Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El Benidorm Fest y el corsé de los prejuicios

Análisis de las fortalezas y debilidades de la primera semifinal del Benidorm Fest 2024
Nebulossa en el Benidorm Fest
Nebulossa en el Benidorm Fest
RTVE
Nebulossa en el Benidorm Fest

Una de las críticas hacia el Benidorm Fest es que se está convirtiendo en un fenómeno muy marcado por gustos eurofans y referentes del colectivo LGTBI. Como si eso fuera excluyente para las grandes audiencias. Como si a todos los eurofans les gustara sólo un tipo de cantantes y las personas LGTBI fueran una especie de género musical. Sólo queda reírnos, pues justo es al revés: es una conquista para el conjunto de la población que los acontecimientos de prime time sean más representativos de cómo es la sociedad real tras décadas en donde la diversidad era reducida a una cuota escondida. Perdíamos todos.

Pero, a la vista está, los prejuicios siguen campando a sus anchas. Y la realidad es que los artistas que acuden al Benidorm Fest demuestran que no han entendido demasiado el significado de Eurovisión. Siempre se cae en la trampa de que para destacar en la carrera eurovisiva hay que llenar el escenario de cosas llamativas porque sí. Mejor si tienen brilli-brilli, claro. Este pensamiento es lo que puede ir dejando estancado a un Eurovisión que ha evolucionado con las décadas y ha sabido sobrevivir a otros festivales (véase la OTI) porque ha roto con su propia imagen incrustada en el imaginario colectivo.

Dar la vuelta a lo que esperan de ti es lo que debe ejercer el Benidorm fest. Y sus concursantes. En su primera semifinal, más de uno ha vuelto a caer en la trampa del cliché eurovisivo. El ejemplo más claro es Nebulossa con Zorra, que ha sido una de las favoritas. Pero su canción se podía haber convertido en un himno feminista y se ha deformado en lo de siempre. Alguien debió pensar en el estereotipo eurovisivo, en el estereotipo G de LGTBI y, por tanto, en el estereotipo Benidorm Fest. Resultado: error, la historia poderosa de la canción ha quedado reducida a clichés que tapan miradas más amplias. Si hablas de feminismo deberíamos haber comprendido ya que hay que dar el protagonismo a la M de mujer, no enmascararlo con personajes imaginarios del cliché de burdel y burlesque con dos hombres con corsé. Sólo desvirtúa y empobrece el mensaje disruptivo convirtiéndolo en un tópico ya manido. 

Queda retratado. No superamos el arquetipo de las habladurías sobre Eurovisión. Así la mayor parte de los cantantes han saturado el escenario de utensilios para sentirse más eurovisivos. Como si la escenografía fuera un escaparate de una mueblería, como si fuera una carrera para ver quién tiene más artilugios en escenario. La buena escenografía es la que potencia la experiencia de la historia a cantar a través de la imagen. Eso se puede conseguir con solo una luz. O con sólo una mirada.

El ojo gigante presidiendo el set principal del escenario ha restado versatilidad al programa. Todos intentando un golpe de efecto visual con elementos físicos y, en cambio, la mayoría de las actuaciones no se han distinguido en exceso. Porque el atrezo no iba vinculado realmente a la narración de sus canciones. Muchas cajas para subir y bajar, pero pocos conceptos artísticos para emocionar al que no sabe ni que existes y te acaba de encontrar por la tele.

Pero, entre tanto artefacto y tantas subidas y bajadas, la paradoja es que esta noche ha destacado el origen de cualquier festival de música: el centro ha estado en la energía vocal capaz de hacer olvidar tanto intento de truco de magia a base de cachivaches sin ton ni son en un escenario. La seguridad de Angy, curtida en tantas horas de televisión, ha hecho olvidar los utensilios escénicos y ha sabido buscar la cámara con su mirada. Angy ha interpretado. No se ha perdido por la utillera. Así ha recibido el aplauso de los eurofans que ya va siendo hora de llamar benifans. Porque este festival es nuestro y debe tener vida propia más allá de reducirse a la antesala de Eurovisión. TVE está en ello y, ahora, habrá que desmontar esos prejuicios colectivos que minimizan una escenografía festivalera a pegotes de atrezo o a una pringosa purpurina que hasta ya está prohibida por la Unión Europea.

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