Después de meses discutiendo sobre la amnistía, este martes asistimos a una jornada en la que las propuestas para una investidura atañen al bienestar de los españoles aunque tengan escasos visos de salir adelante. Me refiero al pacto PSOE-Sumar, que incluye una serie de compromisos que, a tenor de las circunstancias, podían haber sido mucho más ambiciosos, teniendo en cuenta que existe una mayoría conservadora en el Congreso y que, de concretarse un gobierno, no será fácil que sean aprobados.

Desde el pasado 23 de julio, PSOE y Sumar se han empeñado en defender que las elecciones arrojaron una mayoría progresista, cuando no ha sido así. Existen 12 diputados –PNV y Junts– que declinaron apoyar al PP, pero por sus posiciones antagónicas sobre la idea de España, no porque sus políticas económicas fueran contrapuestas.

«No andes desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado», le sugirió Don Quijote a Sancho en una estrategia que se asemejaría a la que seguiría Sánchez con Díaz: «actúa como si hubiéramos ganado las elecciones y, después, ya se verá». Así, aunque las cuentas de momento no les salen, a la espera de lo que decida Junts, que al menos no lo parezca. Con ello, en caso de repetición electoral, que sea Sánchez el que parezca que parte de una mejor posición. De momento, «confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades», querido Sancho.

La legislatura depende de Puigdemont, que estará cruzando los dedos para que se apruebe su amnistía y se quite de encima a los del Consell de la República que, para pocos que quedan, resulta que ahora le piden que bloquee la investidura; que es lo mismo que dejarle en Bélgica.