Íbamos a salir mejores, o eso pensábamos. Pero en realidad hemos salido más enfermos, más frágiles y dependientes de los medicamentos. Tras la pandemia los problemas de salud mental, especialmente ansiedad, depresión o falta de sueño, no han parado de aumentar. También crece el uso de fármacos para reducir el colesterol, la diabetes y la hipertensión.
Nuestra especie se ha convertido en una dolorosa farmacia ambulante. Que se medica compulsivamente y luego elimina por la orina o las heces toneladas de compuestos activos que acaban llegando a ríos y mares, pasan a las aguas subterráneas y a los suelos agrícolas, donde son absorbidos por los cultivos y nos vuelven a la sangre a través de la cadena alimentaria. ¿Se acuerdan de la famosa canción Mi agüita amarilla? Pues el ciclo del agua es ahora el del medicamento amarillo.
Nos estamos medicando sin darnos cuenta, pero también estamos medicando a la naturaleza. Esa contaminación invisible es muy probable que a la larga afecte a nuestra salud, pero está demostrado que ya afecta a infinidad de otros seres vivos. Los peces y anfibios también están de los nervios por nuestra culpa, tienen más enfermedades, sufren alteraciones del sistema endocrino y se reproducen peor.
Nuestra especie se ha convertido en una dolorosa farmacia ambulante
Todos los esfuerzos tecnológicos se están dirigiendo en estos momentos a mejorar los sistemas de depuración, con la finalidad de evitar que esas sustancias acaben en la naturaleza. Más difícil parece lograr que consumamos menos medicamentos. Una manera de lograrlo sería reducir nuestro estrés y aislamiento social, pasear más por el campo, charlar más con los amigos y menos con las maquinitas. Da mal rollo pensar que en un sorbo de agua clara esté parte del antidepresivo del vecino.
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