Estos días, cuando el verano invita a celebrar los resultados de la EBAU, ha saltado la noticia de que un chaval de 18 años quedó ciego y paralítico a consecuencia de una novatada: en octubre de 2021 sus compañeros de fraternidad le obligaron a ingerir alcohol en grandes cantidades. A priori, beber hasta el delirio es lo normal en las novatadas de Estados Unidos, el país del chico, y en cualquier otro en el que las pruebas humillantes, arriesgadas o absurdas constituyen ese ritual de iniciación. Pasan cosas, claro, pero casi nunca tan graves. Nada indica que la costumbre vaya a cambiar.

El margen de libertad que se permite en esos casos roza siempre la violencia, la crueldad

El otoño queda muy lejos para los jóvenes y los padres que entran en la universidad, pero los campamentos de verano, las convivencias y los cursos de recuperación se encuentran ahí, a un paso. En muchos de ellos se calcan las novatadas de los años anteriores, de los últimos retos virales: siempre me ha sorprendido la tolerancia que los adultos mostramos ante algunos ritos de paso de adolescentes y niños, como si la brutalidad, el asco o el abuso se disculpara por su edad, como si en el juego valiera todo. De hecho, me sorprendía cuando yo misma era niña.

El margen de libertad que se permite en esos casos roza siempre la violencia, la crueldad; se premia a quien no muestra escrúpulos o vacilaciones. La novatada tiene más que ver con un pacto de silencio, con una declaración de intenciones del grupo que con una diversión general. Por eso sobreviven, pese a las prohibiciones: porque en su esencia no está el romper la norma, sino dejar claro los espacios de poder. Y pasan cosas, claro. Donde se ejerce ese tipo de poder siempre pasan cosas.