Helena Resano Periodista
OPINIÓN

Feliz Navidad

Netanyahu recrudece la guerra en Gaza por Navidad
Netanyahu recrudece la guerra en Gaza por Navidad
EFE
Netanyahu recrudece la guerra en Gaza por Navidad

Nochebuena en la cama. Navidad en urgencias. Es el resumen de mis navidades. Probablemente las más anodinas, imprevisibles y desastrosas de todas las que he vivido. Caer enferma en plenas vacaciones, la víspera de Nochebuena, no entraba en mis planes. Menos para alguien que vive estas fechas con tanto entusiasmo y con tanto tiempo de antelación, pero suele pasar. Cuando paras el cuerpo pide paso, las defensas te abandonan y te sale todo lo que has ido posponiendo durante estos meses de trabajo, enfermedades incluidas. Una faena, desde luego.

Soy una apasionada de estos días, de las luces, de las reuniones con amigos, de los reencuentros, de las comidas y cenas entorno a una mesa que se hacen eternas entre risas, conversaciones, canciones, algún que otro villancico… Viendo cómo las generaciones se van mezclando, cómo tus amigos de toda la vida aparecen con sus hijos, una réplica de ellos en su edad adolescente. Cómo los tuyos se aburren como ostras en determinadas reuniones, pero, en cambio, son los que alargan la fiesta cuando se unen con sus primos. Bueno, pues todo esto me lo he perdido este año.

Y, aunque ha sido un desastre, sobre todo porque estaba físicamente bastante tocada con un virus (por suerte no era covid), sé que no me puedo quejar. Que mi Navidad, esta, no ha salido como planeaba. Y que, aunque la he pasado entre medicinas, cama y urgencias, soy una afortunada: por tener a los míos bien, por tener un techo en el que poder pasar los días malos, una cama en la que refugiarme, una manta que me dé calor, comida si me entra el apetito (que no ha sido el caso)...

Hay muchos otros que han pasado las Navidades bajo las bombas, en una tienda de campaña, con el miedo de no saber qué va a pasar, qué les van a dar de comer a sus hijos que llevan días sin apenas alimentarse, sin saber de dónde van a sacar el agua…

Esa ha sido la Navidad en la Franja de Gaza. Una zona en la que ya no existe esperanza para nadie, en la que no hay espacio para soñar con la Navidad y mucho menos con la llegada de regalos. Se les ha robado la infancia a miles de niños. Lo único a lo que aspiran ellos y sus familias es a poder comer o beber agua potable hoy, quizás mañana también con un poco de suerte; aspirar a poder tener un techo que no se venga abajo por los bombardeos. Solo anhelan una paz entre los escombros.

Una paz entre el horror de una guerra que se prolonga demasiado y ante la que muchos callan. Demasiados. Con excusas, con matices, con discursos blandos en los que no se condena lo que ya es una masacre.

Así que, a pesar de no haber tenido ni Nochebuena ni Navidad, no me quejo. He podido ir a un hospital a que me traten, he podido comprar medicinas y he podido descansar en mi casa. Eso ya es mucho más de lo que puede hacer alguien, ahora mismo, en Gaza. Para ellos van mis mejores deseos estos días: que encuentren la paz entre los escombros.

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