Ni con pandemia, ni sin ella, ni antes de la guerra, ni durante la misma, ni cuando acabe seguramente. Ni con Casado, ni con Feijóo. Ni con alarma ni sin ella. Ni con los trabajadores, ni con los pensionistas, ni con los jóvenes, ni con el campo. Sea verano o invierno, haga calor o frío. Días de sol o de lluvia. Ni en 2019, ni en 2020, ni en 2021 ni 2022.
En cualquier circunstancia, a lo largo de los últimos años, hay una ley inmutable que atraviesa esta legislatura -y que ya se repitió en otros momentos históricos- y es que el PP, el principal partido de la oposición, ni está ni se le espera.
Un sistema democrático se sostiene sobre diferentes pilares. Uno de los cuales es el papel de la oposición. Con un papel evidente de control al Gobierno, pero también de presentación de alternativas políticas, y de generación de debate, de enriquecer el parlamentarismo y apoyar aquellas iniciativas que requieren, material e inmaterialmente, un apoyo transversal de la cámara.
Pero lo que hemos visto con el PP, ahora de Feijóo, antes de Casado, es que su tarea parlamentaria ha sido una continua sucesión de ‘noes’ a todo aquello que ha supuesto un avance para nuestro país, así como a las normas que nos han ayudado a superar la pandemia y a ayudar a quienes más han sufrido los efectos de la misma.
Los patriotas de pulsera y de palabra lo son menos a la hora de la práctica. Porque los hechos son los que son y la realidad es tozuda. El PP ni está ni se le espera a la hora de arrimar el hombro, y el único cambio que se ha visto con la defenestración de Casado y la llegada de Feijóo, es que no ha habido cambio alguno. Un giro de 360 grados ejecutado con precisión, y que ha servido para certificar el primer gobierno europeo donde la ultraderecha tiene tareas ejecutivas, en Castilla y León.
Pero lo que hemos visto con el PP, ahora de Feijóo, antes de Casado, es que su tarea parlamentaria ha sido una continua sucesión de ‘noes’
El PP no se ha sentido interpelado cuando nuestro sistema ha sufrido embates y ha hecho oídos sordos, entre palabras gruesas, en sus intervenciones a las demandas de colaboración. Ha preferido el blanqueo de Vox y la gesticulación grandilocuente, a tener un debate sincero y real sobre las necesidades de un país, España, que a lo largo de los últimos años ha tenido que hacer frente a grandes desafíos.
Ha preferido seguir con el mantra de la rebaja de impuestos a la vez que confundían de manera descarada y consciente gobierno con estado. Ni cuando se suben impuestos es el Gobierno el que se beneficia, ni cuando se bajan es el perjudicado. Esta confusión que no es tal, que es más el enésimo ejercicio de trilerismo verbal, pretende hurtar a la ciudadanía de reflexiones sensatas y honestas, puesto que es el Estado en su conjunto, y con él los servicios públicos que presta, y en última instancia la ciudadanía que los recibe, quienes acaban siendo los receptores de los efectos de las políticas que se llevan a cabo.
A la hora de la verdad, el PP ni está ni se le espera
El último capítulo de esta práctica política que ejerce un PP acomplejado por Vox la vimos el jueves con la votación del paquete de medidas económicas para hacer frente a los efectos de la guerra en Ucrania. El PP se ha vuelto a poner de espaldas y, como en otras numerosas leyes y propuestas necesarias, ha votado en contra. Luego los oiremos atribuirse el ser los adalides de la defensa de los derechos de la ciudadanía, pero cuando se trata de hechos, cuando se trata de certificar con tu voto, derechos efectivos, avances necesarios y escudos protectores, el PP da la espalda a la ciudadanía, porque a la hora de la verdad, el PP ni está ni se le espera.
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