Hubo un tiempo en el que, como ahora propone Alberto Núñez Feijóo, en España gobernaba invariablemente el partido más votado. Aquella era la época del bipartidismo imperfecto, cuando la parte gruesa de la tarta se la repartían PSOE y PP y, solo con eso, el partido que quedaba en segunda posición no tenía posibilidades aritméticas de gobernar. Pero, más aún, existía cierta exigencia moral de que debía ser así, incluso si los números pudieran conformar una alternativa al partido ganador. De hecho, en sus años finales de mandato, Felipe González se comprometió a no intentar la formación de gobierno si su lista no era la más votada.
Esta ley no escrita dejó de existir en la primavera de 2018, cuando Pedro Sánchez accedió a la presidencia del Gobierno con apenas 85 diputados, frente a los 137 del PP. Para entonces, Sánchez ya había llegado a la conclusión de que solo sería presidente si ignoraba la costumbre de gobernar solo si se es el más votado, y reunió a su alrededor a cualquiera dispuesto a echar a Rajoy del poder, en aquel exitoso experimento que Rubalcaba bautizó como "gobierno Frankenstein".
Sánchez vio su apuesta refrendada en las urnas de 2019, cuando alcanzó 120 escaños. Era el más votado, pero solo podía mantenerse en Moncloa si insuflaba nueva vida a Frankenstein. Lo hizo, y hasta hoy. Ahora, en Moncloa muestran una notable preocupación por las cuentas para las elecciones de 2023. ¿Por qué?
Solo una victoria muy amplia de la
derecha evitará una nueva reedición
del victorioso pacto del PSOE
En las elecciones de 2019, el votante de la izquierda en el ámbito nacional (al margen de otros partidos menores) tenía dos opciones muy mayoritarias: PSOE y Unidas Podemos. Por el contrario, el centroderecha estaba dividido en tres opciones: Ciudadanos, PP y Vox, a pesar de que el sistema electoral beneficia la concentración del voto. Estos son los datos: la suma de PSOE y Unidas Podemos fue de algo más de 9.723.000 votos, lo que les otorgó 153 escaños, mientras que la suma de Ciudadanos, PP y Vox obtuvo 10.354.000 votos y 151 escaños. Con 631.000 votos menos, la izquierda consiguió dos escaños más.
El escenario para las elecciones generales de este año es algo distinto. Ciudadanos obtuvo en 2019 más de 1.650.000 votos, de los que muchos no generaron representación alguna en provincias que reparten pocos escaños. Si ese voto se concentra en el PP –como ya ha ocurrido en las elecciones autonómicas de Madrid, Andalucía y Castilla y León–, la productividad para la derecha será mayor. Ese es el temor que hay en Moncloa, y sus estrategas tratan de encontrar la fórmula para que ese efecto no se produzca. Aun así, solo una victoria muy amplia de la derecha evitará una nueva reedición del victorioso pacto del PSOE con su izquierda y con los independentistas.
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