Cuando te dan una colleja, además de girarte buscando el autor, sueles levantar la mano para mostrar tu predisposición a devolverla y estar preparado ante la posibilidad de que se produzca otro "contacto".
La crisis que en 2008 explotó tras la caída de Lehman Brothers -y que los mercados habían anunciado meses antes por los miedos a los fondos estructurados y las hipotecas basura-, no fue una colleja.
Fue un puñetazo en la sien cuyo dolor aún no ha desaparecido del todo, a pesar de los analgésicos anticrisis que nos hemos tomado. Además de levantar la mano, nos colocamos un casco con detectores de movimiento que nos avisarían si se aproximaba algo que podía volver a hacer daño.
Algunos de esos detectores están saltando. Avisan de que hay una gran guerra comercial internacional; que se construyen altos muros contra la globalización; que los conflictos políticos pueden provocar un tsunami económico; que el endeudamiento se dispara y que se está fraguando otra burbuja del ladrillo hispano.
En España seguimos sufriendo una elevada tasa de paro y un déficit público gigante, mientras las dudas sobre el sistema de pensiones crecen. Pero el escenario es muy diferente al de hace más de diez años. Ha habido reformas en el sistema financiero y en el mercado.
Los bancos centrales de todo el mundo han adaptado sus políticas monetarias y sus estímulos a las necesidades de la salud de la economía y han mejorado su capacidad para cambiarlos rápidamente. "Provisiones estadísticas" y "colchones contracíclicos", que había creado el Banco de España en los noventa, fueron pioneros en regulación, pero se quedaron cortos a la hora de garantizar el sistema financiero español.
Ahora es distinto. Se creó un banco malo para traspasar los activos tóxicos inmobiliarios de las entidades; se sacó del sistema los "parásitos" que portaban muchas cajas y el Banco de España, como los otros supervisores internacionales, propulsó nuevos colchones. Los bancos clasifican los préstamos dudosos de un modo distinto en un nuevo sistema regulatorio, que ha elevado las provisiones que guardan para hacer frente a pérdidas por impagos de créditos.
Claro que existen posibilidades de recesión, pero, más que crisis, lo que se acerca es una desaceleración del crecimiento. Circunstancia que acaba de propiciar que los bancos centrales cambien su discurso y, en vez de subir tipos, podrían incluso bajarlos. Se acercan nubes, pero no formarán la tormenta perfecta que casi nos hunde.
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