Animales XXL: Megalodón frente a la realidad de la megafauna

Megalodón frente a la realidad de la megafauna
Megalodón frente a la realidad de la megafauna
Megalodón frente a la realidad de la megafauna
Imagen: Reconstrucción del megalodon por Hugo Salais (Metazoa Studio)
Vídeo: GARUNA EFFECT

Nos gustan los animales XXL, los monstruos, los mitos…. ¡Nos encantan! Y también los lugares inexplorados, cruzar las fronteras que para el ser humano aún parecen imposibles, como la conquista del espacio o, sin ir tan lejos, las profundidades marinas. Y si juntamos ambas cosas tenemos las historias perfectas: las de monstruos abisales. Desde este 4 de agosto los cines acogen la segunda entrega de Megalodón, protagonizada, una vez más, por Jason Statham. En ella se retoma la historia del descubrimiento de aquel reducto marino abisal, hasta entonces inexplorado, donde se descubrieron estos escualos prehistóricos.

Esta fascinación no es nada reciente, sino que viene de muy lejos; la famosa novela de Julio Verne 20.000 leguas de viaje submarino, publicada entre 1869 y 1870, con sus maravillosas descripciones de criaturas marinas, pulpos gigantes, temibles narvales…. También, después, de mano del capitán Ahab y su interminable lucha contra su némesis Moby Dick, la ballena asesina. Incluso Lovecraft y el universo entero que creó alrededor del mito de Cthulhu…

Y no solo en la literatura clásica. Otros géneros tan diametralmente opuestos como el manga y el anime (novela gráfica y animación japonesa) tienen también multitud de referencias a bestias increíbles: los bijús (bestias con cola) de Naruto; o las múltiples apariciones de animales gigantes en la mítica One Piece, donde se da a conocer precisamente a un tiburón XL llamado Megalo y a un kraken o calamar gigante, de nombre Surume.

Animales grandes, pero ¿cuánto de grandes?

En su primera película los megalodones que aparecen miden unos 23 metros de longitud, aunque los especímenes de la segunda entrega se intuyen aún mayores. Son, en comparación, muy similares a los mayores animales contemporáneos que conocemos, las ballenas azules, que oscilan entre máximos de longitud de 24 a 30 metros y pesan la friolera de 100 a 120 toneladas. 

¿Os imagináis un tiburón del tamaño de la mayor ballena actual? La perfecta inspiración de historietas y novelas terroríficas y de las peores fobias y pesadillas. Pero... ¿estos tiburones son o fueron reales? Resulta que sí, los megalodones se parecen muy mucho a sus versiones de ficción. De nombre científico Carcharocles megalodon u Otodus megalodon esta especie extinta vivió entre hace 19 y 2,6 millones de años, en la era del Cenozoico (era que se inició tras la extinción masiva de los dinosaurios), concretamente en las épocas del Mioceno hasta el Plioceno. Gracias al descubrimiento de sus mandíbulas, vértebras y dientes fósiles se estima que pudieron superar los 20 metros de longitud, muy similares a su versión cinematográfica.

¿Y qué hay de los calamares gigantes? No son bichos sólo de pelis, sabemos que son reales y contemporáneos, pero muy raros. Los calamares del género Architeuthis se conocen por su tamaño anormalmente grande. Aunque la media de estos animales se estima alrededor de los 10 a 13 metros, sin embargo, se tiene constancia de ejemplares capturados de 18 metros, como es el caso de una hembra varada en Nueva Zelanda en 1887, y de otro ejemplar aún mayor de hasta 21 metros de largo y 275 kilos de peso, capturado en 1993 nuevamente en aguas neozelandesas.

Lo realmente curioso es que estas criaturas cohabiten en nuestros mares y seamos totalmente ajenos a su existencia. Sin esos pocos avistamientos, seguiríamos pensando que son mitos, o especies extintas, al igual que los megalodones. ¿Cómo es que son tan sumamente difíciles de ver?

Barreras invisibles y reductos ancestrales bajo el mar

Las profundidades marinas siguen siendo de los pocos rincones del planeta que todavía no hemos logrado conquistar. Y por ello las criaturas que las habitan se nos antojan fantasiosas e irreales. En el caso de los calamares gigantes, estos son tan esquivos ya que su hábitat natural se ubica entre los 300 y los 1.500 metros de profundidad. Y ¿por qué no suben a visitarnos? Bueno, a veces lo hacen , pero hay que entenderlos; por la superficie rondan sus peores depredadores, los cachalotes.

Una premisa similar pero más exagerada es la que se nos presenta en la película de Megalodón. ¿Cómo es que estos bichos prehistóricos seguían nadando por ahí abajo y nosotros sin darnos cuenta? Pues la explicación que nos dan es la supuesta existencia de una termoclina de ácido sulfhídrico en una sección más profunda que el punto más hondo conocido actualmente: el abismo de Challenger, en la fosa de las Marianas con casi 11.000 metros.

Y dicho así suena súper convincente, la terminología científica siempre le da empaque a cualquier argumento. Y por qué no una barrera química invisible bajo el mar.

Vamos por partes, el ácido sulfhídrico es un gas más pesado que el aire, inflamable, incoloro, pero tóxico, que se reconoce por su olor como a huevos podridos. De forma natural está presente en el petróleo, el gas natural, las aguas termales…

¿Y las termoclinas? Pues se trata de una capa dentro de un cuerpo líquido o gaseoso donde la temperatura cambia drásticamente con la altura o la profundidad. Nuestros océanos tienen una termoclina natural ya que las capas superficiales de agua se calientan por efecto de la luz solar absorbida, esa luz/calor se va disipando a medida que profundizamos. A los 100-150 metros localizamos ese cambio drástico de temperatura, y si bajamos aún más el agua se mantiene entre 0-4º C, ya que la máxima densidad del agua es precisamente a 4ºC, por lo que esta agua es siempre la más profunda puesto que se hunde.

Sin embargo en Megalodón vemos reunidos estos dos conceptos: por un lado esa barrera de gas tóxico y por otro el cambio drástico de temperatura. ¿Podría ser suficiente para mantener a raya a estas criaturas monstruosas? Pues quizá. En múltiples ocasiones observamos como se adaptan los animales a los distintos factores que conforman sus ecosistemas (vegetación, temperatura, humedad…) y también vemos como sufren sus poblaciones cuando estos factores cambian tanto progresiva como bruscamente (cambio climático, sequía, deforestación, cambios en el pH o salinidad de las aguas…)

¿Por qué en la prehistoria los animales eran más grandes?

Se piensa que, nuevamente, la adaptación y selección natural son las claves. Por norma general, cuanto más grandes son los cuerpos, su ritmo metabólico es menor, lo cual se suele traducir en un mejor aprovechamiento de la energía y una vida más longeva y resistente. No hay más que comparar el ritmo cardiaco de un elefante (30 latidos por minuto) con el de un ratón (400 latidos/minuto). Y es que en épocas pasadas las condiciones climatológicas y medioambientales no fueron precisamente fáciles: glaciaciones, vulcanismo, cambios geológicos, que fueron conformando el aspecto de los mejor adaptados. Por ejemplo, durante la última glaciación se identifican los registros de rinocerontes y mamuts más grandes, casi el doble que los elefantes actuales.

 Curiosamente, hay teorías que apuntan a que la interacción de estos grandes animales contribuyó al reverdecimiento de la Tierra, mediante sus pisadas profundas que removían el terreno y sus excrementos para abonarla.

Precisamente, en esta dirección señalan otras teorías que sitúan a las criaturas de tamaño XXL cuando la Tierra tenía una mayor cantidad de oxígeno, debido al gran desarrollo de las plantas vasculares. Y no estamos hablando solo de mamuts o megalodones sino de primates (¿a alguien no le suena King Kong?), felinos y, cómo no, también de insectos y arácnidos.

Bienvenidos a la peor de vuestras pesadillas, porque aunque un tiburón de 20 metros da mucho miedo, les tenemos especial grima a las arañas e insectos. La llamada Megarachne fue un género de artrópodos, ya extinto del Paleozoico (¡gracias!), que llegó a medir 50 centímetros de largo entre pata y pata. Terrorífico. Aunque lo más terrorífico es pensar que de 50 no, pero de 30 centímetros tenemos aún con nosotros a la tarántula de Goliat (Theraphosa blondi) en las selvas ecuatoriales de Brasil, Perú, Venezuela y Guyana.

La verdad es que la naturaleza no para de dejarnos ejemplos que nos sirven de inspiración para construir nuestras ficciones. Y para los que prefieren las experiencias reales, aunque no lleguen al nivel de estas criaturas prehistóricas, los apasionados del mundo animal extra grande siempre tendrán la opción de dar un paseo por Australia

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