Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El fracaso que convirtió a 'Operación Triunfo' en un fenómeno de éxito

Aitana actúa en la gala final de 'OT 2017'.
Aitana actúa en la gala final de 'OT 2017'.
RTVE
Aitana actúa en la gala final de 'OT 2017'.

Nadie quería 'Operación Triunfo' a principios de los dos mil. Los responsables de las cadenas de televisión habían empezado a interiorizar que la música no funcionaba en horario de máxima audiencia. Aunque, en realidad, el problema radicaba en que los programas con canciones que se habían probado eran simplemente aburridos. Playbacks previsibles en escenarios ya vistos. ¿Qué sentido tenía ver a un cantante mover la boca cuando dispones de su videoclip? De eso sabían mucho los maestros de la vieja televisión, que en cada actuación musical intentaban narrar una historia que dejara atento e incluso patidifuso al público. Véanse las 'Galas del Sábado' de Joaquín Prat y Laura Valenzuela o los especiales del atrevido Valerio Lazarov, donde los cantantes jugaban con la cámara.

Esta cualidad de la televisión era de sobra conocida por los artífices de 'OT'. No bastaba con cantar, las canciones había que interpretarlas con cierta actitud. Y encima el formato llegaba para mostrar el proceso, ya que los protagonistas del espectáculo aprendían delante de las cámaras en una academia. Convivían, pero no se parecía a 'Gran Hermano", que había llegado un año antes. La revolución estaba de nuevo servida. La música en horario de máxima audiencia empezaba a cambiar. Los artistas reputados dejaban de ser los reclamos en el escenario para dar paso a anónimos con el superpoder televisivo de que eran uno de los nuestros. Podían ser hasta de nuestro barrio, pues vestían no solo con nuestra misma ropa de tienda barata, sino que afrontaban la idea de un posible éxito con la misma ingenuidad.

Este ya cercano 22 de octubre se cumplen 20 años del estreno del primer OT. Llegó sin expectativas y, poco a poco, se convirtió en un fenómeno irrepetible de audiencias estratosféricas. Todos los canales hablaban de lo que sucedía en la academia o se quedaban fuera de juego. Hasta la prensa denominada seria abría sus portadas a Rosa, Bisbal, Bustamante y Chenoa. La fama masiva y mastodóntica se materializaba más aspiracional que nunca para el público.

"La fama masiva y mastodóntica se materializaba más aspiracional que nunca para el público"

Sin embargo, la primera emisión del programa, la gala cero, fue caótica y desangelada. Poco hacía pronosticar que aquello podía salir bien. Comenzó con 2.700.000 espectadores, dato más que discreto para un prime time de la época. Terminó con casi 13 millones en su gala final, que coronó a Rosa.

Casi dos décadas después, en 2017, tras un largo descanso y un exitoso reencuentro de aquella primera generación, 'OT' volvió actualizado, entendiendo muy bien cómo debe de ser la activa, generosa e inclusiva presencia de la televisión en las redes sociales y en la aplicaciones móviles. Curiosamente, se repitió la historia: la primera gala pareció una hecatombe. De hecho, la actuación de arranque de Operación Triunfo 2017, con una desconocida Aitana, presagiaba lo peor. La joven cantante se perdía con un playback musical de una complicada versión de 'Bang, bang' que iba a su bola. Mientras, Roberto Leal hacía lo que podía a los mandos del programa, con ese nervio de enfrentarte a la incierta resurrección de un formato enorme que te impone y te impide ser. A todos los concursantes les sucedía eso mismo: el vértigo de una primera vez.

Y Aitana quizá creyó que no estaba atinando con su primera canción. Pero su carácter en escena demostró que Noemí Galera no se había equivocado con la selección de casting. Aitana estaba siendo transparente y su rostro resultaba genuinamente expresivo. Es más, estaba evidenciando que estábamos ante una artista en escena con una autenticidad propia. E, inesperadamente, su transparencia, la del resto de concursantes e incluso la de Roberto Leal nos remitía a aquel 2001 de Rosa, Bisbal y Bustamante sin sospechar lo que venía. Y de nuevo vino el éxito.

Quizá hubo tuits y titulares de desastre tras esa gala cero por tantos fallos. Como en el primer OT, también el programa llegó silencioso y arrítmico con unos concursantes y equipo que no sabían muy bien si el concurso tendría o no una nueva oportunidad. Ahí estaba la magia: que se mostraron los mimbres de esa imperfección que nos une. La audiencia se veía reflejada y, a partir de ahí, podía asistir a esa evolución progresiva del aprendizaje y el crecimiento de unos jóvenes artistas. Tan jóvenes la mayoría, que eran casi bebés durante el primer OT. Por eso no estaban resabiados, ni venían con estrategias calculadas o ideas preconcebidas.

Algunos a ese caos de la primera vez lo podrían llamar fracaso. Pero no. Al contrario, si las primeras actuaciones fueran perfectas, si el primer programa fuera un engranaje exquisitamente engrasado, sería tan frío que, con el paso de las semanas, se percibiría aburridamente repetitivo. Porque la tele, como la vida, va de crecer. Y el caos de los inicios ayudó a OT, tanto en 2001 como en 2017, para evidenciar que todos somos imperfectos. Pero que todos podemos avanzar y mejorar si nos dan una oportunidad y si alguien cree en nosotros.

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