
Dice el académico Francisco Rico que los años han hecho que, aquello que en su juventud le resultada intolerable, hoy le parece irrelevante. Es lo que da una vida bien probada y cumplida.
No hace falta tanta distancia respecto a la importancia de los hechos, pero si de algo ha carecido la dirigencia reciente del Partido Popular ha sido de madurez y perspectiva. Un exceso de juvenalismo que ha llevado a los responsables ahora caídos en desgracia a conducirse con una linealidad y una inexperiencia incompatibles con la responsabilidad que ostentaban. Habiendo un hecho cierto -que un hermano de la presidenta de Madrid se ha beneficiado de una adjudicación directa de ese Gobierno autonómico-, han sido víctimas de una mezcla de bisoñez y soberbia que les llevó a errores ya irreparables como la entrevista que concedió Pablo Casado a la COPE, en la que se invalidó como presidente de España: si no gobernaba el partido, menos aún el país, un abismo hacia el que se veían precipitados los barones y que ha decantado su rápido reposicionamiento.
Un cambio que ha puesto de manifiesto que el poder del equipo ahora relevado era realmente débil. Tanto como alta es la capacidad de resistencia del Partido Popular, que está viviendo un proceso parecido al que atravesó el PSOE en 2016. Como ahora la memoria es tan corta, aquello parecía el fin del partido de los socialistas, que iba a morir abrasado por la pujanza de Podemos, por la izquierda, o por el refresco que traía Ciudadanos, por el centro. Pero la realidad es que Pedro Sánchez lleva casi 4 años en la Presidencia del Gobierno y Pablo Iglesias es un tertuliano cansino y Albert Rivera, un abogado recién despedido de un despacho.
El PP ha mostrado, en apenas 48 horas, su instinto de supervivencia y ha mirado al líder que encarna con éxito la banda ancha en la que el PP gana las elecciones: el presidente gallego. Un presidente centrado que, como la inmensa mayoría de los españoles, huye de la polarización y de los extremismos que sólo interesan a quienes viven de ellos. En fin, un señor de larga trayectoria, con conocimiento del ejercicio del poder y con madurez para desempeñarlo. Ahora solo falta que mujeres de la solvencia de Ana Pastor tengan más responsabilidad y la nueva dirección refleje el perfil de la sociedad española, con más pluralidad de edad y género y, sobre todo, con experiencia. Si además han trabajado antes fuera de la política… En fin, que ojalá sumen gente probada.
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