Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El otro secreto que fue clave en el éxito de Telecinco (y que Mediaset no puede perder)

Telecinco debe superar el reality show de las miserias ajenas sin perder la esencia de su éxito.
Belén Esteban en 'Sálvame'
Belén Esteban en 'Sálvame'
Mediaset
Belén Esteban en 'Sálvame'

Telecinco está cambiando en busca de nuevos públicos y nuevos formatos que seduzcan a una sociedad que, lógicamente, ya no está en el mismo punto que hace diez años. Lo necesita, en sólo dos años ha pasado de ser la cadena líder a convertirse en la tercera opción en audiencias, por detrás de Antena 3 y La 1. Sin embargo, en ese camino televisivo, no puede perder una de sus grandes armas históricas que llevó a afianzar una audiencia extremadamente fiel: consolidar una familia de comunicadores que el público asociaba a la cadena y, a su vez, eran representativos de la pluralidad de la sociedad española. Porque la TV generalista que cala es la que tiene alma de plaza pública, en donde nos reunimos todos. Sin regañar a la audiencia. Al contrario, intentando entender al espectador. Hasta cuando no le entiendes. 

Lo malo es que en la televisión siempre planean mentiras interiorizadas sobre determinados cánones físicos para ser presentador ideal que sólo homogeneizan y alejan los programas de la gente. Ya sabemos de hace décadas que las presentadoras no tienen que ser rubias, altas y con ojos azules. Ni siquiera deben de llevar tacón, como tantas veces se impone. La telegenia es otra historia. De hecho, la historia de la televisión deja claro que los grandes presentadores que recordamos no cumplen bellezas de manual. María Teresa Campos, Mercedes Milá, Ana Blanco, Mayra Gómez Kemp, Paloma Chamorro... Su arte ha estado en su oficio y autenticidad frente a la cámara, no en su manera de posar. Ni siquiera sabían posar.

Y ahí se cimenta una de las grandes fortalezas históricas de Telecinco, que da la sensación que ahora se está perdiendo en la televisión en general con el consiguiente descenso de audiencia global. Mediaset atesoraba una representatividad social en su elenco de comunicadores, que el público asociaba a su marca con ayuda de contratos de larga duración. Las caras de la cadena eran complementarias entre sí y abrazaban diferentes miradas. No repetían patrones estéticos y de estatus, los profesionales estaban al frente de programas más por los carismas que les hacían singulares. Así generaban todopoderosos lazos de identificación con los espectadores. Eran de la calle, eran como la propia audiencia. Aunque llevaran encima una tonelada de maquillaje. 

Pedro Piqueras, Carlota Corredera, Carlos Sobera, María Patiño, Ana Rosa Quintana, Jorge Javier Vázquez, Bertín Osborne, Paz Padilla, Emma García, Jesús Vázquez, Toñi Moreno... Juntos, congregaban una España con sus matices. También sucedía con los contertulios que daban vida a las tramas de sus programas. No eran sólo colaboradores sabelotodo, eran protagonistas de personalidad arrolladora e imperfecta. Perfectos para el sentimiento de reflejo y pertenencia, pues hablaban de emociones que habitaban más que opinar sobre cómo debían de ser los demás (que también). Belén Esteban es el gran ejemplo. Porque representa a la mujer que ha pasado por casi todos los mundanos estados de ánimo hasta percatarse de que, a estas alturas, ya puede ser libre. Apasionada, cabreada, incluso despechada, es fácil terminar empatizando con ella. Cualquier espectador ha sentido lo mismo que ella. Aunque no se parezca nada a ella. Ese es su gran triunfo que, ahora, Netflix piensa exprimir para llegar todavía a más públicos gracias al imaginario de cultura popular que ha construido el mítico Telecinco. 

Los modelos televisivos van cambiando constantemente, pero hay una cualidad que no varía: el espectador crea vínculos especialmente con la televisión de autor, no con bustos parlantes que están más tiempo en maquillaje, peluquería y vestuario que en la vida cotidiana. Telecinco debe superar el reality show de las miserias ajenas y crecer hacia otros escenarios menos gritones y más artísticos, más irónicos, más plurales. Pero, en este ejercicio, es curiosa la contradicción de querer cambiar quedándose estancada en los tratamientos a actualizar (corazón, sucesos, realities y riña) mientras, de momento, parece menguar y homogeneizar la fortaleza que seguía convirtiendo a la cadena en única frente a sus rivales: la espontaneidad de la diversidad de la calle hecha compañía televisiva.

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