¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

La insuficiencia en las dos votaciones del pleno del Congreso de los días 27 y 29 de septiembre ha descartado que la candidatura de Alberto Núñez Feijóo obtuviera la confianza de la Cámara para ser investido como presidente del Gobierno.

El lunes y martes de esta semana el rey ha celebrado –conforme al artículo 99.1 de la Constitución– otra ronda de consultas a la que han sido citados los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria; concluida la cual, a través de la Presidenta del Congreso, ha propuesto como nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

Falta fijar la fecha del pleno pero, sin regatear méritos a la esforzada lidia de los subalternos –Félix Bolaños, ministro de la Presidencia; María Jesús Montero, ministra de Hacienda y vicesecretaria general del PSOE; Santos Cerdán, secretario de Organización del Partido Socialista y José Luis Rodríguez Zapatero, que lo mismo hace a Maduro que a Waterloo–, hemos quedado todos a la espera de que Sánchez haga el brindis e inicie la faena de muleta en el ruedo del hemiciclo de donde no saldrá por su propio pie porque o le sacarán en hombros por la puerta grande camino de la Moncloa o serán los peones de su cuadrilla quienes le lleven en volandas a la enfermería de la plaza.

Veamos además, como nos tiene dicho Clausewitz, que las doctrinas militares tienen que ser producidas por el ejército que va a usarlas de modo que la copia indiscriminada es un grave error. Lo mismo pasa con las doctrinas políticas, y advirtamos, como enseña Napoleón, que la guerra es, ante todo, ejecución, porque lo que proporciona la superioridad en el combate, más que la teoría, es la capacidad para la acción. Y, volviendo a la política, esa capacidad la tiene bien probada Sánchez, aunque su tesis doctoral sea descalificada como un mero corta y pega.

Parece que ni Sánchez ni los sanchistas han frecuentado las páginas del general Beaufre, pero tienen comprobado cómo en materia psicológica es posible apropiarse de posiciones abstractas, lo mismo que en la guerra militar cabe apoderarse de una posición geográfica que se prohíbe al enemigo. Así es como los soviéticos, por ejemplo, se adueñaron de la Plataforma por la Paz, de la repulsa de las armas atómicas, de la del anticolonialismo, aunque eran ellos los que tenían el único imperio colonial subsistente.

Es así como Sánchez se ha apropiado en exclusiva del progresismo, del coraje, de la concordia, de la proclamación de la victoria la noche electoral en que solo había sumado un escaño más que en los anteriores comicios mientras su primer rival había incrementado los suyos en cuarenta y nueve.

Cuando entonces se decía aquello de «peldaño a peldaño, Marina Castaño» y ahora Hans Magnus Enzensberger, en su libro Perspectivas de guerra civil, declara bienaventurado a aquel que llegara a convencerse de que la cultura es capaz de proteger a una sociedad frente a la violencia. Y señala cómo la producción de odio y la preparación del conflicto bélico sigue siendo, todavía hoy en día, una de las principales tareas de los trabajadores de la cultura.

Conviene atender a Enzensberger cuando rehúsa achacar la responsabilidad de los desastres a alguno de los jerarcas narcisistas enajenados y se pregunta: ¿Quién ha criado y alimentado a estos cabecillas?, ¿quién los aplaudió y rezó por ellos? ¿Quién, sino la población civil inocente? Porque no son seres de otro planeta, sino enviados de unos colectivos que se envalentonan gracias al odio. Continuará.