Con Capaces, en Capaces, se abre en 20minutos un espacio por el que deberíamos caminar con absoluta normalidad, pero que en demasiadas ocasiones se ha convertido en una habitación cerrada. La inclusión de personas con capacidades diferentes, tanto niños como adultos, avanza a trompicones, a menudo revestida con un lenguaje hiriente y anticuado y otras con el desconcierto de quienes no tratamos a diario con esta realidad.

Siempre he defendido el poder de la literatura para resolver conflictos concretos en la abstracción de sus historias, pero la discapacidad señala una disrupción: los textos clásicos hablan de transformación, de la fealdad a la belleza, de la debilidad a la fuerza o de la pobreza a la prosperidad, pero pocos permiten que los pequeños con síndrome de Down, sordos o ciegos, por solo poner tres ejemplos, se vean reflejados. Se dan curaciones mágicas, como ocurre con Clarita, en Otra vez Heidi, o con Rochester en Jane Eyre o se inmola al diferente, como en El soldadito de plomo de Andersen.

Hay aquí una deuda y un espacio vacío, una posibilidad de encuentro y una bella sugerencia creativa

La novela realista tendió una mirada compasiva, paternalista y no exenta de revancha a ciegos como Almudena de Misericordia, a los cuatro hermanos de La gallina degollada de Quiroga o al pobre Azarías de Los santos inocentes. Pero todos ellos se encuentran lejos de servir como un referente contemporáneo. Autoras más recientes, como Cristina Morales o Elvira Lindo, han descrito protagonistas con capacidades y necesidades variadas. La literatura infantil y juvenil también muestra una mayor sensibilidad, creciente y duradera. Pero para que esas novelas y esos personajes calen de una manera permanente y originen variantes que se extiendan como raíces de un árbol poderoso, hace falta mucho más riego y más nutrientes. Hay aquí una deuda y un espacio vacío, una posibilidad de encuentro y una bella sugerencia creativa.