25 años del principio del fin de ETA

Ermua revive a Miguel Ángel Blanco entre recuerdos, silencios y esperanza

Puerta del Ayuntamiento de Ermua con la foto de Miguel Ángel Blanco a la derecha.
Puerta del Ayuntamiento de Ermua con la foto de Miguel Ángel Blanco a la derecha.
JORGE PARÍS
Puerta del Ayuntamiento de Ermua con la foto de Miguel Ángel Blanco a la derecha.
Los sonidos de Ermua
JORGE PARÍS

El techo de la estación resguarda del txirimiri a quienes esperan el tren. Es verano, pero en Ermua el tiempo se empeña en demostrar lo contrario. El silencio impera en el andén y solo la llegada del convoy lo rompe. Los viajeros que suben se cruzan con los que bajan y muy probablemente ninguno de ellos repare en que en este mismo lugar, sobre las tres de la tarde del 10 de julio de 1997, un chaval de 29 años cogía esta misma línea sin saber que pesaba sobre él una sentencia de muerte. Fue la última vez que cogió un tren; la última vez que escuchó su metálico sonido y la última vez que pisó el pueblo que le había visto nacer.

Se llamaba Miguel Ángel Blanco y era concejal en este municipio de Vizcaya, uno de los siete concejales que el PP tenía entonces aquí. Como era habitual, aquel día se apeó en Eibar, ya en Guipúzcoa aunque a tan solo cinco kilómetros de su casa. Allí trabajaba en una asesoría. Pero aquel día no llegó a la oficina. ETA lo secuestró en el camino y truncó su vida, sin calcular que aquello supondría el inicio de su derrota. Aquel chico tímido, al que le gustaba pasar desapercibido, nunca imaginó que su foto daría la vuelta al mundo ni que, 25 años después, colgaría a gran tamaño de la fachada del Ayuntamiento en el que tantas horas pasó.

“Fue casi mundial”, dice un niño de once años que se acerca por la curiosidad que le suscita la cámara. Mientras hace equilibrios sobre su bicicleta, cuenta que él sí sabe quién era Miguel Ángel Blanco. Forma parte del minoritario 40% de los jóvenes españoles que conoce la figura del edil. “He preguntado y me han contado toda la historia y después he ido a internet. Un amigo y yo vimos un vídeo que hay en Amazon Prime”, apunta. “A nosotros nos hablaron de ello en clase. Estábamos en Matemáticas y salió de repente. Nuestra profesora me parece que lo sufrió casi casi igual que los padres porque estaba pensando: ‘¿Y si le hacen esto a mi hijo?”, interviene otro pequeño de diez años que se une a la conversación.

Las palabras de esa profesora reflejan la sensación que aquellos días de julio invadió a todo un país. Míguel, como le llamaban sus allegados, era lo que se conoce coloquialmente como una persona normal, que entró en política por tener un trabajo sin más aspiraciones que mejorar la vida en su pueblo. “Uno de los nuestros”, resumen algunos. ETA fue a por el eslabón más débil. “Un chaval muy noble, muy humilde. Muchos se creen que suben de nivel cuando llegan a concejales. Miguel Ángel no. Miguel Ángel era como su padre. Muy maja toda la familia”, recuerda Maite, mientras levanta la mirada para contemplar el retrato del joven desplegado en el Consistorio. Ahora está jubilada, pero en aquella época era funcionaria en ese edificio.

Una manifestación como protesta al asesinato de Miguel Ángel.
Una manifestación como protesta al asesinato de Miguel Ángel.
Fotos de la Fundación Miguel Ángel Blanco

Ella, como prácticamente toda la localidad, se echó a la calle cuando supo que la banda terrorista había raptado a uno de sus vecinos y le había dado un ultimátum al Gobierno de José María Aznar: lo asesinaría si en 48 horas todos los presos de la organización no eran trasladados a cárceles vascas. Sin redes sociales, a partir de ahí se vivió una cuenta atrás televisada que mantuvo a los españoles en vilo. Los terroristas habían cometido innumerables atrocidades para intentar lograr la independencia del País Vasco -asesinatos, secuestros, extorsiones...-, pero aquel novedoso y macabro método contribuyó a que el atentado contra Miguel Ángel marcara un antes y un después.

Por primera vez, la sociedad vasca mostró de forma masiva su repulsa contra ETA. Junto a ella, toda España clamó por la liberación de un joven hasta ese momento anónimo. Las concentraciones de manos blancas y el grito de ¡Basta ya! se popularizaron como símbolos de una alternativa pacífica frente a la barbarie. Ermua pasó la noche a la luz de las velas en la céntrica Plaza Cardenal Orbe, donde se ubica el frontón en el que ahora unos niños juegan a la pelota.

fotografo: Jorge Paris Hernandez [[[PREVISIONES 20M]]] tema: Ermua. Miguel Ángel Blanco. Terrorismo. ETA.
Dos niños juegan en el frontón de Ermua, lugar donde se celebró la vigilia por Miguel Ángel
JORGE PARÍS

Aquella presión, sin embargo, no evitó el fatal desenlace y el 12 de julio, el edil popular era encontrado en una zona boscosa de Lasarte (Guipúzcoa) con dos tiros en la cabeza. Estaba vivo, pero falleció en el hospital esa madrugada. La mezcla de angustia y esperanza que muchos albergaban dio paso entonces a la rabia y la indignación, a concentraciones frente a las sedes de HB y sus herriko tabernas para increpar a quienes apoyaban la violencia. Algunos permanecieron encerrados en casa aquellos días e incluso hubo quien abandonó el País Vasco. “Aquí se perdió el miedo ese día. Se perdió el miedo”, repite Rosendo. Hasta los ertzainas se atrevieron a quitarse el verduguillo y el casco. “Fue una señal de liberación en muchos sentidos. La gente dio la cara y nosotros también sentimos la necesidad de hacerlo, de decir ‘soy uno más, soy ciudadano vasco”, remarca Julio Rivero, miembro de la policía autonómica desde hace 30 años y presidente de la asociación de ertzainas Mila Esker.

"Fue una señal de liberación en muchos sentidos. La gente dio la cara y nosotros también sentimos la necesidad de hacerlo"

El epicentro de aquel punto de inflexión estuvo en este municipio de no más de 16.000 habitantes que experimentó su desarrollo demográfico en los años 70 gracias a la llegada de migrantes de diferentes puntos de la península. Atraídos por la industrialización, vinieron sobre todo gallegos. La familia de Miguel Ángel lo era. No es extraño que haya quien hable de que esta es la quinta provincia de Galicia. Un municipio que tradicionalmente no ha sido abertzale, un factor que igualmente se considera clave en la explicación de por qué aquella repulsa contra el terrorismo nació aquí. Aquí no se ven colgadas en los balcones enseñas en favor de los presos y no abundan las pintadas, como sí continúa ocurriendo en otros puntos del País Vasco. El Ayuntamiento ha intentado evitar no obstante cualquier intento de proclama proetarra recurriendo a grafitis.

Una de las pocas pintadas, en la que se lee Amnistia eta Askatasuna (Amnistía y Libertad), se encuentra cerca de la casa en la que el concejal vivía con sus padres -Consuelo y Miguel, fallecidos en 2020- y su hermana -Mari Mar-. El bloque de pisos, en el número 11 de la calle Iparraguirre, se sitúa a menos de cinco minutos del Ayuntamiento. La calle, empinada y que conduce hacia el centro de salud del municipio, luce solitaria. La imagen dista mucho de la de aquellos días, en los que la gente se agolpó para apoyar a la familia. A aquel padre que llegó de trabajar aturdido, con su buzo de albañil, y se enteró frente a los medios de comunicación de lo que le había ocurrido a su hijo. “La Ertzaintza lo metió en el portal y se escucharon los chillidos desde fuera. Todos nos pusimos a llorar. En este pueblo ha habido momentos de la vida en los que todos éramos uno”, remarca Maite.

fotografo: Jorge Paris Hernandez [[[PREVISIONES 20M]]] tema: Ermua. Miguel Ángel Blanco. Terrorismo. ETA.
Pintada a favor de ETA localizada cerca del portal donde vivía MIguel Ángel.
JORGE PARÍS

Hoy este es un municipio en el que cada vez cuesta más que la gente hable del episodio más dramático de su historia reciente. Se respira una mezcla de dolor, de hartazgo, de crítica a que lo que se denominó espíritu de Ermua después se “politizó”, y cierta reticencia todavía a los pronunciamientos públicos. “Esas cosas ya pasaron, solo las recuerdan algunos”, dice un vecino sin detener el paso. “Después de tantos años yo no quiero ni saber. Lo que hay que hacer es olvidar y que no vuelva a pasar”, añade otro. Incluso muchos de quienes sí se paran y comparten sus vivencias hablan de pasar página. Y ahí se evidencia una división. Hay quienes creen que ya se puede porque desde que ETA anunció el cese de la violencia en 2011 es posible una convivencia normalizada. Pero hay quienes opinan que las heridas siguen abiertas y que “no podrá haber convivencia normalizada hasta que los verdugos y quienes les apoyaron pidan perdón”. “Es necesario que muestren arrepentimiento. Hay que avanzar, pero sin olvidar lo que ocurrió”, afirma el encargado de un comercio que pide no ser identificado.

“Yo creo que la gente ya no vive con miedo, pero es fundamental que los etarras reconozcan las fechorías que han hecho. Yo no voy a olvidar nunca. La memoria hay que tenerla siempre y transmitirla a nuestros hijos y nietos”, coincide Manuel. En aras de esa transmisión de la memoria se han organizado los actos para conmemorar el vigésimo quinto aniversario del asesinato de Miguel Ángel. Un programa de actividades encaminadas a honrar su memoria, a poner en valor la histórica respuesta social de condena que generó su ejecución y a recordar al resto de las víctimas del terrorismo. Por eso, en la fachada del Ayuntamiento, junto a la imagen del joven concejal hay un segundo retrato de alguien que muchos, incluidos los más mayores del lugar, no llegan a reconocer. Se trata de Sotero Mazo, el primer ciudadano de Ermua al que ETA segó la vida. Este peluquero fue tiroteado en 1980, cuando tenía 35 años.

fotografo: Jorge Paris Hernandez [[[PREVISIONES 20M]]] tema: Ermua. Miguel Ángel Blanco. Terrorismo. ETA.
Un mural dentro de la exposición 'El terror a portada' en Ermua.
JORGE PARÍS

A pocos metros, Naia e Irati pasean a sus perros. Tienen unos 20 años y cuando se les pregunta por Miguel Ángel Blanco en un primer momento dudan. “Yo me enteré porque voy a Extremadura y cuando les contaba que era de Ermua me decían ‘Ah, donde Miguel Ángel Blanco’. Ahí le pregunté a mis aitas y ya. Tendría 12 años o así”, indica la primera. “Yo pregunté cuando hicieron el monolito en su memoria en San Pelayo. Quise saber qué era eso y me dijeron lo que había pasado”, apostilla la segunda. Y ambas reconocen que en el colegio no les hablaron de ello.

Mane es algo más joven, tiene 16 años, y también se enteró del secuestro y asesinato de Miguel Ángel cuando preguntó en casa tras toparse con un acto político en torno al monumento en homenaje al concejal. Él es de los que opinan que hay que evolucionar pero sin olvidar y apuesta por que estos contenidos se aborden en los centros educativos. “Toda la historia se da en el colegio por algo. Para impartir la sabiduría de dónde venimos y por qué hemos llegado aquí. Y eso está bien conocerlo porque así sabemos que antes vivíamos con miedo y no vamos a reproducir los mismos errores para seguir viviendo mejor”, concluye. Afortunadamente, él no sabe lo que es vivir atemorizado ni fue testigo de aquella época en la que un joven de 29 años se subió a un tren y nunca regresó.

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