Khadija Amin Periodista
OPINIÓN

Una mirada a la situación actual en Panshir

Un valle en la provincia afgana de Panshir.
Un valle en la provincia afgana de Panshir.
Daniel Wilkinson/Dominio Público
Un valle en la provincia afgana de Panshir.

Los talibanes siempre llevan consigo la opresión de la gente inocente bajo distintos pretextos. Tras hablar con varios habitantes de Panshir, región que siempre se mantuvo en pie, firme ante los talibanes, quiero contar la situación actual de esta provincia afgana. Nadie osa alzar su voz, por lo que me veo obligada a usar pseudónimos.

Abdullah vive en esta región, que fue una de las más seguras del país durante los últimos veinte años. Explica que, por desgracia, ahora se reparte el poder sobre la base de las afiliaciones tribales y que rige en la hermosa Panshir el ejército de la ignorancia, que no solo hace que los de fuera no sean bienvenidos, tampoco es amable con sus propios habitantes.

El trabajo de los gobernantes previos ha sido destrozado por los talibanes, sigue contando, y la asistencia humanitaria de la comunidad internacional no alcanza a la gente: "Lo que es necesario, no es recibido, y conozco familias que solo comen cenizas por la noche".  "No permiten que la gente abandone sus hogares más allá de las 8 de la tarde", continúa, incluso los enfermos que han recibido permiso por parte de los militares, son amenazados e insultados cuando dejan su hogar de noche para recibir tratamiento; cientos de civiles han sido disparados y los cuerpos arrojados al mar.

Los que resisten, con los problemas causados por la falta de comida y suministros, son honrados en esta guerra desigual. Diecisiete miembros de la Resistencia Nacional fueron acribillados con sus manos atadas y sacaron los ojos a varios civiles en el distrito Dara wa Khonj después de que dispararan a los tiranos. La peor forma de opresión, lejos de todos los valores humanos e islámicos. En su relato de horror también hay esperanza: "Creemos que Dios es más fuerte y seguramente los días oscuros terminarán". 

Shiba es una mujer de 35 años que me cuenta cómo pasan día y noche con miedo de los talibanes. El dolor de esta gente es tan grande que cuando hablaba con ella, lo sentía en su voz. Shiba describe una ciudad cuyo clima hace feliz al hombre, pero que se ha convertido en territorio de guerra, y  habla de un familiar que fue torturado por los talibanes. Zamar al-Din Al-Ashqari, un estudiante cuyo padre murió hace diez años. Con su hermana de diez años tuvo que buscar refugio en la montaña, por temor a los talibanes, que los detuvieron y apresaron. No solo eso, le cortaron la oreja derecha pese a que juró que era solo un estudiante sin conexiones con la resistencia. Acabaron disparándole y arrojando su cuerpo en la montaña en la que había buscado seguridad.

Shiba también recuerda a uno de sus vecinos, un joven granjero recién casado al que los talibanes capturaron después de regar sus tierras. Pese a que no había cometido ningún crimen, le dispararon brutalmente. Su padre, de barba ya blanca y enfermo de cáncer, lloró en la tumba de su hijo durante días, desconsolado porque era inocente de cualquier pecado.  

Es bien sabido por todos que Panshir está atravesando momentos difíciles. En la bella Panshir, hay chicas que reciben una propuesta de matrimonio de los talibanes, si se niegan a responder, éstos amenazan a sus familias con la muerte y son forzados a abandonar sus hogares para que esas niñas, también forzadas a llevar burka y no recibir educación, no sean molestadas. 

Shiba asegura que han perdido su esperanza de vivir y se pregunta porqué la comunidad internacional se mantiene en silencio. La voz de los afganos no es escuchada y la opresión talibán va en aumento. 

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