El maltrato y las malas experiencias en la infancia pueden aumentar el riesgo de ideas y conductas suicidas en menores

  • Lo concluye un estudio llevado a cabo por distintos grupos de investigación clínica de la red CIBERSAM.
  • La primera firmante del mismo es la investigadora de la Universidad de Barcelona (UB) Laia Marques-Feixa.
  • El suicidio ya es la primera causa de muerte en jóvenes en España.
La investigadora de la Facultad de Biología de la UB Laia Marques-Feixa y la investigadora principal del CIBERSAM, Lourdes Fañanás (de izquierda a derecha)
La investigadora de la Facultad de Biología de la UB Laia Marques-Feixa y la investigadora principal del CIBERSAM, Lourdes Fañanás (de izquierda a derecha).
CEDIDA
La investigadora de la Facultad de Biología de la UB Laia Marques-Feixa y la investigadora principal del CIBERSAM, Lourdes Fañanás (de izquierda a derecha)

Una investigación reciente publicada en la revista científica Journal of Clinical Medicine, liderada por la investigadora de la Facultad de Biología de la Universitat de Barcelona (UB) Laia Marques-Feixa y por la catedrática de la Universidad de Barcelona e investigadora principal del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM), Lourdes Fañanás, concluye que los menores de edad que han sido víctimas de episodios de maltrato tienen más problemas de regulación emocional y mayor probabilidad de volver a experimentar situaciones estresantes que podrían aumentar el riesgo de conductas suicidas. 

El estudio  multicéntrico EPI_young_stress en el que se enmarca este estudio tiene como objetivo evaluar las consecuencias psico-neuro-biológicas del maltrato infantil. Este trabajo, basado en 190 niños, niñas y jóvenes de entre 7 y 17 años se ha desarrollado en colaboración con investigadoras de seis unidades de psiquiatría infanto-juvenil del Hospital Benito Menni de Sant Boi, del Hospital  Clínic de Barcelona, del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, del Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, del Hospital Santiago Apóstol de Vitoria y del Hospital de día para adolescentes Orienta de Gavà.

Las investigadoras explican que los jóvenes que han sufrido negligencia o maltrato en la infancia muestran algunos rasgos de la personalidad característicos, como ira intensa, mayor impulsividad y más dificultades en la regulación emocional (muy asociados al trastorno límite de la personalidad). 

Además, parece que tienden a re-experimentar más situaciones estresantes a lo largo de su vida. Los adolescentes lo expresan “como si tuvieras un imán para los problemas” . Justamente estos eventos estresantes recientes y la desregulación emocional podría desencadenar conductas autolesivas e intentos autolíticos en jóvenes. 

En este sentido, la situación de pandemia que estamos viviendo ha supuesto un gran estresor, y han aumentado los ingresos hospitalarios de chicas de 12 a 17 años con tentativas suicidas. Son especialmente vulnerables a este serio problema de salud global las personas que conviven en contextos familiares violentos o en los que existe una invalidación emocional donde los sentimientos y pensamientos de la persona son constantemente ignorados o juzgados.

¿Por qué la adolescencia puede convertirse en un periodo vital de tanta fragilidad?

Es sabido que la adolescencia puede ser una etapa difícil de por sí, ya que implica muchos cambios físicos y hormonales que serán determinantes en un futuro para la salud mental de la persona. Pero también es una etapa vital en la que se consolida nuestra identidad y se restructuran los roles desempeñados en la dinámica familiar y en el grupo de la misma edad. 

Sabemos que si ha habido un trauma relacional durante la infancia, como puede ser una desatención emocional o una exposición a violencia física o sexual, se verá afectado el desarrollo de tres capacidades primarias esenciales en las personas: la regulación emocional, la identidad y la forma de entablar relaciones interpersonales. 

Cuando llega la adolescencia y estas capacidades se deben de poner en marcha, si no se han asentado bien sus bases, las personas pueden tener menos recursos internos y aparecen algunas dificultades o síntomas psicológicos más graves. Por lo tanto, cuando el adolescente tiene que responder a nuevas situaciones estresantes propias de la vida, el malestar puede ser muy grande y el adolescente recurre a conductas externas o estrategias compensatorias como puede ser el consumo de sustancias, las autolesiones, la conducta violenta o las conductas sexuales de riesgo. 

"Estas conductas agresivas o autolesivas a menudo son vistas como maneras de atacar o hacer daño a los demás, 
pero en realidad son formas que tiene el adolescente de intentar disminuir su dolor interno y la incomprensión que siente"

¿Estas alteraciones pueden desembocar en una enfermedad mental?

En salud mental hay que tener siempre una mirada sistémica, ya que no existe un único factor determinante para desarrollar un trastorno mental, pero es cierto que el contexto familiar puede ser decisivo. Hay que tener en cuenta que nuestro cerebro sigue madurando hasta los 22 años aproximadamente, así que las experiencias que ocurran durante los primeros años de vida van a tener una especial relevancia en la maduración de áreas y circuitos cerebrales. 

Las personas con historia de maltrato muchas veces no son conscientes de que lo que vivieron en su infancia pudo tener un fuerte impacto en ellas y en su salud actual. Algunas de las modificaciones neurobiológicas ligadas al maltrato temprano podrían mediar en la asociación entre la vulnerabilidad genética de cada individuo y la aparición de trastornos mentales. 

De hecho, se estima que casi la mitad de los trastornos mentales en la infancia están relacionados con experiencias de maltrato y más del 35% de los que se diagnostican en la edad adulta. Está claro que si se invirtiera en el cuidado de la infancia nos ahorraríamos mucho sufrimiento y costes.

"Casi la mitad de los trastornos mentales en la infancia están directamente relacionados con experiencias de maltrato, y con más del 35% de los que 
se diagnostican en la edad adulta. Si se invirtiera en el cuidado de la infancia nos ahorraríamos mucho sufrimiento y costes sociales”

¿Existe un peor pronóstico en pacientes psiquiátricos con episodios de maltrato infantil?

Desafortunadamente sí. Son un tipo de pacientes clínicamente distintos. Es decir, suelen tener un inicio más temprano de la enfermedad mental, síntomas más severos, más hospitalizaciones, peor respuesta a los tratamientos farmacológicos y psicológicos, más autolesiones y tentativas suicidas. Por lo tanto, no se pueden tratar igual. 

No tiene sentido que desde la psiquiatría se traten los síntomas de forma aislada (por ejemplo, el insomnio, la ansiedad, la agresividad, la tristeza…). Es necesario tener una mirada amplia que vaya más allá, y que permita redefinir todo lo ocurrido en las etapas más tempranas y valorar la presencia de eventos de maltrato en algunos de estos pacientes que no responden adecuadamente a los tratamientos convencionales. Para ello se necesitan recursos y tiempo. Dos factores claves que actualmente la salud pública no está cubriendo como debería por falta de medios.

De hecho, actualmente en España hay un déficit de recursos en la psiquiatras y psicología clínica, especialmente en asistencia primaria, si comparamos con los países europeos de nuestro entorno. Se necesitan muchos más recursos en el sistema y que los profesionales en salud mental puedan trabajar en condiciones. 

La pandemia de la Covid ha provocado un claro aumento de patologías mentales en la población y se está poniendo de manifiesto este déficit estructural. Sin embargo, y después de décadas de lucha, al menos este año se ha aprobado la especialidad de Psiquiatría Infantil, que hasta ahora ni existía.

"En personas con historia de trauma, que muchas veces no son conscientes de que lo que vivieron en su infancia pudo tener un fuerte impacto en ellas, es esencial trabajar y sanar, con ayuda profesional, al niño herido que tienen dentro"

Los estudios realizados analizan la combinación de dos factores: la severidad del maltrato y su frecuencia. ¿Qué importancia tiene cruzar estas dos circunstancias en las conclusiones del mismo?

El cerebro está preparado para afrontar situaciones de estrés puntuales, pero no para hacer frente a situaciones adversas de las que no podemos huir (como es el caso de los niños), que son prolongadas en el tiempo o de una intensidad muy extrema. 

También sabemos que el vínculo relacional que tenemos con las personas que ejercen el maltrato tienen un papel muy relevante en sus consecuencias psicopatológicas. Así, nosotras hemos intentado ir más allá de la clásica contemplación dicotómica del maltrato, presencia o ausencia, y hemos intentado elaborar aproximaciones continuas que contemplen el grado de severidad desde diferentes puntos de vista, como el tipo de maltrato y el tiempo de exposición al mismo.

Hasta la fecha, en la literatura científica se solía estudiar la gravedad del maltrato valorando la acumulación de distintas experiencias sufridas (negligencia emocional, abuso sexual, maltrato físico...), y sabemos que hay una clara relación dosis-efecto entre vivir más experiencias traumáticas y tener más sintomatología psiquiátrica. Sin embargo, nos pareció importante tener en cuenta que, dentro de cada subtipo de maltrato hay conductas más y menos severas (y más o menos frecuentes), y que por lo tanto también debía de contemplarse para no perder información relevante.

Tampoco hay que olvidar otras variables de riesgo y de protección que tendrán un papel fundamental en el impacto que puede causar a la persona, como el propio temperamento del niño (influido por factores genéticos), su edad, la presencia de figuras adultas que proporcionan apoyo y protección secundaria, el contexto sociocultural, etc. Aunque incluir en un estudio científico todos estos factores es muy difícil y complejo, cada vez intentamos realizar aproximaciones con una visión más sistémica que permita comprender estos matices.

¿Qué puede considerarse 'maltrato leve' en el contexto de la investigación?

Por ejemplo, en el caso de la negligencia emocional, podríamos considerar maltrato leve a las familias donde los cuidadores a menudo priorizan sus propias necesidades a las del menor, provocando una atención insuficiente. O en el caso del maltrato físico cuando el menor es expuesto en ocasiones a un castigo físico inapropiado como cachetes o pellizcos. 

Algo importante que hemos detectado es que, además de la gravedad de las experiencias sufridas, si las experiencias se sostienen en el tiempo (incluidas las aparentemente más leves), los sistemas neurobiológicos también pueden sufrir alteraciones y desregularse.

¿Cómo se explica todo esto desde la Neurociencia?

Ya son muchos los estudios que demuestran cómo estas experiencias de maltrato tempranas alteran la estructura y el funcionamiento del cerebro. En este sentido, por ejemplo un estudio que publicamos en la revista científica Psychological Medicine, demuestra como los niños, niñas y adolescentes que han vivido experiencias de maltrato tienen alteraciones en el principal mecanismo neurobiológico de regulación del estrés, el eje Hipotalamico-Hipofisario-Adrenal (eje HHA). 

Normalmente, el cortisol, la última hormona de este eje HHA, suele aumentar frente situaciones estresantes para activar al cuerpo y paulatinamente vuelva a disminuir al cabo de un rato. Sin embargo, hemos observado que los menores con historia de maltrato no aumentan los niveles de cortisol como se esperaría frente situaciones estresantes. 

Esto tiene una gran relevancia clínica ya que si uno de los principales mecanismos que permite movilizar al cerebro y otros sistemas biológicos para adaptarse óptimamente a situaciones de estrés está alterado, estas personas pueden tener más dificultades a la hora de gestionar problemas de su día a día (como cambios repentinos, una discusión, etc). 

Además, estos niños, niñas y adolescentes con historia de maltrato reportan más niveles de ansiedad interna, así que todavía puede ser más frustrante para ellos. El estudio también señala que estos niños/as con historia de maltrato tienen de base niveles de cortisol más altos por la noche antes de acostarse, lo que podría suponer un estado de hipervigilancia que les dificulte relajarse y conciliar el sueño.

¿Hay forma de que este daño biológico infringido en la infancia sea reversible en la edad adulta? ¿O en la adolescencia?

Si el contexto ambiental mejora antes de la pubertad los sistemas podrían recalibrarse de nuevo. Pero desafortunadamente hay muchos estudios que apoyan que estos cambios podrían ser irreversibles si no mejoran tempranamente.

Esto no significa que todo esté perdido. Tenemos la suerte de que el cerebro es muy plástico y se va a modificar según las nuevas circunstancias. Por ejemplo, el maltrato ha podido desregular la primera vía de respuesta al estrés (el eje HHA), pero si el entorno mejora y hay un trabajo psicoterapéutico tanto en la adolescencia como en la adultez, el cerebro puede crear nuevas conexiones y vías para hacer frente a estas situaciones. 

Nunca hay que tirar la toalla porque siempre hay formas de mejorar con un buen acompañamiento. De hecho, hay varios estudios de neuroimagen y conectividad cerebral que han encontrado que aquellas personas con maltrato infantil que son resilientes tienen una arquitectura cerebral distinta al de las personas con historia de maltrato con psicopatología, pero que a su vez es distinto al de las personas que no sufrieron experiencia de maltrato. Sin embargo, hay pocos estudios en este ámbito en niños, niñas y adolescentes.

Su próxima línea de investigación pasa por intentar conocer por qué hay personas que son más resistentes que otras a padecer estas consecuencias tras un maltrato infantil. ¿Qué las hace menos vulnerables?

La resiliencia es la capacidad de un niño para continuar bien su desarrollo físico y mental, para seguir proyectándose en el futuro, a pesar de los acontecimientos desestabilizadores y traumas sufridos. Aunque la definición puede parecer sencilla, lo complicado es descubrir qué condiciones lo permiten, tanto previas como posteriores al trauma. 

Si conocemos bien los diferentes aspectos que forjan la resiliencia, será más fácil fomentarla e intervenir tempranamente. La literatura científica apunta a que algunos de los aspectos claves de la resiliencia podrían ser el propio temperamento de cada persona (que en gran medida está influenciado por factores genéticos), la seguridad transmitida por los cuidadores principales en las primeras etapas de la vida y el contexto sociocultural.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento