Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Work Café. Capítulo 2

El café y el trabajo están condenados a entenderse.
El café y el trabajo están condenados a entenderse.
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El café y el trabajo están condenados a entenderse.

Despierto pensando que es jueves, pero es viernes. Me siento como cuando metes la mano en un bolsillo y aparece un billete de cinco euros. Si es viernes, hoy tengo una cita a primera hora de la mañana en el Work Café, un establecimiento en el que una conocida entidad bancaria ha montado una cafetería. Escribí una columna sobre esto y sobre cómo, para encontrar nuevas vías de negocio, comunicación y expresión, las empresas, los locales y las personas mutan y quieren, quizá, parecer lo que no son.

Se habló, se compartió, se criticó. Aquella reflexión con algo de pirueta retórica tuvo éxito y entre los comentarios que recibí estaba el del Director de Instituciones Territorial del banco: “Me ofrezco personalmente a enseñarte el Work Café, este nuevo concepto de oficina bancaria que agrupa en un mismo espacio servicios financieros, área de cowork y zona de cafetería de especialidad”. Acepté. El prejuicio no es un buen compañero de viaje y, además, a los que trabajamos en soledad, nos viene muy bien que nos dé el aire.

El prejuicio no es un buen compañero de viaje y, además, a los que trabajamos en soledad, nos viene muy bien que nos dé el aire.

Entro. Abro dos puertas automáticas con la fuerza. Soy un jedi. El local parece más cafetería que banco. Me identifico. Un minuto. Aparece el responsable. Nos damos la mano. No va vestido de banquero, no lleva traje, ni corbata. Tiene un piercing en el trago de la oreja, una educación admirable y un pasado extremeño y soriano. Me invita a un capuchino de especialidad. Me dice que lo pruebe sin azúcar. Le hago caso, esto no es el Starbucks. Me enseña el local: startups, coworking, salas, espacios, videoconferencias, pizarras, mensajes evocadores y oficina bancaria.

Nos sentamos. La pregunta sería “¿aquí dónde se actualiza la cartilla?”, pero no hace falta porque hablamos con naturalidad de la gente mayor. “No queremos dejar a nadie atrás”, me dice. Compara la atención a los mayores en los bancos con la de las administraciones y la sanidad. Me explica que ha dado talleres para enseñar a los mayores a manejar la aplicación del banco. Están muy pendientes, trabajan en ello. Lo pongo en positivo: “hay una oportunidad para la entidad que haga alguna gran acción para este grupo de personas”. Me dice que cada vez que comunican algo reciben palos, que tienen que medir mucho sus acciones. También me cuenta que los gobernantes ponen el foco en la banca cuando les interesa y que hay linchamientos injustos como el que están recibiendo estos días.

Todo está conectado. “He quedado ahora con Susana. Te la presento. Seguro que tenéis algo en común”, me dice. Hablo con Susana y también con Verónica, la directora de la oficina, que lleva uniforme con zapatillas los viernes. Nos ubicamos, nos ponemos cara, nos ponemos red, nos ponemos vida. “Esta es tu casa. Puedes venir cuando quieras a trabajar, a ver un cliente o a lo que quieras”. Salgo a la calle con el vaso de café en la mano. El frío es un espejo, un recordatorio de primera comunión y un mordisco inesperado en las manos.

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