A veces, estas cositas de esta España mía, esta España nuestra me dan un poco de pereza. Desde el pasado año, los de Agedi, la Asociación de Gestión de Derechos Intelectuales, en colaboración con Promusicae, la SGAE, la Fundación Autor y la Sociedad de Artistas Intérpretes o Ejecutantes de España (AIE), crearon los Premios Odeón: una genial idea sobre el papel, pero que deja que desear.

Son considerados los sucesores de los famosos Premios Amigo y de los Premios de la Música, que fueron cancelados por la crisis y tienen en su destino escrito seguir el mismo camino porque ni son premios (conocidos), ni premian (a quien deberían). Nuestra música es una maravilla: riqueza cultural, de estilos y de artistas… ¡Ya les gustaría a otros países! Pero faltos de unos Grammy a la española, o unos Billboard cañís, tenemos unos premios que tienen buena intención, pero una ejecución cuestionable.

La gala del año pasado pintaba muy bien, pero fue muy criticada: se celebró en enero en el Teatro Real de Madrid, reunió a grandes estrellas de la música nacional y latina, pero el espectáculo, visto desde casa, resultó de todo menos atractivo para un espectador que le dio la espalda sin remordimientos.

Este año, sin gala debido a la pandemia, los premios se han celebrado a través de Instagram y también han decepcionado (no solo porque los entregadores fuesen influencers). 

Artistas como Bunbury ganando un premio por un disco viejo porque ya tiene otro en el mercado; un robo a C. Tangana, que no se llevó el premio a la mejor canción urbana; la ausencia (otra vez) de Rosalía; los sellos independientes, que son quienes más apoyos necesitan, marchándose casi con las manos vacías; y premios regalados a cantantes con renombre y muchos seguidores, pero que están muy lejos de tener el mejor disco del año.

O se los toman en serio o desaparecerán sin que nadie los eche de menos.