Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La pérdida de pluralidad de la tele de hoy

Lydia Bosch en 'Mía es la venganza', serie con la que Telecinco se suma a la competición con la telenovela de sobremesa
Lydia Bosch en 'Mía es la venganza', serie con la que Telecinco se suma a la competición con la telenovela de sobremesa
Mediaset
Lydia Bosch en 'Mía es la venganza', serie con la que Telecinco se suma a la competición con la telenovela de sobremesa

Tenemos más canales que nunca y, sin embargo, cuesta encontrarse en su oferta. La paradoja de la elección sucumbe desde las plataformas bajo demanda, pues nos aturdimos entre tanta producción que consumir. Y terminamos volviendo a Friends o Aquí no hay quien viva. Mejor acudir a lugares seguros que sabemos no defraudan. La televisión tradicional podría tener el antídoto ante tanta saturación de contenidos, ya que entrega al espectador una programación seleccionada y lista para consumir sin necesidad de volverse loco decidiendo qué ver. Sólo basta con zapear

Sin embargo, la alta competencia y el miedo a equivocarse ha provocado que los canales lineales de siempre se parezcan cada vez más. Lejos queda cuando algunas grandes emisoras jugaban a ser diferentes para, así, atraer a un público desde la complementariedad. Ahora, en cambio, los contenidos se repiten. Incluso en Telecinco, que desde sus inicios solía acudir a la distinción con sus rivales, da la sensación que ahora quiere clonar sus tácticas.

Así, desde este lunes, un nuevo culebrón ocupa la franja de la sobremesa del primer canal de Mediaset. Todas las grandes cadenas optan por esta misma fórmula: serial, fácil de seguir a la ensoñadora hora de la siesta. La 1 con 'La Promesa', Antena 3 con 'Amar es para siempre' y Telecinco con 'Mía es la venganza'. Los canales juegan al mismo público y, de momento, dejan fuera a otros estratos sociales que, por ejemplo, prefieren televisión en directo más que telenovela enlatada con escabeche de romanticismo rencoroso y lágrima sobreactuada. 

Lo mismo sucede con los concursos. La gran mayoría parecen el mismo. Incluso son conducidos por un similar patrón de hombre que aspira a ser el yerno ideal de una madre del año 1999. Hacia ese año también hace amago de retroceder el tratamiento de la prensa rosa. Vuelven los sofás con personajes de bien chismorreando de todo y nada. Con su moralina súbdita, con tertulianos intercambiables que van de un canal a otro, con reporteros que comparten gimnasio, peluquero y alegría de conversación de ascensor. Vas cambiando de canal y vas topándote con dinámicas repetidas. Hasta en los decorados. Como todo las escenografías de hoy tiran de gigantes pantallas de led en las que se sobreimpresionan cosas, pues todas las escenografías parecen la misma. No se piensa en el atrezo que crea universos propios. 

La televisión de siempre tiene una gran oportunidad en la actualidad. Pero no engancha a nuevas generaciones porque está enquistada en lo que hacen los demás y en lo que ya se hizo antes. Error, la televisión es marcar bien la personalidad que te diferencia de los rivales, no recalcar aquello que te iguala descafeinadamente a ellos. La 1 de TVE debería ser la cadena del retrato del país desde la creatividad de grandes autores con nombre propio; Antena 3, la cadena de los grandes juegos de entretenimiento; Cuatro, la tele de la disrupción joven y urbana; Telecinco, el entretenimiento de la vida en directo y La Sexta, el reality de la información. Pero, ahora mismo, sólo La 2 es la que sabe hacia dónde tiene que ir sin mirar al resto. Y eso mismo provoca que haya grandes tramos de público que se sienten huérfanos de televisión: no se ven reflejados, pues al encender la tele ven mucho y, a la vez, mucho parece que ya está visto.

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