Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

Un mundo convulso

Militares ucranianos participan en un ejercicio en el área de Járkov, Ucrania.
Imagen de archivo de militares ucranianos durante un ejercicio en el área de Járkov, Ucrania.
AP / Lapresse
Militares ucranianos participan en un ejercicio en el área de Járkov, Ucrania.

Hace 75 años, el 4 de abril de 1949, se creó en Washington una organización político militar para proporcionar seguridad a sus socios y garantizarles un espacio común de libertad, democracia y prosperidad. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se configuraba como un elemento de resistencia colectiva y fundamentalmente de disuasión, frente a una Unión Soviética en plena expansión que, de una u otra forma, presionaba en todo el este de Europa (bloqueo de Berlín, golpe de estado en Checoeslovaquia, presión política sobre Noruega, elecciones en Italia, guerrilla comunista y guerra civil en Grecia…).

De los 12 miembros iniciales se ha pasado a los 32 actuales, pudiendo afirmarse, sin lugar a duda, que es la alianza más poderosa que existe. Fruto de la cumbre de Madrid de junio de 2022 se formuló un nuevo concepto estratégico en el que se hablaba de adversarios y competidores estratégicos (la Federación Rusa y China) y de un esfuerzo adicional para hacer frente a los nuevos riesgos y amenazas consecuencia de la agresión de Rusia sobre Ucrania de 24 de febrero de 2022 y de la creciente asertividad de China.

Lo cierto es que el mundo es hoy más inseguro, las situaciones más volátiles y complejas y las posturas de los principales actores se tiñen con frecuencia de una calculada ambigüedad. Dice el Instituto para la Paz de Estocolmo que hay ahora mismo en el mundo 56 países con conflictos armados en curso que han producido unas 150.000 bajas en el año 2023.

Frente a la aceptada solidez de la Alianza Atlántica existen, no obstante, algunas, llamemos contradicciones, que debilitan su capacidad operativa. No se trata de la contribución económica al gasto conjunto ni tampoco a la inversión en porcentaje de PIB de cada país en seguridad y defensa, puntos de fricción que pueden llegar a quebrar el principio de solidaridad. Me refiero a la diferente sensibilidad que expresan algunos socios respecto al origen geográfico de los problemas dentro del espacio en el que Tratado de Washington está en vigor (artículo VI): la zona el Atlántico Norte al norte del Trópico de Cáncer y el territorio soberano de los países signatarios del Tratado.

Así, por ejemplo, mientras Finlandia cierra su frontera con la Federación Rusa porque aumenta la presión migratoria en esa zona y se habla inmediatamente de conflicto en zona gris, en el caso de España y los incrementos de la presión migratoria irregular, nadie parece preocupado al respecto ni pide considerar la situación como conflicto en zona gris con uno o varios países africanos, pese a que esa presión creciente acabará afectando a todos los países euroatlánticos. Otro ejemplo, el apoyo de un país de la OTAN a un tercero en un conflicto armado en el Cáucaso: Turquía apoyando a Azerbaiyán en su agresión contra Armenia que es o era apoyada por Rusia, o la desigual interpretación sobre la guerra de Gaza, Hamás, Israel y sus respectivas responsabilidades.

Otro tipo de tensiones son las derivadas del principio que impera en la OTAN para la toma de acuerdos: el consenso. Ese consenso ha sido uno de los escollos para poder incorporar a Suecia y Finlandia por la reticencia interesada de Turquía y Hungría que han hecho valer intereses propios en detrimento del interés común. Ese consenso se atisba lejano, si es que se acaba produciendo, respecto a la última propuesta del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg -de próximo cese en el cargo-, respecto a crear un fondo de apoyo a Ucrania dotado con 100.000 millones de dólares para los próximos cinco años, dándole así un horizonte de gasto previsible.

Un último tema que está sobre el tablero es la creciente vinculación de la OTAN en operaciones fuera de su área de responsabilidad. Ha habido con antelación escenarios donde se ha actuado fuera de área como Afganistán, pero fue a petición del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para aplicar su resolución 1386. Pero si hablamos de posibles actuaciones en el sudeste asiático, el mar meridional de la China o el espacio Asia Pacífico, estamos hablando de otra cosa además de 'fuera de área'.

¿Con qué mandato se haría? Hablamos de acciones con países como Japón, Corea del Sur, Australia o Nueva Zelanda que no son miembros de la OTAN y que tienen intereses diversos respecto a los de aquella, salvo que se quieran forzar paralelismos imposibles entre China y Rusia y entre Taiwán y Ucrania. Los intereses en esa zona son principalmente de Estados Unidos, secundado siempre por el Reino Unido; de Francia en menor medida; y con el resto de países de la OTAN sin un claro interés definido.

No he mencionado Oriente Medio y su relación con la OTAN porque es tangencial en el sentido de que sí está presente en una misión de entrenamiento en Iraq, mandada en estos momentos por un teniente general español, pero que no va más allá de la capacitación de las fuerzas armadas iraquíes: y la operación Sea Guardian en el Mediterráneo, con misión de apoyar el conocimiento de la situación marítima, la lucha antiterrorista marítima y contribuir a la creación de capacidad en materia de seguridad marítima.

Un último apunte, la OTAN está completamente ausente del África subsahariana. En el Magreb no hay presencia excepción hecha de Marruecos y Túnez en misiones de apoyo a la formación. El 'esfuerzo' de la OTAN al Sur es una estructura mínima de inteligencia que se denomina Nato Strategic Direction South (NDS) con sede en Nápoles y que se dedica únicamente a recoger información y producir inteligencia de África y Oriente Medio. No estaría de más considerar que es necesario un mayor esfuerzo en la zona habida cuenta del crecimiento y extensión de la presencia de Rusia en el continente, si es que verdaderamente creemos que allí también es una amenaza.

No es una cuestión de mayor gasto ni siquiera de mayores aportaciones de personal, es un problema de voluntad, concienciación y previsión; tenemos medios, tenemos personal y recursos económicos para ayudar a los países africanos a valerse por sí mismos, desarrollarse y garantizar niveles aceptables de seguridad. El que no entienda que el principal riesgo para Europa es un Sahel incendiado, radicalizado por el salafismo yihadista y sin gobernanza, y una África oriental y subsahariana con crisis periódicas de seguridad, es que no está mirando en la dirección adecuada. Las convulsiones que se producirán si no se resuelve el problema en origen harán palidecer otros conflictos que ahora ocupan por completo nuestra atención.

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