"Los cinco ertzainas que acompañamos a la familia de Miguel Ángel Blanco intentamos convertir 48h de pesadilla en algo más cálido"

Alberto Martín, exertzaina, víctima del terrorismo y presidente de la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial.
Alberto Martín, exertzaina, víctima del terrorismo y presidente de la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial.
Jorge París | jparis
Alberto Martín, exertzaina, víctima del terrorismo y presidente de la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial.
"Los cinco ertzainas que acompañamos a la familia de Miguel Ángel Blanco intentamos convertir 48h de pesadilla en algo más cálido"

Con tan solo 24 años, recién comenzada su carrera como ertzaina, a Alberto Martín le destinaron a una misión que le cambiaría la vida. Mientras los cuerpos y fuerzas de seguridad en bloque se afanaban en encontrar a Miguel Ángel Blanco antes de que ETA cumpliese su amenaza de ejecutarlo en 48 horas, él y otros cuatro compañeros fueron los encargados de acompañar y apoyar a la familia del concejal del PP en sus peores momentos. De aquello han pasado 25 años, pero este hombre recuerda detalles y conversaciones de esos días como si hubiesen ocurrido ayer.

"Fuimos los encargados de acudir al piso y notificar el secuestro a la familia. A partir de ahí nuestra labor consistió en que mantuvieran la calma lo máximo posible. Intentamos convertir esas 48 horas de pesadilla en algo más cálido, más cotidiano, más cercano", relata Alberto. Sus palabras evocan aquella imagen, grabada en la memoria de muchos, de un padre que llegaba de trabajar, con su buzo de albañil, y miraba aturdido a los medios de comunicación que se agolpaban en la puerta de su casa. "Le recibió mi amigo y compañero Juan Carlos, el agente primero que lideraba el operativo. Le dijo que pasase dentro del portal y le contó la noticia", añade.

Aquel fue un operativo sin precedentes. ETA había perpetrado otros secuestros pero nunca había pedido un imposible como el de aquella ocasión. El Gobierno no iba a ceder al chantaje de acercar a todos los presos de la banda a cárceles del País Vasco, por lo que urgía dar con el paradero del edil antes de que se cumpliese la hora del ultimátum. Los cuerpos de seguridad trabajaron a destajo pero era muy complicado rastrear una extensión de terreno tan grande en tan poco tiempo.

Por primera vez, la sociedad vasca se posicionó contra ETA de manera masiva y se lanzó a la calle para exigir la liberación de aquel joven de 29 años, natural de Ermua (Vizcaya). De allí el clamor se extendió al resto de España. Pero los terroristas no tienen alma y había serias dudas de que fuesen a escuchar los gritos de repulsa. "No había vuelta atrás" porque aquel secuestro era realmente una venganza por el rescate nueve días antes de Jose Antonio Ortega Lara, el funcionario de prisiones al que la banda retuvo durante 532 días en un zulo.

En ese contexto, Alberto y sus compañeros trataron a los padres, a la hermana y a la novia de Miguel Ángel como si fueran parte de sus propias familias, un sentimiento que fue recíproco. "Fueron momentos muy difíciles pero ellos nos lo pusieron muy fácil. Nos hicieron sentir como si estuviéramos en nuestra casa. Les transmitimos lo que yo le hubiese transmitido a mi madre ante una noticia indeseada: intentar convivir con la mayor paz posible para aceptar lo que se venía. En el equipo también había psicólogos de la Ertzaintza que les daban las pautas y la gestión mental para afrontar la situación", explica este ertzaina que se tuvo que retirar a los 40 años por una lesión en la columna.

Miguel me preguntaba: '¿Tú cuántos años tienes?'. '24', le decía yo. Él respondía: 'Casi de la edad de mi hijo. No hay derecho'. Y me volvía a preguntar: '¿Cuántos años tienes?'. '24'. 'No hay derecho, ¿verdad?'

En aquel piso de la calle Iparraguirre de Ermua hubo muchos momentos de doloroso silencio, pero también se habló muchísimo de cómo era Miguel Ángel, de los planes que tenía, de sus amigos del grupo de música... "Nosotros también les contábamos cosas de nuestra vida", alude Alberto y agrega que intentaron que vieran la televisión lo menos posible. La cruel cuenta atrás estaba siendo retransmitida en directo.

La familia quiso estar no obstante en algunas de las manifestaciones y concentraciones que se sucedieron, en las que recibieron el calor de la ciudadanía. Y allá donde iban eran acompañados por el grupo de cinco agentes. "Mantuvieron una fuerza exquisita, incluso cuando les llevé al hospital Nuestra Señora de Aranzazu de San Sebastián después de que Miguel Ángel fuese encontrado con dos tiros en la cabeza", continúa Alberto, que entre los recuerdos más angustiosos guarda el del viaje de vuelta a Ermua, ya con el féretro: "Iba conduciendo y Chelo y las dos Mari Mar, la hermana y la novia, iban atrás destrozadas. En la parte delantera estaba Miguel, que me miraba y me preguntaba: '¿Tú cuántos años tienes?'. '24', le decía yo. Él respondía: 'Casi de la edad de mi hijo. No hay derecho'. Y me volvía a preguntar: '¿Cuántos años tienes?'. '24'. 'No hay derecho, ¿verdad?'. Así fue todo el camino".

A aquello le siguió un funeral multitudinario, al que acudió incluso el príncipe Felipe. Pero pocos días después, los focos se fueron apagando y aquella humilde familia tuvo que empezar a asumir la pérdida en la intimidad de su hogar. Para ayudarles en ese proceso, el equipo de agentes que había permanecido a su lado desde el fatídico 10 de julio continuó acompañándoles tres meses más. "Seguimos con ellos para ayudarles en la adaptación, en la canalización de una nueva vida, para que Miguel no saliera por ejemplo a la calle y se enfrentara a los abertzales que seguían en Ermua. Fue muy difícil, quedaron muchas fisuras", señala Alberto. Y de esas semanas posteriores saca a colación sus largas charlas con Miguel más allá del horario laboral, porque aquello se convirtió en mucho más que un trabajo. "Fue el que peor lo llevó".

Objetivo directo de ETA

Al año siguiente, Alberto aparecía en una carta de ETA "con fecha y hora de ejecución". Para mantener un trato más humano y cercano con la familia, los cinco que formaron el operativo habían aparecido públicamente y en numerosas ocasiones con la cara descubierta. Sabedor de que aquello entrañaba riesgos, se había comprado unas gafas de sol. Aún las conserva, igual que conserva el Motorola con el que se certificó la muerte del concejal. Un móvil de aquellos primeros, con tapa y antena, que le habían regalado y que puso a disposición de la Ertzaintza en un momento en el que el cuerpo solo se comunicaba a través de walkie-talkie y de las emisoras.

Pero de nada le sirvió pertrecharse tras unas lentes oscuras. Los terroristas le habían identificado y recopilado información sobre él. "Me fui a residir a Cantabria para que mis padres y mi hermano pudieran estar más tranquilos. Comencé una vida de clandestinidad, soledad y silencios que perdura hasta mis casi 50 años en Sevilla".

Me fui a residir a Cantabria para que mis padres y mi hermano pudieran estar más tranquilos. Comencé una vida de clandestinidad, soledad y silencios

En la capital hispalense creó en 2018 la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial (AAPSP). Porque las circunstancias difíciles se afrontan gracias a los altos niveles de adrenalina que provoca la tensión del momento y que permite cumplir turnos de trabajo de hasta 27 horas seguidas. Pero cuando todo pasa, la salud mental se quiebra: "En el caso de Miguel Ángel hicimos todo lo humanamente posible. Pero a veces siento odio hacia mí mismo y me da rabia que el resultado fuera el que fue. Me metí en la policía para que no le hicieran daño a nadie". "Por muchos factores, pero también por lo que vivimos entonces, mi compañero Juan Carlos, se quitó la vida", lamenta y se ha propuesto evitar que casos como esos pasen una factura tan alta a los agentes.

Preguntado por si volvería al País Vasco, Alberto responde aludiendo a su madre: "Me dice que le encanta lo que hago en defensa de los derechos de los compañeros y las víctimas del terrorismo. Por fin puede decir que se siente orgullosa de mí porque antes tenía que ocultar a qué me dedicaba. Pero me pide que no vuelva porque allí sigue siendo complicado ser policía".

Con la familia Blanco Garrido siguió teniendo contacto. Los padres, "Miguel y Chelo", murieron hace dos años y él siempre recordará "la calidad humana" con la que le trataron. Por ellos y por el resto de víctimas del terrorismo se tatuó una rosa negra en la espalda aquel verano de 1997, el verano en el que le cambió la vida. 

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