Cambiar tras un infarto: estos son los efectos psiquiátricos que pueden causar las enfermedades cardiovasculares

Estas son las consecuencias en el paciente tras sufrir una parada cardíaca
Estas son las consecuencias en el paciente tras sufrir una parada cardíaca
Wochit
Estas son las consecuencias en el paciente tras sufrir una parada cardíaca
Toda persona que sufre una parada cardíaca tendrá sus consecuencias. Algunos sufrirán efectos psiquiátricos, asociados a la depresión. Otros padecerán miedo y minimizarán el peligro e incluso sentirán culpa.
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Cuando una persona sufre una parada cardiaca, todo su organismo se ve comprometido. Al fin y al cabo, el corazón es el órgano encargado de suministrar sangre, y por tanto nutrientes y oxígeno, al resto del cuerpo; por ello, es natural que el cese en el torrente suponga un importante riesgo.

De hecho, uno de los mayores peligros, una vez se ha logrado restablecer el ritmo cardiaco, son los daños en el sistema nervioso que pueden derivar del lapso temporal en el que éste no ha recibido riego sanguíneo. Estas consecuencias, que afectan a en torno a dos tercios de los supervivientes de paradas cardiacas, pueden ir desde leves pérdidas de memoria hasta el coma permanente.

Por otra parte, un evento que supone tal nivel de peligro para la vida conlleva un estrés muy importante, un shock para el paciente, que igualmente puede ser el desencadenante de cambios en los hábitos, la percepción o, incluso, en trastornos psiquiátricos.

Un cuarto de pacientes de Infarto sufre depresión posteriormente

La aparición de síntomas psiquiátricos asociados a las cardiopatías isquémicas (esto es, una obstrucción en las arterias que suministran sangre al propio corazón, lo que puede resultar en un infarto de miocardio) está documentada desde hace muchos años, si bien todavía los científicos continúan estudiando sus mecanismos concretos así como formas de predecirlos, prevenirlos y tratarlos.

Por ejemplo, sobre su prevalencia, un estudio publicado en el medio especializado ARS Medica recopiló que uno de cada cinco de todos los pacientes que sufren un infarto agudo de miocardio desarrollan síntomas compatibles con la depresión después del mismo, siendo el trastorno más frecuente. 

Además, la relación entre ambos eventos (aparición de síntomas compatibles con cuadros psiquiátricos e infarto de miocardio) es compleja, y muchos estudios han teorizado sobre las consecuencias en uno y otro sentido. Así, una investigación publicada en la Revista Española de Cardiología recogía que los niveles de depresión más altos se asociaban a mayor riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular, al tiempo que el infarto de miocardio implicaba un riesgo tres veces mayor de padecer depresión respecto a la población general. Según el mismo artículo, el mismo tipo de conclusiones se pueden extraer respecto de la relación entre los trastornos de ansiedad, el estrés o incluso los patrones de conducta y el infarto de miocardio.

Las respuestas más comunes: miedo y minimización del peligro

La vivencia de un infarto resulta, para el paciente, muy difícil. Por una parte, se trata de un serio peligro vital que puede provocar mucho miedo, un miedo que además puede ser persistente en el futuro; provoca serias limitaciones físicas que interrumpen la actividad normal de la persona e impone cambios en los hábitos y estilo de vida.

 Tal y como refleja un trabajo de revisión publicado por la revista Psiquiatría, las respuestas más comunes a estas adversidades son el miedo y la minimización del peligro.

Así, es común la aparición de síntomas como pensamientos disfuncionales en torno al sufrimiento del episodio y a sus percibidas o posibles consecuencias, sentimientos de invalidez, baja autoestima, sensación de falta de control sobre la propia vida e incluso culpa, al sentir que la enfermedad ha podido venir provocada por el comportamiento propio. Este espectro de manifestaciones, a su vez, puede llevar al paciente a adoptar una conducta reclusiva y de evitación social o del mundo exterior.

Los trastornos depresivos persisten tras el infarto

Resulta vital atajar este tipo de síntomas desde el inicio, vistos los riesgos que puede suponer para el estado de salud del paciente y para el desarrollo posterior de la enfermedad cardiovascular.

Se estima que únicamente en torno a un 25% de los pacientes cardiacos con un trastorno depresivo mayor son diagnosticados como tal, y sólo cerca de la mitad de estos últimos reciben algún tipo de tratamiento antidepresivo.

Este desajuste se produce por varios motivos, como que algunos síntomas son comunes a las dos patologías, que médicos y pacientes tomen los síntomas ansiosos o depresivos como una reacción normal a la enfermedad cardiovascular o que exista miedo a administrar o recibir tratamiento psiquiátrico por temor a que se produzcan efectos secundarios.

La importancia vital de la asistencia psicológica

El caso es que, si no se tratan, los cuadros depresivos, especialmente si responden al modelo del trastorno depresivo mayor desde el inicio, pueden ser persistentes, sin que se produzca una reducción de los síntomas en los meses posteriores al episodio cardiovascular

Esto, a su vez, conlleva una serie de consecuencias. Adoptando una perspectiva psicosocial, este cuadro depresivo puede llevar al paciente a experimentar importantes dificultades para la reincorporación laboral, en su actividad sexual, y en las relaciones sociales y de familia; aspectos todos ellos de gran importancia para una recuperación satisfactoria.

De hecho, un estudio publicado por la revista European Journal of Cardiovascular Nursing comprobó que miembros de la familia cercana del afectado, como sus cónyuges, tienen un mayor riesgo de sufrir depresión o ansiedad, incluso cuando el paciente sobrevive; lo que indica hasta que punto el episodio y su desarrollo posterior pueden afectar también a los allegados del enfermo.

Tanto es así que muchos médicos, como refleja una declaración al respecto de la Asociación del Corazón Americana han venido abogando por sistemas de cuidados para el paciente que tengan más en cuenta estos riesgos y le guíen durante el proceso de recuperación, de forma que se reduzcan en lo máximo sus riesgos vitales y emocionales y se garantice la máxima recuperación posible de la calidad de vida del afectado.

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