupaciones que las series de hoy a veces evitan tratar para evitar problemas. No obstante, él ya lo hizo en su época. Habló de transexualidad en Farmacia de Guardia cuando no sabíamos muy bien qué era. También del estigma del SIDA. Y en Verano Azul se adelantó hasta a tratar el ecologismo o la especulación de las constructoras.

Y el final de la serie fue triste como suele ser la propia vida. Con Julia marchándose a otra parte con su demoledora soledad y perdiendo, tal vez para siempre, de vista a los amigos que había hecho. Esos chicos y chicas a los que se les empezaba a escapar la ingenuidad de la juventud mientras sonaba "El final del verano" del Dúo Dinámico de fondo. Hoy quizá se buscaría un final más reconfortante, un hilo de esperanza para no amargar al público y que no recuerde con aureola de tristeza y melancolía la ficción.

Hemos perdido muchos prejuicios, pero las series han ganado en clichés acomodados. Quizá ese es el otro gran aprendizaje del éxito y cariño eterno hacia Verano Azul. Su función fue simplemente retratar cómo éramos y lo que supone crecer, más allá de meter en una coctelera ingredientes qué "funcionan" o "tienen tirón" según lo algoritmos. Y vamos que si nos retrató... con nuestros eufemismos de la época, con nuestros prejuicios y, sobre todo, con una inocencia a la que no podremos volver nunca.

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