No va de machotes ni de testosterona: estas son las verdaderas señales que dibujan el perfil psicológico del agresor machista

El perfil del asesino machista.
El perfil del asesino machista.
Henar de Pedro
El perfil del asesino machista.

No está estresado, es hostil. No se arrepiente, es un chantaje. No es atención, es control. La conciencia social se ha expandido, también se ha reforzado la respuesta jurídica. Y todo cae en el absurdo al consultar las estadísticas. Parece aumentar el compromiso a la par que se incrementan los feminicidios, porque, año tras año, el porcentaje de asesinatos y denuncias crece, hasta dispararse, incluso estrellarse cuando se trata de violencia sexual entre menores de edad.

Desde los años 90 han proliferado los estudios sobre el perfil del agresor. Internet regala todo tipo de clasificaciones, acotadas, bien delimitadas. La literatura científica, sin embargo, es menos osada. No todos los machistas son maltratadores, ni todos los maltratadores son, necesariamente, machistas. Tampoco es lo mismo violencia de género que violencia contra la mujer: esta última engloba supuestos en los que víctima y atacante podrían no conocerse, como violaciones, abusos o trata, pero la violencia de género se produce cuando la ejerce una pareja o ex pareja, y la distinción es fundamental para acotar correctamente el estudio.

Del mismo modo, habría que diferenciar el tipo de agresión analizada. Si es psicológica, física o sexual. En ocasiones, la primera termina derivando en la segunda, aunque la psíquica puede llegar a perpetuarse sin que aparezca jamás una marca en la piel. Y duele la herida, la invisible, también.

En vista del aumento de casos de mujeres asesinadas a manos de su pareja o ex pareja, el análisis se centrará en el perfil del agresor en situaciones de violencia de género. El hombre maltratador es susceptible, autoritario, impulsivo y agresivo. Y tras la apariencia de fuerza, radica su debilidad, esto es, mera inseguridad. No son machotes, no va de testosterona. Siempre se creyó que esta hormona mantenía una relación causal con la agresividad, sin embargo, los avances científicos demuestran lo contrario, hoy se la considera un factor modulador que, de hecho, aportaría equilibrio.

Tiene una personalidad dependiente, obsesiva y narcisista. Al principio puede mostrarse agradable y encantador. Aparentará seguridad. Un tipo determinado, con las ideas claras. Pero el procesamiento cognitivo es, en realidad, elemental. Poco reflexivo, simple e inflexible. Esto limita la capacidad de afrontamiento, hecho que provoca malestar y frustración. Y, como consecuencia, la búsqueda de control, a base de fuerza. Intransigente y carente de empatía. Se hace la víctima, su arrepentimiento es estrategia.

Se gesta un multiverso en la relación, salir del mismo es complejo. Se da una sinergia en la normalización de la hostilidad

El doctor Miguel Lorente Acosta, célebre médico forense, ha realizado numerosos estudios al respecto. Como apunta el autor, la agresión a la mujer es totalmente distinta al resto de violencias interpersonales. Esta no tiene una motivación, es exagerada, y su intención no es tanto lesionar, sino aleccionar. El maltratador busca corregir a la mujer. Y tal mecanismo de dominación genera un desequilibrio de poder que consigue destrozar su autoestima hasta hacerla dudar. De sus emociones, de sus reacciones, de la verdad.

El goteo de feos, desprecios, humillaciones y degradaciones puede iniciar de forma tan sutil, que imperceptible. Tanto, que la víctima termina viéndose dentro, de repente. En toda relación se gesta un propio multiverso, salir del mismo es complejo. Se da una sinergia en la normalización de la hostilidad.

No existe un perfil concreto

Pueden aportarse estos rasgos, pero no existe un perfil concreto del hombre maltratador. No hay etnia, raza, edad o clase social. Entonces, ¿cómo detectarlo?

En la gran mayoría de casos se da la teoría de la doble vertiente, es decir, la imagen en público frente a la realidad en privado. Uno de los indicadores más habituales es el control del movimiento y de las comunicaciones. Si la curiosidad se vuelve necesidad, podrá convertirse en imposición. La desconfianza injustificada, los celos desmesurados, serán trasladados en forma de crítica y culpabilidad.

Hay un factor de riesgo característico tanto en víctima como agresor: el maltrato y abuso sexual en la infancia.

El aislamiento es otro factor. De manera gradual, el maltratador necesitará cada vez más exclusividad, apartando a su pareja de su entorno social, familiar, incluso laboral.

Sí se ha detectado un factor de riesgo característico tanto en la víctima como en su agresor: los antecedentes de maltrato y abuso sexual durante la infancia son un rasgo común a los dos.

Pasan los años, la cultura muta, el conocimiento aumenta. El eco del feminismo ha retumbado hasta en las más impensables fronteras. Pero todavía hay lacras endémicas. Urge un impulso en la educación y en las campañas de concienciación. Las primeras se dirigían a las maltratadas, después a los maltratadores. Ahora, los protagonistas son menores.

Cuando el calor se torna hielo, algo está fallando. El hogar no debería ser escenario de tensión, ni albergar sensación de inseguridad. En tanto que cobijo, es sinónimo de resguardo, eso debería ser una relación sentimental. Cariño, respeto y tolerancia. No, no hay amores que matan.

Biografía

Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en ‘Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias’ y otro en ‘Criminología, Victimología y Delincuencia’.

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