Beatriz Carrillo Presidenta de la Comisión de Evaluación y Seguimiento de los Acuerdos del Pacto de Estado de Violencia de Género.
OPINIÓN

Las señales de alarma cada vez son más nítidas

Migrantes en la frontera de Bielorrusia con Polonia
Migrantes en la frontera de Bielorrusia con Polonia
Europa Press
Migrantes en la frontera de Bielorrusia con Polonia

El crecimiento del discurso y las actitudes de odio hacia las minorías sociales es tan preocupante como incuestionable, y la consolidación y el fortalecimiento del mismo alcanzan a toda la ciudadanía, sin distinción.

El asentamiento del racismo, primo hermano del fascismo, carcome nuestra democracia y nuestro sistema de libertades y, además, lleva propagándose hace décadas, lo que lo convierte en un problema estructural que debe ser tratado de manera urgente, pues en los últimos años sus consecuencias se han multiplicado de manera exponencial. Los datos del recrudecimiento del más perverso odio racista y supremacista estaban ahí, por eso desde los distintos movimientos sociales llevamos tanto tiempo alertando de esta situación: si bien los casos de delitos de odio y lesa humanidad en Europa occidental no eran desconocidos, en países como Hungría, Eslovaquia, Bulgaria o Ucrania, por citar algunos, eran ya una realidad aún más tangible.

En estos países mencionados el racismo no se cultivó en dos días, ni mucho menos. En el discurso populista, en los prejuicios, en el imaginario colectivo hay un caldo de cultivo para que finalmente encontremos la violencia más extrema. Así sucedía, por ejemplo, en Grecia con Amanecer Dorado, partido neonazi afortunadamente ya ilegalizado. Llegó a ser tercera fuerza política en el país heleno, y aunque sus líderes hoy estén encarcelados, cumpliendo condena por cientos de horrendas maniobras y delitos, incluidos ataques racistas, todavía seguimos sufriendo sus postulados y sus ideas a través de otros partidos herederos de ese odio recalcitrante a las minorías que, como la gitana, están marcadas como una diana hacia donde van a parar la mayoría de sus embestidas.

Ese caldo de cultivo, esos prejuicios de la sociedad mayoritaria, unidos a los postulados políticos más extremos, también son responsables de la muerte de la pequeña Olga, una niña gitana de apenas 8 años. Las imágenes de su pequeño cuerpo agonizando, mientras quedaba atrapada entre una pared y una puerta metálica de una fábrica en Keratsini (Grecia) ante la inhumana indiferencia de hasta siete trabajadores, rompen el alma. La observaban morir lentamente, ¡durante setenta minutos!, sin hacer nada. Una cuestión que evidencia qué punto de deshumanización ha alcanzado la sociedad, pues, desgraciadamente, no es la primera víctima gitana que muere en circunstancias tan dramáticas y tan dolorosas. Sin embargo, lo ocurrido con esta pequeña ni tan siquiera ha tenido un recorrido informativo en medios nacionales o internacionales. Pareciera como si las víctimas gitanas no fueran dignas ni tan siquiera de conseguir un minuto de atención. Y esto, de nuevo, es antigitanismo.

No es de extrañar. Esta es una historia conocida. El Pueblo Gitano es en muy frecuentes ocasiones víctima de esa deshumanización que lo convierte en “la nada” ante los ojos de muchas personas, entidades e instituciones. La tibieza de la sociedad mayoritaria ante los problemas que padecemos, que seguimos padeciendo, como grupo social es la semilla sobre la que brota la discriminación que sufrimos, a pesar de que vivimos en un espacio político en el que las libertades individuales están garantizadas por medio de marcos jurídicos y democráticos, en principio, plenamente consolidados. La detención de Nikos Sabanis, culminada con más de treinta disparos por parte de la policía helena; la de Stanislav Tomáš en República Checa, que perdió la vida por parte de quienes teóricamente nos deben defender; el caso reciente de la pequeña Olga, así como los de otras vidas gitanas arrebatadas en traumáticas situaciones, han tenido una respuesta social y mediática a todas luces insuficientes. Lo que nos demuestra esa referida tibieza, que forma parte también del propio antigitanismo.

Dice mi compañera Adriana Lastra que “la democracia es un puerto, no el final del camino”, por lo que es responsabilidad de todos y de todas, quienes creemos en la necesidad de afianzar lo conseguido en materia de libertades para las generaciones venideras, defender los valores que nos han llevado hasta aquí, y proteger con sumo cuidado nuestra propia libertad, hoy amenazada por quienes pasan de largo cuando ven a una niña agonizar, y a la que ignoran por el mero hecho de no formar parte del modelo social que pretenden imponer.

"La sociedad civil tiene la obligación de reaccionar, pues mientras existan casos de antigitanismo habrá casos de racismo y, por tanto, también de fascismo"

Es urgente, por tanto, alcanzar una política comprometida no sólo con la defensa de la integridad física y moral de cualquier grupo social, sino también decidida a luchar frente a un racismo que, como decíamos al principio, es primo hermano del fascismo. Y todo ello para que esta vetusta Europa no continúe pasando de largo cuando muere una persona, formando parte pues de la ignominia más terrible, como por ejemplo es la violencia policial contra los y las romaníes. Ahora es Grecia, pero antes fueron Bulgaria, Hungría, República Checa, Italia o España. La lista de abusos antigitanistas con muerte como final es interminable y, tras ella, ha habido un pasado o un presente de grupos reaccionarios, claramente racistas, que nos colocan en el disparadero de las críticas más feroces. La sociedad civil tiene la obligación de reaccionar, pues mientras existan casos de antigitanismo habrá casos de racismo y, por tanto, también de fascismo.

Por eso es tan importante contar con gobiernos sensibles e implicados en la lucha contra la discriminación. Y por eso me siento especialmente orgullosa de formar parte del debate promovido por el ejecutivo de Pedro Sánchez y el PSOE para aprobar la futura Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación. Una normativa más que necesaria con los tiempos que corren, que debe servir para afianzar nuestra defensa contra los intolerantes, racistas y xenófobos que se creen impunes a la hora de rechazar, humillar y vejar a quienes consideran inferiores.

El partido socialista, al igual que el resto de la Europa de la izquierda de los valores y principios democráticos, no permitirá que la indiferencia ante el sufrimiento de quienes más padecen la desigualdad se convierta en la forma generalizada de afrontar las injusticias. El compromiso socialista en favor de la libertad, la igualdad, la justicia social, así como contra el racismo en todas sus expresiones, se mantendrá inquebrantable pese a los envites de la derecha más reaccionaria de Europa. Ésta, lejos de luchar frente a las injusticias, incluyendo el antigitanismo, continúa poniendo palos en la rueda no sólo gitana, sino en la del progreso general. Y no lo podemos consentir. Las señales de alarma son ya insoportables.

En memoria de la pequeña Olga, una víctima más del odio extendido por Europa pese a ni siquiera ser consciente de la violencia ejercida contra inocentes.

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