
Antes fue la construcción y ahora el turismo. Cuando pinchó la burbuja inmobiliaria, España se aferró a un sector que fue ganando enteros sin que nada hiciera presagiar un desplome tan brutal de la noche a la mañana. Después de adaptarse a un turismo a todas luces rentable, el país se ha visto vapuleado por la paralización de un sector que suponía casi el 13% del PIB y del que dependía de forma directa el empleo de más de una décima parte de la población ocupada.
Para el recuerdo queda ya 2019, cuando España registró 84 millones de turistas extranjeros -su séptimo récord consecutivo- que se dejaron 90.000 millones de euros. De aquel negocio queda ya bien poco, a la espera del retorno de una normalidad que se prevé incierta. A diferencia de países como Alemania, a España la crisis le ha pillado sin una alternativa viable que le permita superar la caída de un sector, que acaba de demostrar en Túnez y Egipto que no es eterno. La reconstrucción ha de pasar por un plan C que se convierta en el pilar de una economía -como dicen ahora- resiliente.
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