Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El maldito baile de Pablo Motos y el efecto que consigue en nuestra cabeza

Pablo Motos, presentador y bailarín.
Pablo Motos, presentador y bailarín.
Atresmedia
Pablo Motos, presentador y bailarín.

'El Hormiguero' comienza cada emisión con un baile. El propio Pablo Motos es el protagonista de la coreografía, que interpreta custodiado por parte de su equipo. En una televisión que suele tener prisa para todo, aquí se toman su tiempo para danzar. Siempre un tema pegadizo. Los colaboradores del show también se deben aprender los pasos y seguir a su líder. Hasta Cristina Pardo. Toda una liturgia escénica que puede parecer un acto de egolatría, pero que en realidad sirve de sugestiva técnica para definir el tono que busca el programa en la percepción del espectador.

Así el show de Trancas y Barrancas marca su territorio como espectáculo festivo, rompe con el informativo de las nueve de la noche y contagia su entusiasmo en el ojo del público a través de la efervescencia de ver personas bailando. Aunque no te caiga del todo bien Motos, el baile ejerce su función: remueve la rutina publicitaria que precede al programa y, al mismo tiempo, moviliza cierto optimismo en aquellos que sintonizan Antena 3.

No es nada nuevo, la energía que provocan en la vista los cuerpos de baile ha sido engranaje clave de la historia del espectáculo televisivo. Grandes coreografías servían para atraer el interés del público. Lo hacía Chicho Ibáñez Serrador en 'Un, dos, tres...', Valerio Lazarov con el ballet 'Zoom', José María Íñigo en 'Esta noche... fiesta', Concha Velasco en 'Viva el espectáculo' y, por supuesto, Raffaella Carrà en 'Hola Raffaella'.

Definir esa exaltación de emociones en los comienzos y finales de los programas era vital. Acabar con todo el elenco bailando conseguía ese regustillo de chimpún final que te deja con ganas de más, que te genera ilusión por regresar a ese lugar en el que has sido feliz. Así concursos como ¿Qué apostamos? se despedían con alguno de los presentadores mojados por la ducha, ya fuera Ramón García o Ana Obregón, mientras que concursantes e invitados bailaban la sintonía que decía aquello de: "la vida es un juego y hay que apostar, todo esa posible, porque la vida es una apuesta y nada más" Todavía nos creíamos esta letra. Éramos más pequeños, éramos más ingenuos. España no paraba de crecer y creíamos que nos íbamos a comer el mundo. 

Lo mismo hacían los programas de Emilio Aragón, los más recordados:Vip Noche o El Gran Juego de la Oca. El adiós era un mogollón de gente celebrando la vida. Allí se saltaba, cantaba, bailaba. El último plano es uno de los momentos más importantes de una historia televisiva, ya que va a ser la estampa que la gente recordará. Y, por tanto, es clave para favorecer ese vínculo emocional con ayuda a que espectador vuelva la semana siguiente. Es más, cuando regresa la semana siguiente se quedará también hasta el desenlace, pues se intuye que la despedida será especial. Pasará algo. Acabarán en alto.

En el género de los musicales teatrales se diseña el mismo truco. El estruendo sonoro y visual del número final es decisivo para despertar esa felicidad en el público de la sala. Aunque el grueso de la obra sea floja, si el desenlace es una apoteosis de canciones y bailes la audiencia sale del auditorio con una sensación de misión cumplida. Ha desconectado de la rutina. Se ha reconfortado con otros mundos que están fuera de la cotidianidad gris.

El poder de la observación del baile ajeno posee su explicación científica. Para Eduardo Fernández Jiménez, especialista en Psicología clínica y neuropsicólogo clínico en el Hospital Universitario La Paz, "el sistema cerebral responsable de este efecto es el de las neuronas espejo que, desde tu butaca como espectador, te pone mental y corporalmente en el lugar de los bailarines que están actuando en el plató. La observación de una conducta ejecutada por otros puede activar las mismas redes neurales que serían activadas si nosotros mismos estuviéramos realizando dicha conducta observada. Las emociones que percibimos de tales bailarines son, por tanto, representadas en nuestro cerebro", explica Fernández Jiménez. 

El baile de Pablo Motos puede parecer una chorrada, pero dibuja en nuestra cabeza una pegajosa evocación de alegría que es la atmósfera festiva que ambiciona el programa. Aunque baile fatal, la sonrisa pícara de Motos logra su objetivo: meternos dentro de la adrenalina del espectáculo.

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