No es por dar envidia, pero viajo a menudo en tren entre Almería y Madrid y recomiendo a todo el mundo ese viaje, de siete horas, por su enorme interés paleontológico. Resumo el último.
Viernes 24. "!Ya estamos como todos los días!", exclama un miembro de la tripulación cuando anuncian, en un lugar de La Mancha, "parada de 20 minutos para sustitución de la máquina". La aventura había empezado a las ocho con el frío siberiano habitual en el área de Media Distancia de Atocha. Llegaremos, "como todos los días", con más de media hora de retraso (suficiente para llegar tarde a comer, insuficiente para que te devuelvan la pasta) y el último tramo, desde Huércal, será en autobús, "por obras". Pero peor será la vuelta.
Lunes 27. Madrugón para coger a las 7.05 horas el autobús de Huércal, donde sale el tren a las 7.41 h. Ya en el talgo, un café en vaso de cartón, microdosis de aceite y tomate, pan y agua: 6,50 euros. Pido más aceite: "30 céntimos, política de la empresa". Ahí se quedará, porque salió de la nevera petrificado y sus intentos de licuarlo al baño maría son tan baldíos como los míos de recuperar los 30 céntimos.
Los asientos turista-plus van vacíos. "Como medio viaje es en autobús, no salen a la venta", me explica el revisor. Resulta que mi billete dice –sin comas ni advertencia previa– "por obras transbordo por carretera desde Valdepeñas". Llegaremos a Atocha cuando se pueda, "como todos los días", y quienes pensaban seguir hasta Chamartín también tendrán que apearse ahí.
"Almería está separada del mundo por la Renfe", decía mi padre. Hoy está separada del mundo por la Renfe, por Adif, la Junta, el Gobierno y los que se llevan el sueldo sin ganárselo. Y no solo Almería, ya lo sé.
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