Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) han dado este fin de semana la sorpresa de que establecerán relaciones diplomáticas. Es el tercer país árabe, después Jordania y Egipto, que da este paso aparentemente inesperado, aunque ya era sabido que ambos países mantenían relaciones secretas desde hace tiempo. El acuerdo, que supone un cambio en la situación en Oriente Próximo, es parte de una estrategia tejida en estos momentos con fines electorales.
No deja de ser curioso que el acuerdo haya sido anunciado –por Twitter como es su sistema habitual de comunicación– por el presidente norteamericano, Donald Trump, no por las partes. Detrás está la estrategia conjunta de Israel y los Estados Unidos de ofrecer un logro histórico a Trump en la política internacional –el único que podría ofrecer hasta ahora– como parte de su campaña electoral para el tres de noviembre.
La operación en estos momentos es muy burda porque favorece los intereses electorales tanto del presidente Trump como del primer ministro israelí, Netanyahu, cuya situación política y judicial son precarias. A cambio, Israel renuncia a apoderarse de territorios en Cisjordania que pretendía ocupar, contra la voluntad de los palestinos.
Esta renuncia, a lo que había sido el punto fuerte de la campaña de Netanyahu, frustrará las esperanzas que había creado entre los suyos, pero abre el camino para conseguir otros objetivos económicos y diplomáticos. Reafirma el enfrentamiento israelo-israelí y abre el camino para las relaciones formales con Arabia Saudí, país con el que también mantiene fluidas relaciones secretas, y a otros emiratos, salvo Qatar, y países como Marruecos o Túnez.
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