OPINIÓN

De clases

Una persona que escribe a mano.
Una persona que escribe a mano.
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Una persona que escribe a mano.

Desconozco las cifras en España, pero un estudio publicado en la revista Sociology, llevado a cabo por las universidades de Edimburgo, Mánchester y Sheffield, constataba que en el Reino Unido la proporción de músicos, escritores y otros artistas de la clase obrera se ha reducido en un 50% en los últimos años: si en 1962 hablábamos de un 16,4%, en la actualidad solo un 7,9% proviene de un entorno en el que ambos padres fueran proletarios.

Lo curioso del tema (interesante lo que dice sobre él la politóloga y escritora Arantxa Tirado) no acaba en que ese sesgo ratifique que la mirada sobre las clases altas sea la adecuada, mientras que la que se presta a la clase trabajadora enfatice el exotismo de sus circunstancias y un regodeo perverso en sus dificultades: se le concede un agotador heroicismo, sin más resultados que la satisfacción de la propia conciencia.

Nadie quiere considerarse obrero, pero sí atribuirse, cuando conviene, esa etiqueta

No, lo curioso es que ese dato coincide casi exactamente con los datos que en el mes de julio de 2020 arrojaba una encuesta del CIS, según la cual solo un 8,6% de los españoles se consideraban clase obrera: con los ojos fuertemente cerrados ante los datos económicos, quienes leen, quienes escriben y quienes forman parte del tejido cultural aseveramos con absoluta convicción que somos clase media, insistimos en lo bien que nos va, en la libertad con la que dirigimos nuestras historias según intereses y obsesiones propias.

En una entrevista de 2012, Santiago Gamboa consideraba que si de clases se hablaba, el novelista constituía la clase obrera de la literatura, mientras que tal vez el poeta sea la nobleza, porque solo con escribir unos versos está justificado. Nadie quiere considerarse obrero, pero sí atribuirse, cuando conviene, esa etiqueta. Para qué hablar de lucha cuando se domina el arte del camuflaje. 

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