Es oro líquido. Nunca mejor dicho, porque el aceite de oliva virgen extra sigue incrementando su precio a causa de las sequías, el crecimiento de los costes de producción y la presión fiscal. Mientras que en 2022 el precio de este producto rondaba los cinco euros, actualmente se sitúa en torno a los ocho, alcanzando los doce en algunas ocasiones. Sin embargo, no sucede lo mismo fuera de España, donde parece ser más económico.
Estos datos preocupan a los ciudadanos, que no se explican cómo un país líder en producción mundial, con cerca de 1,6 millones de toneladas de producción en los últimos años, y que además no tiene que hacer frente a los costes de transporte y distribución, no puede permitirse bajar los precios para sus consumidores españoles.
Irlanda compra a precios fijos
Esta irónica realidad tiene una explicación, claro. En España, y otros países, las industrias aceiteras trabajan a corto plazo, mientras que en Irlanda los operadores firman contratos para importar cantidades que cubran necesidades durante toda la temporada, así, consiguen precios fijados más bajos.
Además, la demanda no es la misma, porque el uso del aceite de oliva en otros países no está tan extendido. En Irlanda e Inglaterra, por ejemplo, utilizan muchos productos sustitutivos como mantequilla, aceite de colza o grasas vegetales.
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