Reportaje

Vida, muerte y recuerdos apagados entre las ruinas del "hotel hostil" de Pokrovsk

  • Rusia atacó esta semana este lugar frecuentado por periodistas, como lo hizo antes en la pizzería de Kramatorsk.
  • "Los psicólogos dicen que la gente busca en los momentos de peligro a su tribu por puro instinto".
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Lo peor de un ataque es la muerte de la gente, porque nada se puede comparar en el precio de la vida humana. El triste recuento del bombardeo de Pokrovsk es de 9 muertos y 82 heridos. Una tragedia enorme. Pero los seres vivos no son las únicas víctimas, también lo son los sitios que daban una sensación de seguridad y los recuerdos relacionados con ellos.
Lo peor de un ataque es la muerte de la gente, porque nada se puede comparar en el precio de la vida humana. El triste recuento del bombardeo de Pokrovsk es de 9 muertos y 82 heridos. Una tragedia enorme. Pero los seres vivos no son las únicas víctimas, también lo son los sitios que daban una sensación de seguridad y los recuerdos relacionados con ellos.
Lo peor de un ataque es la muerte de la gente, porque nada se puede comparar en el precio de la vida humana. El triste recuento del bombardeo de Pokrovsk es de 9 muertos y 82 heridos. Una tragedia enorme. Pero los seres vivos no son las únicas víctimas, también lo son los sitios que daban una sensación de seguridad y los recuerdos relacionados con ellos.
Edificio derruido en la ciudad de Pokrovsk, en la región de Donetsk.
EUROPA PRESS

Lo peor de un ataque es la muerte de la gente, porque nada se puede comparar en el precio de la vida humana. El triste recuento del bombardeo de Pokrovsk fue de 9 muertos y 82 heridos. Una tragedia enorme a la que ha seguido la del hotel Reikatz en Zaporiyia, en el sur de Ucrania, bombardeado ayer mismo. Pero los seres vivos no son las únicas víctimas, también lo son los sitios que daban una sensación de seguridad y los recuerdos relacionados con ellos. Unos sitios simbólicos que los rusos, en algún momento, consideraron que eran objetivos militares.

A pesar de que su nombre lo insinuaba, aquel Hotel Druzhba (amistad, en ucraniano) de "amistoso" tenía muy poco. Allí uno podía volver al pasado soviético con apenas entrar por la puerta, no tanto por la reforma o por sus muebles, sino por el trato a los clientes. Ese ha sido al menos el estereotipo que ha tenido siempre la gente de la generación nacida después de que Ucrania se escapase de aquella "cárcel de las naciones" llamada URSS. Solo la ausencia de propiedad privada puede explicar esa indiferencia absoluta hacia el bienestar del cliente que paga.

La mujer, detrás de una mesa alta, no se molestaba en sonreír. Con su actitud te demostraba que hacerte sentir como en casa (o por lo menos bienvenido) no estaba en la lista de sus funciones laborales. "Siempre te reprochaban algo", comenta en su Facebook Sergiy, uno de los fotógrafos más famosos de esta guerra, que reconoce que entre sus compañeros lo llamaban "el hotel hostil".

No es una exageración. Que se rompa una cerradura y no puedas rescatar tus cosas de un almacén era culpa del cliente. Te echaban la bronca por pedir el champú que habían olvidado dejar en una habitación de lujo donde, por cierto, no funcionaba ningún enchufe y a las cuatro de la madrugada se escuchaba silbar a las tuberías. Un silbido que despertaba en las neuronas del cerebro un vínculo asociativo con los bombardeos. Después de unas noches en Avdiivka, te escondías en el baño y solo tras unos minutos te dabas cuenta de que ya estabas en Pokrovsk, una ciudad a distancia de seguridad relativa, a unos 45 kilómetros del frente

Por la noche, no te dejaban dormir las charlas y suspiros de otros clientes a través de unas paredes que parecían de cartón. Pedir una toalla en la habitación estándar era un crimen, ya que según “la instrucción interna” para dos personas se daban solo dos toallas (una pequeña y una grande). Incluso pedir un vaso de agua durante el desayuno se convertía en un reto. Parecía un chiste malo. - ¿Podría pedir un vaso de agua? - En el dispensador de agua. - Está vacío. - Entonces no hay agua, te contestaba una mujer que trabajaba en la cocina. Entre tanto, a pesar de cualquier lógica, este hotel casi siempre estaba lleno de gente.

Al escuchar el nombre de este sitio los periodistas se ponían a reír, a hacer bromas pesadas o, en ocasiones, comentarios preocupantes. "Ya no dormimos allí, algún día lo van a bombardear los rusos, ya veréis", decían los periodistas de Radio Liberty mientras celebrábamos su último reportaje exclusivo desde las trincheras de Bajmut, mezclando whiskey con cerveza, en uno de los pisos de la ciudad de Pokrovsk.

Servicios de rescate tras los ataques en Pokrovsk.
Servicios de rescate tras los ataques en Pokrovsk.
EFE

Los psicólogos dicen que la gente busca en los momentos de peligro a su tribu por puro instinto. Nosotros nos juntamos siempre con gente que eligió en esta vida una profesión relacionada con la guerra: los médicos, los voluntarios, los periodistas. Lo hacíamos en locales como Buena Vista, un bar en el centro de Kiev con nombre poético que se situaba bajo tierra mientras los rusos no paraban de intentar conquistar a la capital. Allí, a pesar de la ley seca, tomábamos mojitos. "¿Voluntarios? Ni de coña. Son agentes de Mossad", comentaba un periodista de renombre a sus colegas de profesión, que recordaban la liberación de la región de Kiev y aquella canción que cantaba en vivo Olga, una chica famosa en la comunidad salsera ucraniana. Esa canción era Lágrimas negras.

En la región de Donetsk, estos sitios de reunión eran, por ejemplo, la pizzeria Ría en Kramatorsk, bombardeada el pasado 27 de junio. Un cohete que cayó en la cocina mató a los trabajadores de este restaurante y se cobró la vida de la escritora Victoria Amelina. En Pokrovsk, fue "el hotel hostil" y un restaurante al estilo de la mafia Corleone…

"Sopa de setas, pancakes con plátano y chocolate y un capuccino". Un chico de unos veinte años se acercaba siempre hacia mi mesa. El servicio de Corleone contrastaba drásticamente con "el hotel hostil", pero les unía la gente que se juntaba allí. "Necesitamos recoger la ambulancia para las trincheras… Aquí está la lista de todas cosas que se necesitan: los torniquetes, sobre todo", instruía la médica Rebecca a otros voluntarios antes de que partieran a las trincheras, mientras compartía con ellos una enorme pizza. En la mesa de al lado, los periodistas entrevistaban a una unidad que al parecer se había vestido con su mejor ropa recién comprada para contar batallas que, en aquel sitio, parecían muy lejanas. Otro chico montaba una escena a su novia, explicando que quería dejar Pokrovsk y no tenía ganas de participar en la guerra.

Una mujer herida y un hombre miran las tareas de rescate tras el ataque en Pokrovsk.
Una mujer herida y un hombre miran las tareas de rescate tras el ataque en Pokrovsk.
EFE/EPA/STANISLAV KRUPAR

"Odiaba este hotel, no entiendo por qué de repente me siento tan afectado. Como si me hubieran intentado quitar algo importante", comenta otro periodista después del ataque contra el hotel Druzhba y la pizzería Corleone (este pasado jueves los rusos también atacaron el hotel Reikartz de Zaporiyia).

Algo bueno hubo en este hotel Druzhba: los abrazos escondidos entre los militares y sus esposas, los chocolates en el hall que te salvaban del hambre tras el toque de queda y los nuevos amigos hechos en los baños compartidos. En una de las habitaciones más baratas, se escuchaba toda la noche a una mujer hablando con alguien y caminando durante horas.

Al final salí al pasillo enfadada.

- Señora, ¿a usted qué le pasa? Estoy durmiendo, ¿puede hablar en voz más baja?

- Perdón, no sabía que alguien estaba allí.

Noté que la mujer de unos 75 años no tenía teléfono. La ví sola en la habitación casi sin cosas, estaba paseando allí y hablando con ella misma.

- Soy de Avdiivka, escapé de allí hace unos días y me dijeron que podía quedarme aquí. No aguanto este silencio. Puede sentarse un rato y hablar conmigo.

Compartí con ella mi comida y agua. Ella me contó sobre el dolor de perder su casa, y de cómo el hotel hostil se convirtió en su refugio.

Cuando salía del hotel escuché la voz de la recepcionista que siempre estaba enfadada y nunca sonreía: "¿Todo bien, mi Olguita?". Quizás, el hotel no era tan hostil.

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