OPINIÓN

Malos y buenos

Adolescente
Una adolescente haciendo equilibrios sobre las sombras.
GTRES
Adolescente

Desde el inicio del confinamiento los psicólogos y psiquiatras alertaban del precio que pasaría a los niños y jóvenes: más allá de los augurios, no se activó ningún programa efectivo, ningún alivio en paralelo a una situación abrumadora: se fio al final de la urgencia médica.

Ahora, más cerca ya de ese final, los primeros estudios muestran cifras demoledoras del aumento de suicidios, trastornos de la alimentación, ansiedad, depresión y otras patologías mentales en menores. Solo muestran la punta de un iceberg gigantesco. No sé cómo enfatizar más la alarma con la que estas cifras deben ser leídas.

Hay un indicador casi siempre fiel de las preocupaciones de una sociedad: la ficción, la creación. De manera instintiva reproducimos el dolor o la preocupación en narraciones más o menos simbólicas. En el siglo XXI las absorbemos ya creadas por otros. Pero en el caso de los niños, las historias que durante estos meses se han contado o visto y que han servido como evasión y consuelo para los adultos no se han adaptado para ellos.

Porque estos menores, nuestros niños, están mejor atendidos que en otras décadas, pero la pandemia les ha encontrado con carencias generacionales muy peligrosas; la principal de ellas es la baja resistencia a la frustración, y le sigue una alta conciencia de sí mismos y su propia importancia: ambas características afectan también a los adultos, que reforzamos de esa manera su comportamiento. La sobreprotección con la que hemos intentado protegerlos del dolor ha estallado ante el peso de la realidad.

"Son niños de cristal, jóvenes frágiles. Necesitan cuidados. Abordamos una nueva urgencia social, y llegamos ya tarde"

En los cuentos y las historias fundacionales la locura tiene muy poco peso: la maldad, en cambio, aparece por doquier, sin justificación. Brujas, ogros, monstruos o enemigos ejercen el mal porque es su deber, y permiten así el lucimiento del héroe. En las últimas décadas se ha intentado suavizar las viejas historias, un gran error. Disney, experta en arrasar cualquier cuento clásico, se ha dedicado con inquina a ello con Maléfica y ahora en Cruella. En la ficción para niños nos ofenden los malos, la violencia y la crueldad; en la realidad toleramos con extraordinaria paciencia situaciones de abuso, de falta de respeto, pasamos por alto el sufrimiento callado o la agresividad de los menores.

La salud mental se fusiona de manera íntima con el otro gran tabú social: la pobreza. Imposible separar la precariedad económica de las familias del aumento de patologías. Los niños padecen con las estrecheces, cajas de resonancia de la angustia, la desesperación y la sensación de fracaso adulto. Se les diagnostica tarde, el seguimiento es irregular. La cólera de Aquiles, la mênis, se encontraba en su momento asociada a la gloria del héroe. Muchos padres se defienden de la verdad como pueden y la enmascaran como un rasgo de autenticidad de su hijo. Son niños de cristal, jóvenes frágiles. Necesitan cuidados. Abordamos una nueva urgencia social, y llegamos ya tarde. Ya no se trata de educación, sino de tratamiento.

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