Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Orestes y el éxito televisivo de pisar el plató de 'Pasapalabra' sin nervios a lo desconocido

Orestes, en 'Pasapalabra'.
Orestes, en 'Pasapalabra'.
20minutos | ATRESMEDIA
Orestes, en 'Pasapalabra'.

Una de las claves del éxito (casi) perpetúo de Pasapalabra es que la propia dinámica del concurso permite a la audiencia sentir que intima con los concursantes. Su presencia en el programa se alarga en el tiempo y, así, se terminan convirtiendo en parte de la familia. El espectador va cogiendo cariño a los participantes con el paso de los días. Incluso con el paso de los meses.

Pasapalabra lo sabe, y lo exprime. Hasta riza el rizo de la popularidad y va recuperando viejas glorias del formato. Aunque se vinculen a las etapas de Telecinco. De esta manera, el interés por el espacio se propulsa, ya que retornan carismáticos del concurso y crece la atención en el público para ver cómo crecen, cómo siguen, cómo están. 

Orestes Barbero es ejemplo de esos ases en la manga de Pasapalabra. Ya no es sólo concursante, directamente es una personalidad que se sienta en el estudio de televisión con esa tranquilidad que otorga la rutina. Al público le reconforta su querida sonrisa y él ha pisado tanto el plató que conoce las tripas del show casi como el presentador. No tiene ni idea de las preguntas que le van a hacer, claro, pero para este tipo de participante acudir a un plató no descoloca como sucedía a aquellos concursantes de Ahora Caigo que no podían disimular sus nervios. Conoce a lo que se enfrentan, está habituado a las mecánicas de trabajo en la tele que no son tan sencillas, relajadas y fluidas como se observa desde casa.

La televisión de hoy busca caras que vengan de casa con una popularidad ya cimentada

En general, la televisión de hoy agradece que el espectador reconozca de antemano a los protagonistas de sus programas. De ahí que prácticamente siempre se acuda a mismos cómicos, mismos tertulianos políticos, mismos colaboradores del corazón. En épocas en las que el público se distrae con tantas aplicaciones, redes sociales y oferta de plataformas, las cadenas tradicionales intentan jugar sobre seguro. Se podría decir que hay un miedo a lo desconocido.

Pero, ojo, en televisión tan importante como reconocer es descubrir. Lo inteligente es ejercer en el guion ese equilibrio redondo entre popular y aquello que está por conocer. De lo contrario, pasa lo que le está sucediendo a Telecinco o a TVE, cada una a su manera: si no se va tomando bien el pulso al estado de tu sociedad, las caras que se asocian a la emisora pueden ir quedándose en el pasado sin que te percates y, entonces, el público irá también dejando de identificarse con lo que pretende representar tu canal.  Incluso que casi no asocie ningún rostro a él y la mayoría se vean intercambiables, como pasa a Televisión Española.

No es el caso de Pasapalabra, que como gran éxito de nuestra televisión maneja bien sus bazas. Un concurso sin atriles, en el que todos se sientan en la misma mesa. Sin divisiones, sin púlpitos y con un presentador que no va de nada y, por eso mismo, es querido por todos. Un punto de encuentro para empatizar con personas que van a la tele a demostrar  conocimientos pero desde un contexto que anula la altivez y potencia la alegría de la cercanía. El resultado es perfecto para la tele, el colofón final del rosco infalible para la audiencia.

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