Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Lo que no es del César

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante su intervención ante Congreso, donde se celebra el primer día del debate de investidura.
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante su intervención ante Congreso, donde se celebra el primer día del debate de investidura.
Juan Carlos Hidalgo / EFE
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante su intervención ante Congreso, donde se celebra el primer día del debate de investidura.

Es que lo dijiste, Pedro. Lo dijiste. No habrá amnistía, no habrá referéndum de independencia en Cataluña. Fueron tus palabras. Saliste por la tele, lo publicaron los periódicos. Eso no sucederá porque está fuera de la Constitución, sonreíste con tu sonrisa perfecta, con tu cara de buen chico del que es casi imposible desconfiar. Lo dijiste como si fuese una obviedad, algo de lo que no merece la pena discutir porque es evidente. Y te creímos, cómo no.

Eso duró hasta que unos diabólicos resultados electorales, imposibles de imaginar incluso en una novela de Stephen King, te obligaron a "cambiar de opinión", como dicen ahora algunos, los más compasivos. No antes. Fue entonces y solo entonces, en el momento mismo en que necesitaste los siete votos de los traidores para seguir siendo presidente, cuando se te cayó la venda de los ojos, cuando te convertiste a la verdadera fe, cuando te diste cuenta de que la amnistía sería una bendición para la convivencia en España y pondría fin a un conflicto muy largo… no con Cataluña, sino con los secesionistas catalanes. Eso lleva siendo mentira desde la Transición; es una pura ilusión de ingenuos, pero de ella te convenciste solo cuando necesitaste sus votos envenenados. No antes. Ni un minuto antes.

¿De verdad esperas que te volvamos a creer? ¿En serio? Has preguntado a las bases de tu partido si apoyaban el pacto con Puigdemont. El 86% dijo que sí. Aunque te cuidaste mucho de no mencionar siquiera la amnistía en la pregunta, porque sabías perfectamente que el resultado habría sido otro. Pero sin duda habrías ganado, porque a tu partido sí que no lo conoce ya ni la madre que lo parió, que habría dicho Alfonso Guerra. Eso es obra tuya y solo tuya.

El bullente PSOE de hace bien pocos años, nido de conspiradores, catálogo de corrientes internas enfrentadas entre sí, domicilio de apuñaladores por la espalda de los queridos compañeros y, en fin, un prodigio de imaginación, sentido de Estado, responsabilidad para con la nación y altura en el constante debate, se ha convertido hoy (lo has convertido tú) en un coro de sumisos monjes que cantan todos tu partitura, aunque no entiendan la letra ni les guste un pelo la música.

El PSOE de hoy es lo que no ha sido nunca: obediente. ¿A quién? Pues a ti, a quién va a ser si no. Ahora sí que el que se mueve no sale en la foto, frase que jamás dijo Guerra pero da igual: está claro que era una profecía. Al que se mueve, a quien no está de acuerdo, a quien disiente, se le echa. Te has convertido en el César del PSOE, Pedro. Tus pretorianos han llegado a decir que Felipe González, el propio Guerra, Redondo, Ibarra y otros creadores del PSOE de los grandes años, los que levantaron la España que hoy tenemos, no son de izquierdas; quizá es que nunca lo fueron. Ahora resulta que socialista, de izquierdas, progresista, solo eres tú y quienes ante ti se inclinan cuando pasas, oh César.

Esos pretorianos, singularmente los que tienes en la prensa, se han ocupado de esparcir la idea de que ser de izquierdas es apoyar la amnistía (a la que te convertiste hace muy poquito, recuérdalo), y que estar en contra de esa barbaridad es ser de derechas. Para sembrar y regar esa patraña han contado, desde luego, con el inestimable apoyo de la derecha, sobre todo de la más extrema.

Pero no es cierto. Lo diga quien lo diga, y por más veces que se repita. Es mentira. Somos miles y miles los ciudadanos que hemos votado a tu partido (a lo que fue tu partido) durante años, y que ahora no podemos entender cómo es posible que la voluntad, la conveniencia, el interés, la ambición de una sola persona –por más César que sea– puede, de un día para otro, volver blanco lo que siempre supimos que era negro, reescribir el pasado que todos vivimos y transformar a los traidores en amiguitos del alma. O al menos en cómplices de una agresión directa a la Constitución, a la estructura del Estado y a los principios básicos de la democracia. Y todo por siete votos. Muchos viejos progresistas no podemos entender eso. Y no lo aceptamos. Seguramente porque nunca hemos sido obedientes. Oh César.

Ya dijo el Señor (Mateo 22, 21) que es justo dar al César lo que es del César. Pero no aquello que no le corresponde ni se le debe ni es suyo.

No es tuya, oh César, la potestad de cambiar a tu conveniencia, según sople el viento, los principios básicos de la democracia. No es tuya la facultad de hacer pedazos el consenso constitucional. No puedes romper el fundamento esencial de que todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, con los mismos derechos y las mismas obligaciones, y que la Ley es la misma para todos… tengas tú los votos que tengas, oh César.

No es tuyo el poder de quebrar la separación de poderes del Estado ni el de insultar a los jueces acusándoles de obrar al servicio de los políticos. Está en tu mano perdonar, cómo no; pero no lo está cambiar el pasado a tu antojo, afirmar ¡por ley! que los que en junio eran delincuentes, sediciosos y ladrones, en realidad siempre fueron unas almas de la caridad que ayudaban a las ancianitas a cruzar la calle. Es decir, que el Estado se equivocó, que obró mal, que la Ley era injusta… a pesar de que tú y los tuyos la apoyaseis entonces. Porque eso es la amnistía: el olvido. No el perdón. Afirmar que lo que todos vimos era, en realidad, una ilusión que no sucedió nunca. Eso no lo puedes hacer, ni por siete votos ni por treinta monedas de plata con tu perfil acuñado. Oh César.

Hay muchas, muchas cosas que se le deben o que pertenecen al César. Muchas. Pero los ciudadanos, la voluntad y la dignidad de los ciudadanos, no están entre ellas. Yo no espero vivir si alguna vez vuelven a estarlo. Y todo por siete votos…

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